A Robert W. Malone, con indecible agradecimiento
Oscar Wilde
ADVERTENCIA
Este artículo no fue escrito en contra Neil Young ni de los músicos que apoyaron su boicot a Spotify, sino a favor del Dr. Robert W. Malone y los médicos y científicos que arriesgaron su reputación y sus carreras para advertirnos sobre los riesgos de las medidas sanitarias tomadas por los gobiernos durante la pandemia y que las vacunas génicas aún no son seguras porque no han salido de la etapa experimental. Escribí este artículo en contra del consenso manufacturado de la información oficial que busca imponerle a la opinión pública un único punto de vista censurando todas las opiniones disidentes que cuestionen o critiquen las políticas sanitarias de la OMS o la eficacia de las medidas profilácticas para detener la enfermedad como la posibilidad de combatirla por medio de otros tratamientos alternativos que no convienen a los intereses de la Big Pharma que se ha enriquecido indeciblemente —como informa cualquier revista o periódico especializado en economía y finanzas— con la comercialización a gran escala de las llamadas «vacunas», eufemismo que intenta definir pero que no describe a esas preparaciones farmacéuticas que, en el mejor de los casos, actúan supuestamente como profilaxis del virus y, en el peor, provoca efectos adversos reconocidos por los propios fabricantes y científicos que los han descrito en artículos publicados en revistas científicas especializadas.
Dedico este trabajo al Dr. Robert W. Malone y, por extensión, a todos los valientes médicos y científicos, hombres y mujeres que honran el juramento hipocrático. Solo espero que su ejemplo sea seguido por todos los médicos que tienen en sus manos la salud de la población mundial.
Definido por la DRAE como «facultad del ser humano de expresarse y comunicarse con los demás a través del sonido articulado o de otros sistemas de signos», el lenguaje humano es un poderoso instrumento que sirve tanto para revelar la verdad como para ocultarla, para informar o manipular verbalmente la opinión pública según sean los intereses de los operadores. Hay tres modos o estrategias para no llamar a las cosas por su nombre: el tabú, el eufemismo y el llamado lenguaje políticamente correcto. Prescindiremos por ahora del primero para detenernos en analizar los otros dos. El eufemismo es una figura retórica con la que morigeramos o contenemos las expresiones que son demasiado crudas, hirientes o desagradables. Cuanto más se utiliza el eufemismo, mayor desgaste sufre. En ocasiones, el exceso de decoro puede rayar con el engaño o la manipulación verbal. Por esta razón cuando el eufemismo se usa como una estrategia engañosa para dar a una cosa el nombre que pertenece a otra, este abuso conlleva las características de una falsedad categorial que moralmente obliga a quien lo advierte, ponerla en evidencia en beneficio de los demás, porque estamos flagrantemente ante una forma de manipulación verbal que, para alcanzar una finalidad no declarada, evita llamar las cosas por su nombre.
En tanto que lo «políticamente correcto» se ha relacionado con dos movimientos filosóficos: la Escuela de Frankfurt y la Asociación Americana de Antropología, uno de cuyos miembros, Edward Sapir, junto con el lingüista aficionado Benjamín Whorf, formuló el postulado ahora conocido como «hipótesis Sapir‑Whorf». La llamada «hipótesis Sapir‑Whorf» tiene dos partes: relatividad lingüística y el determinismo lingüístico. Estas dos partes son conocidas como «hipótesis débil» e «hipótesis fuerte». La «hipótesis débil» (por tanto, tan difícil de confirmar como de desmentir), postula una relatividad lingüística al decir que toda lengua conlleva una visión específica de la realidad y que, por tanto, determina al pensamiento. Este relativismo lingüístico asume que la cultura es conformada por el lenguaje. En tanto la «hipótesis fuerte» postula un determinismo lingüístico es el proceso por el cual las funciones de la mente son determinadas por el lenguaje que uno habla. Es decir, los pensamientos que construimos están basados en el lenguaje que hablamos y en las palabras que usamos. Sapir-Whorf consideran que los seres humanos somos capaces de pensar únicamente sobre objetos, procesos y condiciones a los que podemos asociar un lenguaje (determinismo). En su estudio de distintas lenguas (francés, alemán, chino, etc.) y su pensamiento subyacente, demuestran que la cultura está ampliamente determinada por el lenguaje (relativismo). Diferentes culturas perciben el mundo de forma diferente. El relativismo lingüístico de Whorf ha recibido ácidas y profundas objeciones críticas desde su formulación por parte de lingüistas de peso como Noam Chomsky (1975); Helmut Gipper (1979); y posteriormente continuó siendo cuestionada en tiempos más recientes, pero eso no impidió que esta teoría, nacida en los Estados Unidos, encontrara una favorable acogida entre los defensores de los derechos de las minorías, sobre todo grupos de identidad como los negros, las feministas, los homosexuales e inmigrantes, convirtiéndose en los principales promotores de un lenguaje «políticamente correcto».
Nunca creí en el supuesto carácter profético de la literatura y el cine de ficción científica. Por el contrario, siempre me pareció que la llamada literatura de ficción científica con sus utopías y distopías, sus catástrofes climáticas con tremendos terremotos y arrasadores tsunamis, sus apocalípticas visiones de aniquiladoras guerras nucleares, sus remotas conquistas espaciales para colonizar lejanos mundos de nuestro sistema solar y de otros sistemas planetarios distintos del nuestro, sus contactos con civilizaciones alienígenas, sus viajes en el tiempo, sus mundos paralelos, sus sociedades tecnocráticas, sus dictaduras mundiales, los virus de diseño para provocar descontroladas pandemias, es una manera de exponer la agenda secreta de la élite global sin correr el riesgo de ser considerados como «conspiranoicos». Al igual que en el cuento de Edgar Allan Poe, The Purloined Letter [«La Carta Robada»] (1844), a la élite global le encanta poner en evidencia sus planes a la vista de quien quiera verlos, pero ocultos ante los ojos de aquellos que, parafraseando el tradicional proverbio chino, cuando el sabio les señala la luna, se quedan mirando el dedo.
Se ha instaurado la tendencia periodística de los «fact-checkings» como métodos para combatir la propagación de «fake news». El auge de Internet y de las redes sociales ha favorecido la difusión de información acerca de asuntos públicos. Los mensajes a través de tales canales se difunden con tan inusitada rapidez que conllevan la potencial posibilidad de alcanzar la difusión viral. La facilidad de acceso a estos medios, a través de una computadora o un celular, hace que existan menos filtros para verificar las fuentes de la información, por lo que esta no siempre es veraz. Estos dos factores han facilitado la explosión del fenómeno de fake news, artículos noticiosos que son intencionalmente falsos y que pueden engañar al público. La proliferación de las fake news (bulos o noticias falsas) en las redes sociales, obliga a controlar y verificar sus fuentes, comprobar si se trata de una noticia real o de un bulo. Ante un panorama informativo tan diverso y viciado por la presencia de noticias intencionalmente falsas, el fact-checking journalism se ha convertido en una herramienta relativamente eficaz para corroborar o desmentir información y verificar el discurso público. Todas las organizaciones de fact checking comparten la común misión de verificar el discurso público para fortalecer la democracia, aumentar la rendición de cuentas (accountability) e incentivar la participación ciudadana mejor informada, con foco en los hechos y la circulación de más datos fidedignos.
En una época de tanta indigencia intelectual y degradación moral como la que vivimos, una época signada por la «posverdad», la desinformación y el relativismo, no es de extrañar que la falsedad se intercambie y confunda con la verdad o que, la mayoría de las veces, por medio de la manipulación de la información, aquella predomine sobre ésta. Existe consenso en afirmar que las redes sociales son el principal medio de propagación de las noticias falseadas, las famosas «Fake News», es decir, un tipo de bulo de contenido aparentemente informativo pero que ha sido creado con la intención de desinformar y confundir a la opinión pública. Los bulos o informaciones trucadas y fraudulentas, han logrado que, actualmente, la opinión pública relativice a la información fidedigna, que hasta la contraste con la falsa información y albergue dudas sobre cualquier información real que se difunda. No cabe duda de que las informaciones falsas han modificado definitivamente las relaciones entre el público y los medios informativos. Hoy día cualquier falsedad puede ser creída como una verdad y la verdad descreída como si fuese una falsedad.
¿Qué ocurre cuando el periodismo de verificación de hechos deja de ser imparcial y objetivo? Lo primero que se resiente es la confiabilidad. Para eliminar sesgos de interpretación tendenciosa y falsedades intencionales de noticias que han sido determinadas como incorrectas, los periodistas deben seguir determinados criterios de verificación de datos de manera interna antes de hacer pública la información veraz. Esto requiere que los verificadores de información se encuentren libres de tendencias partidistas o ideológicas en su práctica, ya que de otro modo, la verificación no cumple con las exigencias de imparcialidad y objetividad. Cuando el propio periodista de verificación vicia la información presentando como falsa una información, entonces no se comporta como un verificador, sino como un mero agente ideológico o propagandista de un relato oficialista. La conveniencia del método de fact-checking debe necesariamente ser objeto de controversia, cuando es usado por el Estado o por algún grupo periodístico ligado a los intereses comerciales del corporativismo empresarial porque viola las condiciones de imparcialidad y objetividad. ¿Es válido entonces democrática y constitucionalmente su uso?
Esta última impresión es la que me quedó cuando el 29 de octubre de 2020, leí el artículo del señor Juan José Domínguez Ponce de León, en su intento de descalificar a la Dra. Chinda Brandolino. «Son falsas las afirmaciones de Chinda Brandolino sobre la vacuna contra el nuevo coronavirus», sostiene Ponce de León en un artículo publicado en el sitio «Chequeado». Con un enorme rótulo rojo que en su interior encierra la palabra «Falso» este opinólogo pretende descalificar a una médica experimentada. El artículo entonces me chocó por el enfoque sesgado y prejuicioso del periodista, razón por la que deliberadamente postergué una respuesta hasta obtener datos científicos serios y objetivos que confirmaran o refutaran a la médica argentina. La situación se agrava cuando vemos que el señor Juan José Domínguez Ponce de León, editor del sitio de «fact-checking», «Chequeado», la primera web argentina dedicada a la verificación de información y especializada en el análisis y detección de noticias falsas publicadas por los medios de comunicación, hace alarde de un inaudito descaro al atreverse a clasificar como «Fake News» las informaciones brindadas por dos médicos argentinos de acreditada formación y trayectoria académica como la Dra. Chinda Brandolino y el Dr. Luis Marcelo Martínez.
¿Cuál es la competencia médica de la Dra. Brandolino? Se trata de una médica clínica, médica legista y forense argentina. Especialista en temas médicos. Es docente en la Cátedra de Geografía Humana de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de La Plata (UCLP). Miembro fundador del Instituto Santa Gianna Beretta Molla de Investigaciones Biológicas para la Defensa de la Vida (UCLP). Miembro fundador de la Cátedra de la Mujer y asesor médico legal del Instituto de Bioética (UCLP). En cuanto al Dr. Luis Marcelo Martínez, es Médico Genetista con amplia experiencia en Diagnóstico Prenatal y Medicina Fetal. Miembro del Departamento de Genética Pediátrica, Adultos y Diagnóstico Prenatal. Genetista integrante del equipo multidisciplinario de Medicina Fetal UNAIP. Entre 2003-2007 ha sido residente en Genética Médica con rotaciones realizadas en Pediatría clínica en Hospital Fernández (6 meses) - Fundación para el estudio de las enfermedades neurometabólicas (FESEN) (2 meses) - Diagnóstico prenatal y ecografía en CENAGEM (3 meses) - Genética neonatal en Maternidad Sardá (3 meses) - Diagnóstico prenatal y ecografía en Genos (2 meses) - Servicio de Genética en Hospital Garrahan (7 meses). Miembro de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Buenos Aires (SOGIBA). Magister en Biología Molecular e Ingeniería Genética. Posee licencias y certificaciones por el First Trimester Screening (Fetal Nuchal Translucence, Nasal Bone, Facial Angle and Ductus Venosus). Ha sido Presidente de la Comisión Directiva de la Sociedad Argentina de Genética Médica (SAGM-AMA) entre 2016 y 2018. Revisor técnico de artículos científicos en revistas de pediatría.
En lo que concierne al señor Juan José Domínguez Ponce de León, autor de la nota, declara poseer una Maestría en Periodismo de Clarín y la Universidad de San Andrés, cursada y aprobada en 2012, y que es corresponsal en Buenos Aires de los diarios La Voz (Córdoba) y Los Andes (Mendoza). Asimismo se presenta como un periodista acreditado en el Congreso de la Nación. Toda esta formación lo capacita y acredita como periodista, pero, aunque su trayectoria es importante para su profesión, no lo habilita para decidir si las afirmaciones de dos médicos argentinos son verdaderas o falsas solo porque no coinciden con sus propias convicciones personales. Lo que choca en el señor Domínguez Ponce de León es su abrumador subjetivismo.
Curiosamente no declara ninguna experiencia como periodista científico, de modo no se sabe qué tipo de autoridad científica posee o invoca el editor de «Chequeado» para afirmar con tanta soltura de cuerpo que son «falsas» las informaciones y puntos de vista que los dos médicos argentinos brindan a la población para advertirnos sobre el peligro de la inoculación indiscriminada de las vacunas transgénicas. En ciencia, el criterio de verdad es la norma objetiva para fijar la veracidad, la certeza de nuestro conocimiento; el testimonio que confirma y atestigua la justeza de una información. ¿Cuál es el criterio de verdad científica sobre la que basa su opinión el señor Domínguez Ponce de León para calificar de falsa la información brindada por dos expertos científicos argentinos? Asombrosamente, ninguno.
Si la intención verdadera del señor Juan José Domínguez Ponce de León es contribuir a la ilustración de la opinión pública en un tema tan importante como las «terapias génicas» lo primero que debería hacer es evitar el uso del «argumentum ad hominem», un tipo de falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación e intentando desacreditar al emisor de esa afirmación señalando una característica o postura impopular de esa persona. El señor Juan José Domínguez Ponce de León incurre en esta falacia cuando pone de relieve que la Dra. Chinda Brandolino es «la médica, conocida por su militancia contra el aborto legal» que, entre varias aseveraciones, sostiene que «la vacuna no es tal cosa sino una “terapia transgénica”» o cuando se refiere a ella como «la mujer de la Ola Celeste». No conforme con estas caracterizaciones, y para hacer más insidiosa su nota, sostiene que la médica legal y forense está «vinculada con los movimientos antivacunas y organizaciones negacionistas del Holocausto». ¿Qué tiene que ver la ideología de la emisora con el hecho cierto de que se pretende inocular a la población una vacuna transgénica que aún se encuentra en etapa experimental? Hacer uso de esta falacia para desacreditar las afirmaciones de una doctora no es método de investigación científica, sino vulgar recurso de folletinero y panfletista a sueldo.
Con el claro objeto de desacreditar a la Dra. Brandolino, el editor de «Chequeado» sostiene que «en la misiva, dirigida a los senadores, que debatirán el marco legal para una futura vacuna contra la COVID-19, dice que se pretende la “inmunidad jurídica” de las farmacéuticas». Pocos meses después de la fecha de publicación de su libelo, más precisamente el 15 de diciembre de 2020, el diario norteamericano Los Angeles Times en Español, publicó una nota donde señala que el entonces ministro de Salud, Ginés González García, declaró en rueda de prensa que «como parte de las negociaciones Pfizer reclamó la sanción de una ley en el Congreso que le garantizara inmunidad ante la justicia local, una cláusula común impuesta por los laboratorios que producen la vacuna ante posibles litigios». La Cámara de Diputados le dio media sanción, el 7 de octubre, con 230 votos a favor, 8 en contra y 11 abstenciones. Tres semanas después el Senado dio su visto bueno. No otorgó inmunidad jurídica a las farmacéuticas, pero les concedió la prórroga de jurisdicción. La norma no otorga inmunidad jurídica a las farmacéuticas, pero permite un cambio de jurisdicción fijada de antemano en el contrato. Es decir, que ante un problema legal, éste debía resolverse en los tribunales del país o la ciudad que se fijara en el contrato. Pero, según el ex ministro González García, la central de Pfizer en Estados Unidos consideró que no era suficiente y exigió «una nueva ley». La compañía también habría puesto como requisito que el contrato no fuera firmado por el Ministerio de Salud sino por Alberto Fernández.
Causa extrañeza la actitud del señor Domínguez Ponce de León al negar que es falso que el «lobby» farmacéutico pudiera entonces exigir a nuestro país «inmunidad jurídica». Parece ignorar que muchos países dieron y dan a las empresas farmacéuticas inmunidad contra eventuales lesiones causadas por las vacunas. Al igual que los Estados Unidos, muchos otros países también siguen la política de inmunidad jurídica a las empresas farmacéuticas contra eventuales lesiones causadas por las vacunas. Entonces ¿por qué negar que las empresas farmacéuticas pueden exigir a la Argentina la misma inmunidad jurídica de que goza tanto en Estados Unidos como en Europa? Las empresas farmacéuticas fundamentan su solicitud de «inmunidad jurídica» al hecho nunca comprobado de que las vacunas salvan muchas más vidas de las que matan, pero lo real es que a nivel mundial no contamos aun con una contabilización de las muertes y otros daños provocados por las vacunas. En agosto de 2020, la prensa europea hizo trascender la noticia de que el «lobby» farmacéutico presionaba a la Unión Europea para tener inmunidad jurídica ante los posibles efectos secundarios que puede causar la nueva vacuna. La Comisión Europea reconoció que hubo conversaciones para que los 27 Estados miembros indemnicen a los fabricantes por el «alto riesgo que asumen». En Portugal, los contratos con las farmacéuticas, como en muchos otros países, son confidenciales. Las condiciones dadas por el Estado a las empresas farmacéuticas son secretas y el valor que los fondos públicos pagan cada año a las farmacéuticas para haber vacunas en Portugal. Una política libre, según los gobiernos, incluyendo el portugués, que se paga con el dinero de todos los contribuyentes.
Quedó establecido que el señor Domínguez Ponce de León no es biólogo, genetista, médico, virólogo ni científico. No obstante se permite desmentir el argumento médico que sostiene que las vacunas ARNm es una «terapia génica», pero sin hacer ningún esfuerzo para explicar a sus lectores por qué estas afirmaciones son, según su criterio periodístico, científicamente falsas. Por el contrario, el editor de «chequeado» sostiene que es falso porque RedDes así lo asegura. Alegre y flagrantemente, el señor Domínguez Ponce de León, incurre en la «Falacia de Falsa Autoridad» que, como se sabe, consiste en apelar a una autoridad que carece de valor por no ser concreta, competente, imparcial, o estar tergiversada. Da por invalidada la opinión experta de la Dra. Brandolino, solo porque una red de medios periodísticos que él mismo coordina asegura que es falsa. Como un conjunto de medios periodísticos, RedDes es una autoridad científicamente inconcreta, incompetente e inexistente. El empleo de una falsa autoridad y el afán de engañar son dos características de esta falacia. Veamos bien por qué RedDes no puede invocarse como autoridad.
¿Qué es RedDes? ¿Es el acrónimo de alguna entidad médica o científica? No. La Red Federal contra la Desinformación (RedDES) es un proyecto periodístico colaborativo en el que participan medios de todo el país, pero es coordinado por «Chequeado» y cuenta con el apoyo de Facebook. Como se ve, toda una garantía de objetividad e imparcialidad científica. Sus objetivos son «producir y difundir contenidos verificados que pongan en evidencia desinformaciones relevantes sobre el COVID-19 y formar periodistas en métodos y herramientas de verificación de la información viral en contexto de pandemia». Que nadie dude del desinteresado «altruismo» de estos «informadores que intentan poner en evidencia las desinformaciones sobre el covid-19.
Por nuestro lado, intentaremos explicar por qué la Dra. Chinda Brandolino sostiene que «la vacuna no es tal cosa sino una terapia transgénica». En primer lugar, deberíamos saber qué cosa es lo que se denomina en biología «terapia transgénica» o «terapia génica». La terapia génica es una forma experimental de tratamiento que consiste en la introducción de una copia sana (por lo general clonada) de un gen defectuoso en las células del paciente. La idea es modificar la información genética de la célula del paciente que es responsable de alguna alteración o afección, para que esa célula recupere su normalidad. La transferencia del material genético se suele realizar mediante el uso de vectores virales que utilizan sus capacidades biológicas propias para entrar en la célula y depositar el material genético.
Como sostiene el señor Juan José Domínguez Ponce de León, la Dra. Chinda Brandolino afirma, en efecto, que la vacuna «introduce un ácido ribonucleico (ARN) envuelto en nanopartículas de lípidos, para no ser atacado por los anticuerpos de nuestro organismo» y para que, de esta manera, el ARN «penetre directamente en el núcleo de todas nuestras células». Desde el punto de vista de la Dra. Chinda Brandolino y del médico genetista y expresidente de la Sociedad de Genética Argentina, Dr. Luis Marcelo Martínez, la vacuna que se pretende inocular a la población para inmunizarla del covid-19 es capaz de modificar nuestro genoma, porque puede fabricar la enzima convertidora de angiotensina 2 para que despierte la producción de anticuerpos contra ella misma. Esta proteína que se encuentra abundantemente en testículos, y algo menos, en corazón y riñón, no se encuentra en el pulmón. Ambos profesionales, llegan a la conclusión de que la aplicación de la vacuna podría «esterilizar a todos los varones que la reciban, en forma perenne e irreversible», y que es altamente probable que no solamente «muera mucha gente con su inoculación, sino que se produzcan alteraciones genéticas que se transmitirán a los hijos».
¿Son exageradas y alarmistas estas advertencias de la Dra. China Brandolino y el Dr. Luis Marcelo Martínez? Según informes de la Organización Mundial de la Salud, al 9 de septiembre de 2021, había 35 vacunas para Covid-19 en estudios clínicos (en fases uno a tres de prueba en humanos) y 145 en estudios preclínicos. De las primeras 35 en prueba, 17 se basan en técnicas de ingeniería genética no probadas antes en humanos. La forma de acción de una vacuna convencional consiste en insertar un virus muerto o atenuado —que supuestamente no infecta—, para causar una reacción del sistema inmunológico por la cual aprende a reconocer ese tipo de virus y así el organismo podría evitar futuras infecciones. En cambio, las vacunas transgénicas actúan de un modo diferente ya que consisten en introducir ADN o ARN foráneo en un organismo sano para crear una proteína similar a las del SARS-CoV2, utilizando sus propios recursos celulares. Si funciona —nadie puede garantizarlo, porque es un método experimental—, esta proteína sería reconocida como ajena por nuestro sistema inmunológico, que supuestamente produciría anticuerpos para prevenir próximas infecciones.
«Acerca de la presunta capacidad de la eventual vacuna de “penetrar directamente en el núcleo de todas nuestras células”, tal como se explica en varios estudios científicos, las vacunas de ARN mensajero son seguras porque no contienen agentes infecciosos y no pueden de ninguna forma interferir en la secuencia de ADN de nuestras células», dice el señor Juan José Domínguez Ponce de León, basado en tres artículos científicos. Y pertrechado con este módico arsenal de datos científicos, reunidos de la lectura de tres artículos, pretende refutar los argumentos e incluso demostrar su falsedad de dos connotados especialistas argentinos. Lo que no dice el editor de «Chequeado» ni tampoco los autores de los tres artículos consultados son las consecuencias futuras de esas vacunas de ARN mensajero. Es cierto que no contienen agentes infecciosos, pero si pueden interferir en la secuencia de ADN de nuestras células causando daños hasta ahora no advertidos ni previstos. Lo mismo que el señor Juan José Domínguez Ponce de León hay otros periodistas que sostienen que las vacunas de ARN mensajero sólo sirven para enseñarle a nuestro organismo a combatir el virus SARS-CoV-2 que causa la COVID-19, pero no intervienen, no dañan ni modifican nuestro organismo. Artículos científicos publicados recientemente demuestran que las vacunas Pfizer, Moderna, Astrazeneca, Janssen, entre otras, pueden modificar y dañar nuestro organismo. Por ejemplo, producir alteraciones no previstas en el ciclo menstrual de muchas mujeres jóvenes inoculadas con dos dosis.
Un reciente estudio publicado en la revista médica «Obstetrics & Gynecology» con el título de «Association Between Menstrual Cycle Length and Coronavirus Disease 2019 (COVID-19) Vaccination. A U.S. Cohort» (2022), firmado por un colectivo mixto de ginecólogos y obstetras, se hace eco de las quejas de muchas mujeres sobre retrasos o mayor o menor sangrado o incluso más dolor en su menstruación, tras haberse vacunado. El objetivo del estudio es evaluar si la vacunación contra el coronavirus 2019 (COVID-19) se asocia con cambios en la duración del ciclo o de la menstruación en las mujeres vacunadas en comparación con una cohorte no vacunada. El estudio se hizo sobre todo con mujeres con ciclos regulares (de entre 24 y 28 días entre el primer día de una regla y el primero de la siguiente) y la mayoría eran de raza blanca. El estudio no incluyó a mujeres que toman anticonceptivos hormonales (que marcan los días de duración del ciclo), grupo que ahora la Dra. Edelman quiere estudiar. En el estudio de EEUU, los investigadores analizaron entre octubre del 2020 (cuando aún no se habían empezado a inocular las vacunas a la población en general) y septiembre de 2021, datos anónimos a través de una App de fertilidad (Natural Cycles) de 4.000 mujeres estadounidenses vacunadas y no vacunadas de entre 18 y 45 años. De 2.403 de ellas, vacunadas (el 55% con Pfizer, el 35% con Moderna y el resto con Janssen), se analizó un seguimiento prospectivo de los datos de los tres ciclos menstruales anteriores a vacunarse y los tres posteriores.
Igualmente, se analizaron seis ciclos consecutivos de 1.500 mujeres no vacunadas. Se utilizaron modelos de efectos mixtos para estimar la diferencia ajustada en el cambio de la duración del ciclo y la menstruación entre las cohortes vacunadas y no vacunadas. Entre las vacunadas se constató que entre los ciclos antes de la inoculación y los posteriores, se retrasaba la regla menos de un día de media, 0,64 días; 0,79, tras la segunda dosis. Si las dos dosis se administraban en el mismo ciclo, lo que se observó en 358 mujeres, el retraso llegaba a dos días de media. La mayoría de la cohorte vacunada recibió la vacuna de Pfizer-BioNTech (55%) (Moderna 35%, Johnson & Johnson/Janssen 7%).
Si bien los cambios de duración del ciclo menstrual inferiores a 8 días se consideran normales por la International Federation of Gynecology and Obstetrics, los cambios en las cohortes vacunadas que previo a la inoculación tenían períodos regulares, evidencian que el impacto de las vacunas en el ciclo menstrual puede, en ciertos casos, sobrepasar los dos días. Alrededor de un 10% de las mujeres sufrieron cambios en el periodo más grandes, de ocho días o más, pero, según los investigadores, pudieron retornar a sus reglas normales en los siguientes dos ciclos tras la vacunación. Sin embargo, los expertos descartaron que los cambios puedan atribuirse al estrés por la pandemia, sobretodo porque no vieron alteraciones similares entre las no vacunadas. ¿A qué puede deberse la alteración? La Dra. Alison Edelman, profesora de ginecología y obstetricia en la Universidad de Portland (Oregón) e investigadora principal, es una de las autoras de dicho estudio, responde a esta pregunta señalando que durante la vacunación se liberan citoquinas (proteínas) que pueden alterar el regular funcionamiento del «reloj corporal» del que forma parte el ciclo menstrual.
Hace pocos días, el Ministerio de Salud de Japón ha confirmado que las vacunas de mRNA de Pfizer y Moderna provocan miocarditis y pericarditis en los más jóvenes. Estos datos coinciden con los casos de miocarditis notificados oficialmente en Israel. Un estudio científico titulado «Myocarditis after Covid-19 vaccination in a large healthcare organization» (2021) publicado en «The New England Journal of Medicine», sostiene que se ha descubierto que la vacuna de Pfizer provoca 21,3 casos de miocarditis por cada millón de personas en la población general. En la prestigiosa revista científica The BMJ, llamada British Medical Journal hasta 1988 y BMJ entre 1988 y 2014, una revista médica publicada semanalmente en el Reino Unido por la Asociación Médica Británica, han aparecido varios artículos con la misma orientación investigativa como «Myocarditis after vaccination against covid-19» (2021) del Dr. W. F. Gellad, professor of medicine and director del Center for Pharmaceutical Policy and Prescribing, University of Pittsburgh School of Medicine, Pittsburgh, PA, USA, «SARS-CoV-2 vaccination and myocarditis or myopericarditis: population based cohort study» (2021) del Dr. Anders Husby et Alt.
Recientemente se han publicado artículos médicos que dan cuenta de los efectos adversos relacionados a la vacuna, en los cuales se presenta una forma de trombosis inusual (relacionada a plaquetas bajas) asociada a la vacuna de AstraZeneca y Janssen (Johnson & Johnson). Si bien se hace notar que esta condición es extremadamente rara, de 0,001% de las dosis, estos efectos adversos han sido observados en gente joven (menor a 50 años), sin enfermedades previas y se presenta de 4-28 días después de la vacunación. La trombocitopenia trombótica inmunitaria inducida por vacunas (VITT, por sus siglas en inglés) se define como un síndrome clínico caracterizado por todas las anomalías de laboratorio y radiológicas descritas a continuación que ocurren en individuos de 4 a 30 días después de la vacunación con Ad26.COV2 (Johnson & Johnson) o ChAdOx1 nCoV-19 (Oxford-AstraZeneca). Ambas vacunas comparten la misma plataforma viral recombinante de adenovirus tipo 26 de chimpancé no replicativo. Sin embargo, se observaron los mismos efectos adversos en jóvenes de ambos sexos vacunados con Pfizer y Moderna. Las vacunas contra el COVID-19 de Pfizer-BioNTech y Moderna son vacunas de ARN mensajero, también llamadas vacunas de ARNm.
En julio de 2021, «Expert Opinion on Drug Safety», una revista médica mensual revisada por pares que publica artículos de revisión sobre todos los aspectos de la fármaco-vigilancia y documentos originales sobre las implicaciones clínicas de los problemas de seguridad del tratamiento de drogas, publicó el artículo «Thromboembolic events in younger women exposed to Pfizer-BioNTech or Moderna COVID-19 vaccines» firmado por Maurizio Sessa, investigador del Pharmacovigilance Research Center, Department of Drug Design and Pharmacology, University of Copenhagen; Kristian Kragholmb, investigador del Department of Cardiology, Aalborg University Hospital; Anders Hviida, investigador del Department of Epidemiology Research, Statens Serum Institut, Copenhague y Morten Andersena, investigador del Pharmacovigilance Research Center, Department of Drug Design and Pharmacology, University of Copenhagen, los autores señalan que «el 19 de marzo de 2021, de los 13,6 millones de mujeres de ≤ 50 años expuestas a al menos una dosis de las vacunas Pfizer-BioNTech o Moderna COVID-19 en los EE.UU., sólo se notificaron 61 casos con un total de 68 eventos tromboembólicos (1 caso por cada 222.951 vacunadas)». Veinticinco de los 61 casos (41%) informaron sobre factores de riesgo de eventos tromboembólicos como hipertensión (4), antecedentes médicos de trombosis venosa (3), cáncer (2), fibrilación auricular (1) diabetes mellitus (2), obesidad (1), deficiencia de IgG que requiere infusión de IgG (1), deficiencia de proteína-c (1), lupus sistémico (1), o exposición a anticonceptivos hormonales (3), ibuprofeno (1) o fentermina (1).
Esto significa, por un lado, que estas vacunas pueden, ocasionalmente, provocar eventos tromboembólicos en personas sin antecedentes, tanto como causarlos en personas con antecedentes médicos de trombosis venosa o algunas otras dolencias predisponentes a trombosis. Este solo dato debería ser tomado en cuenta por las autoridades políticas y sanitarias a la hora de pretender inocular indiscriminadamente con una o dos o hasta tres dosis de las vacunas a toda la población. La lógica indica que no todas las personas son susceptibles de recibir estas vacunas, porque si estos eventos se han provocado con una o dos dosis, no sabemos qué efectos adversos podrían aparecer con nuevas dosis.
Al tratarse de vacunas experimentales aun no se han podido medir los efectos adversos en humanos inoculados con las vacunas Pfizer-BioNTech y Moderna de ARN mensajero, también llamadas vacunas de ARNm. Esta es la técnica experimental a la que han recurrido las empresas Pfizer/BioNTech y Moderna para la fabricación de sus respectivas vacunas. Según explica el biólogo español Fernando López-Mirones, en una entrevista que le realizaran en noviembre de 2020, esta tecnología solo se ha probado en ratones, simios y tejidos. López-Mirones ha señalado que la población no está siendo advertida de los riesgos que podría conllevar inocular ARN mensajero en seres humanos. Observó entonces: «Es imposible medir los efectos secundarios de una vacuna de ARN mensajero como las de Pfizer y Moderna en tan poco tiempo. Una vacuna, hasta su aprobación, tarda entre dos y once años y ahora estamos hablando de diez meses». La forma de acción de esas vacunas de hecho transforma a nuestro organismo en transgénico, porque no es una proteína foránea ante la cual nuestro sistema reacciona naturalmente, como ocurría con las anteriores vacunas, sino que se ha introducido en nuestro organismo una proteína que manipula nuestro sistema genético para crear el supuesto enemigo que los anticuerpos deben atacar. Teniendo en cuenta que el método es experimental y que no ha sido lo suficientemente ensayado, nadie puede prever las consecuencias que esta vacuna podría desencadenar en nuestros organismos.
Según advierten un nutrido número de médicos, virólogos y biólogos moleculares, existen riesgos considerables en la aplicación de las terapias génicas. Una vez introducido el ADN o ARN en las células de un organismo sano para crear la proteínas S, no está claro cómo se detendrá la producción de ese antígeno ni qué efecto tendrá la presencia continuada del ADN/ARN sintético en las células, que además, en el caso de las de ADN, llega con un promotor génico muy activo. Tampoco hay todavía una abundante literatura científica que informe qué tipo de células se verán afectadas, si las proteínas o el ADN introducido en el sistema circulatorio y llega a otros órganos. Los receptores ACE2, que son los que habilitan a las proteínas S al introducirse en las células, existen en riñones, pulmones y testículos, lo cual existe la posibilidad de que puedan provocar eventualmente respuestas inflamatorias graves, reacciones autoinmunes u otros efectos desconocidos. Se sabe que, en experimentos con animales, este tipo de vacunas transgénicas han producido procesos inflamatorios severos y lo que llaman respuesta paradójica: en vez de atacar al virus específico, reacciona contra otros virus presentes en el organismo, produciendo inflamación y otros daños severos.
Los tiempos de evaluación de las vacunas que están en etapa de experimentación no contemplan más que riesgos a corto plazo, pero tienen en cuenta las reacciones adversas que podrían surgir posteriormente. Hay acuerdo entre los médicos, investigadores y científicos, que aún se está muy lejos de lograr una vacuna segura y eficaz. Ni siquiera se sabe aún cuántas dosis serán necesarias para lograr una inmunidad duradera. Esta es la principal razón por la que los procesos de aprobación de vacunas llevan varios años, pero irresponsablemente el gobierno y sus funcionarios desoyen las advertencias de los expertos aprobando una ley que obliga a toda la población a vacunarse sin considerar siquiera los riesgos futuros. La actual campaña de vacunación a nivel mundial parece ser el mayor experimento transgénico masivo en seres humanos. No cabe duda que quienes saldrán ganando serán las trasnacionales farmacéuticas, que lucran con la producción de virus diseñados en laboratorios y con la propagación o continuación de las pandemias. Es seguro que quienes saldremos perdiendo somos los simples ciudadanos a los que los grupos de poder pretenden usarnos como meros cobayos de laboratorio.
Quizás no huelgue aclarar algo que, no por evidente, debe ser soslayado. Atender aquellas advertencias de la Dra. Chinda Brandolino o el Dr. Luis Marcelo Martínez que el sentido común aconseja tener en cuenta sobre el potencial daño que podría causar una vacuna génica, no me obliga necesariamente a compartir sus ideologías políticas o religiosas, sean éstas del signo que fueren. Desde el punto de vista en el que sitúo mi enfoque, tanto las ideologías políticas como creencias religiosas, son elecciones personales que, a la hora de juzgar un criterio científico, no tienen mayor importancia. Por ejemplo, la Dra. Chinda Brandolino es católica, descalificarla por su ideología política o por su creencia religiosa es incurrir justamente en la misma falacia del «argumentum ad hominem» del señor Juan José Domínguez Ponce de León. No cometo el error de descalificar las afirmaciones de un científico o un especialista por sus ideas políticas o creencias religiosas.
Tampoco incurro en la falacia de autoridad de aceptar lo que un científico declare en público sin basar sus afirmaciones en la evidencia científica. Defender algo como verdadero porque quien lo dice tiene cierta autoridad en la materia —aunque no aporte evidencias—es incurrir en una falacia de autoridad. Este tipo de razonamiento falso, elude la carga de la prueba, es decir, la obligación de aportar datos que sostengan las afirmaciones. Si bien es cierto que ninguno de los dos especialistas han aportado evidencia científica sobre los posibles efectos de la vacuna transgénica (nadie podría porque aún se encuentra en fases de experimentación), nadie puede negar que, mutatis mutandis, tampoco sus detractores o críticos han podido demostrar lo contrario, es decir, describir qué tipo de células se verán afectadas, si las proteínas o el ADN introducido en el sistema circulatorio, puede llegar a otros órganos y causar daños irreversibles.
Ningún científico está en condiciones de saber o siquiera sea predecir cuáles serán las consecuencias de una vacunación masiva. «Chequeado» tampoco puede sostener como hacen su editor y algunos de sus cronistas que las afirmaciones de los dos médicos argentinos sean falsas, pues ninguno de ellos es científico y por más lecturas de artículos científicos que tengan o consultas a investigadores del CONICET que realicen, no están en condiciones de contrastar a especialistas médicos cuando ninguno de ellos acredita una formación como médico ni mucho menos como científico. Pero, aun siéndolos, no estarían en condiciones de predecir cuáles serían los riesgos para la salud humana. El científico británico Sir Peter Ratcliffe, Director de Investigación Clínica del reconocido Instituto Francis Crick (en Inglaterra) que, dicho sea de paso, obtuvo el Premio Nobel de Medicina de 2019, junto a los estadounidenses William Kaelin y Gregg Semenza, por sus descubrimientos sobre cómo las »células sienten el oxígeno disponible y se adaptan a él». se ha unido a la lucha contra el coronavirus desde el área de diagnóstico e investigación, hizo pública su incertidumbre respecto a la pandemia: «Es difícil saber qué decir o cuáles son las observaciones correctas. La verdad es que nosotros, en este momento, realmente no sabemos dónde terminará todo esto».
Y no son pocos los científicos que manifiestan públicamente esta misma incertidumbre. Lo real es que cualquier intento de inocular masivamente a toda la población, desde niños hasta ancianos, con vacunas cuyos efectos adversos aún no están lo suficientemente establecidos ni son completamente conocidos. Pero, como esperamos haber demostrado a través de los datos aportados, las lesiones y muertes por las vacunas aunque sean mínimas o que estadísticamente parezcan insignificantes, al menos dan un indicio claro de que no todo el mundo puede ser coaccionado moral, psicológica o físicamente, para que acepte vacunarse, pues existe la posibilidad de que el remedio sea peor que la enfermedad. Para pacientes que padecen cardiopatías, que han tenido episodios trombóticos o algún ACV, deberían ser inmunizados por medio de otras terapias que no por alternativas, son menos eficaces. El subjetivismo y el relativismo imperantes minimizan los daños y muertes de la vacunación diciendo que son una minoría ínfima, que las vacunas salvan más vidas que las muertes que causan. Como toda verdad a medias, no es la verdad completa. El hecho de que las lesiones causadas por las vacunas sean, a juicio de muchos opinólogos, cuantitativamente mínimas ¿luego no interesan? Habría que conocer qué pensarían si la muerte o lesión grave les ocurre a ellos mismos o algún miembro de su familia.
A esta altura nadie ignora que «1984» la novela distópica de George Orwell describe el clima opresivo que domina Oceanía, un país dominado por el régimen represor de un gobierno totalitario que mantiene bajo constante vigilancia a sus ciudadanos e, incluso, insiste en espiar todos sus movimientos, fuera y dentro de sus domicilios, en las escuelas y las fábricas o lugares de trabajo, e incluso llega a controlar sus pensamientos para mantener el orden. Si bien se dice que en esta novela el escritor británico, un marxista disidente de ideología trotskista, denunciaba las medidas autoritarias puestas en práctica por dictaduras del siglo XX como las de Franco y Stalin. Sin embargo, en el siglo XXI, China parece encarnar a la perfección ese Estado Policial descrito en la novela, mucho más que cualquier otro régimen totalitario anterior. Si el régimen totalitario estalinista estableció en la Unión Soviética un modelo de sociedad comunista que sustituyó la utópica «Dictadura del Proletariado» propuesta por Karl Marx por una férrea «Dictadura de Burócratas», el régimen totalitario chino ha ido mucho más lejos imponiendo un modelo de sociedad comunista dominado por una «Dictadura de Tecnócratas». Esta es la impresión que tuve luego de ver «China: ¿Estado policial o laboratorio del futuro?» el excelente documental realizada por la Deutsche Welle [DW].
Ni en la exURSS ni en la actual China el comunismo ha sido una liberación para el obrero, sino su más perfecta forma de reclusión que lo obliga a vivir dentro de la cárcel ordenada de un Estado Policial que todo lo vigila, que todo lo ve, que controla, a través de la tecnología digital, cada movimiento, cada paso que cualquier ciudadano chino da dentro o fuera de su casa. Aunque no es exclusivo de ese país, en China tienen un sistema de vigilancia para ver qué hace cada ciudadano, sus ciudades más importantes son altamente inteligentes, tienen cámaras en todas partes, los datos de cada ciudadano los controla el gobierno, por ejemplo, solo en Shangai tienen 29 mil cámaras en las calles que permiten ver, controlar, registrar, todo lo que hace cada uno de sus habitantes, desde la hora en que se conecta a una red social, el tiempo que no se conecta, con quienes se comunica, qué publica en sus perfiles, con quienes interactúan, todo por medio del celular que además está interconectado con todos sus electrodomésticos, informando qué alimentos están en buen estado en su heladera o avisando cuáles están próximos a su fecha de vencimiento, recomendando que se consuman antes de que no puedan aprovecharse, etc. Todos los habitantes de la ciudad están registrados, se saben sus edades, se conocen sus rostros, se siguen todos sus movimientos, se tiene información sobre su salud, lugares de trabajo y a qué se dedica cada uno, porque todos están conectados al sistema de un enorme centro de vigilancia que se denomina «El Cerebro» pero que, por sus características, recuerdan el ojo omnividente del «Gran Hermano».
El denominado «Cerebro» es el nombre del sistema de vigilancia más grande del mundo, localizado en Shangai. Se trata de un proyecto impulsado por el gobierno que planea imponerlo en todo el territorio. Este sistema de operativo funciona las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, el ojo omnividente del «Gran Hermano» chino jamás se duerme, nunca se cierra, permanece despierto vigilando a los ciudadanos todo el tiempo. El secreto está en su algoritmo finamente diseñado para detectar y prevenir cualquier situación indeseada por la dictadura china, que enseguida censura las protestas de sus disidentes, detecta al «mal ciudadano» que no lleva un tapabocas o incluso el imprudente obrero industrial que no se ha puesto el casco de protección. Las cámaras de «El Cerebro» están preparadas para captar de inmediato cada interacción que los ciudadanos realizan en la ciudad, todo en tiempo real. El plan orwelliano de China para monitorear, controlar, premiar o castigar el comportamiento de sus ciudadanos es construir lo que se ha llamado «la red de videovigilancia más grande y más sofisticada del mundo». El Estado policíaco chino recopila cantidades gigantescas de datos y los ciudadanos participan voluntariamente pues para aquellos que aceptan colaborar y respetan las reglas hay ofertas y recompensas. En 2017 ya habían 170 millones de cámaras de circuito cerrado desplegadas por todo el país para vigilar a sus 1.300 millones habitantes. En aquel tiempo se calculaba que para los próximos tres años, es decir, para 2020, iban a instalarse unos 400 millones más.
El sistema de vigilancia chino es tan eficaz que tienen un programa que se llama «algoritmo de reconocimiento facial omnipresente» puede fácilmente identificar un rostro en medio de enormes multitudes. La pandemia trajo planteó un gran problema cuando el sistema dejó de funcionar cuando no pudo reconocer ningún rostro porque iban cubiertos con barbijos. De inmediato se puso en marcha el diseño de un «algoritmo de reconocimiento facial con barbijo» por lo que ahora ningún rostro queda sin clasificar y etiquetar aun cuando lleve un barbijo o esté parcialmente cubierto por un tapabocas, porque el programa permite hacer reconocimiento facial tipo antifaz, o sea que reconocen el rostro aun cuando el individuo observado se cubra con un tapabocas, sin importar que apenas se ven solo sus ojos, las cejas, la frente o los pómulos, porque pueden detectarlo hasta por la forma en qué miran, de modo que el sistema los identifica y ya saben quién es, en qué trabaja, cuánto dinero tiene en el banco y que le gusta hacer, etc. Naturalmente, este es el sistema de espionaje más invasivo porque no respeta ninguna privacidad ni hay libertades individuales o derechos humanos o derechos constitucionales que valgan. Organizaciones de derechos humanos como «Human Rights Watch» apuntaron que el masivo sistema de recolección de datos de la policía china «es una violación de la privacidad» y el sistema de videovigilancia apunta a seguir y predecir las actividades de los disidentes. China no tiene tribunales independientes y carece de leyes que protejan la privacidad. En China se acabaron las libertades individuales, el anonimato, la privacidad, el sistema de videovigilancia sabe con quién se reúne cada ciudadano, cuando entra y sale de su casa, si se mudó a otro distrito, si estuvo en el extranjero, el control de identidad es tan estricto y absoluto que la realidad sobrepasa la distopía orwelliana.
El Estado Policial chino tiene el control total de sus habitantes, de tal forma que si un ciudadano no arroja los residuos en los contenedores de basura, si estaciona mal o comete cualquier tipo de infracción, el sistema de vigilancia enseguida lo identifica y van a su domicilio a arrestarlo o le llega la multa por correo. Además de las 29 mil cámaras en la calle, los vigilan por el celular, la computadora o la televisión, nadie se escapa, la protección de datos personales se acaba con este sistema. Cuando el sistema reconoce un rostro marcado como sospechoso, se envía una alerta a una sala de control e, inmediatamente después, a la policía. A la policía solo le dan la orden de arrestar a determinado ciudadano y les llega a su dispositivo la falta que cometió y en donde vive, la idea del estado vigilante a nadie le gusta, pero nadie hace nada. Al contrario, muchos se sienten cómodos, a gusto, porque aun cuando saben que el gobierno vigila su vida privada, eso les hace sentir seguros. Según las autoridades, este impresionante sistema de videovigilancia sirve no solo para evitar el crimen, sino también para predecirlo. El problema es que «crimen» es un adjetivo que se utiliza como un comodín para calificar toda clase de acto que al Estado le parezca indeseable o peligroso para el orden social que la «Dictadura de Tecnócratas» está construyendo. Pero eso no es todo. Muchas de esas cámaras están equipadas con inteligencia artificial. Algunas pueden reconocer rostros, otras pueden descifrar la edad, la etnia y el género de las personas e incluso saber cuáles son sus ideas políticas o creencias religiosas, por esta razón, los musulmanes uigures son los principales candidatos a ser «reeducados» en centros de detención que son verdaderos campos de concentración y a los que nadie siquiera puede acercarse, mucho menos observar ni tratar de indagar que hay detrás de esos muros.
Los problemas éticos que este sistema de videovigilancia plantea son varios: ¿A quién le pertenecen? ¿Quién puede usarlos? ¿Puede obligarse a un ciudadano a cooperar, aún en contra de sus valores, principios morales, creencias religiosas? ¿Se puede aceptar que los burócratas y tecnócratas definan cuáles son las normas correctas y cuáles las incorrectas? ¿Qué ocurriría si un sistema de videovigilancia como el chino se aplica en países democráticos? Lo más probable es que ningún ciudadano podría votar de forma independiente, ya que su voto estaría monitoreado por el sistema de videovigilancia que sabría en tiempo real a quién, cuándo o dónde ha votado o si no ha cumplido con su deber cívico, etc. No cabe duda que China se ha puesto a la vanguardia mundial en el desarrollo tecnológico de sistemas digitales de vigilancia policial y espionaje. Aunque parezca paradójico, a los ciudadanos chinos no les preocupa, los entrevistados se sienten orgullosos de este progreso y seguros. El mundo que la novela «1984», describe en 1948, China lo está viviendo actualmente. La sociedad china es una cárcel ordenada y vigilada por esa suerte de «Gran Hermano», denominado «El Cerebro», el ojo que todo lo ve. Con la excusa de que este sistema de videovigilancia permite perseguir y atrapar a los delincuentes, también se persigue a los disidentes políticos que de manera preventiva como arbitraria puede ser calificado de «precriminal», «terrorista» o «extremista». China pretende construir un «ciudadano obediente», controlado y público, de quien el Estado Policíaco no ignore nada sobre su vida, por eso el nivel de inversión e innovación planificada de las empresas chinas y de sus padrinos políticos en ámbitos como la inteligencia artificial, el 5g, el Big Data, las tecnologías de reconocimiento facial o la informática cuántica tiene las dimensiones sobrecogedoras de un futuro distópico, solo que está ocurriendo ahora, en nuestro presente, en el momento mismo que escribo esta nota.
Dueña de una personalidad interesante, Victoria Woodhull (1838-1927) fue la primera mujer que en 1872 se proclamó candidata a la presidencia de Estados Unidos como forma de reclamar el voto femenino. También fue una gran figura de las altas finanzas, se la considera como una de las primeras mujeres brokers que operaron en Wall Street. Sus convicciones feministas están claramente expresadas en estas líneas: «Every woman knows if she were free, she would never bear an unwished-for child, nor think of murdering one before its birth». [«Cada mujer sabe que si fuera libre, nunca tendría un hijo no deseado, ni pensaría en asesinarlo antes de su nacimiento»] Cité este pensamiento, tomado del sitio ClinicQuotes, dirigido por Sarah Terzo, para mostrar que Victoria Woodhull no tenía un ideario distinto al de las feministas posteriores, también era partidaria de la libertad sexual de la mujer y del divorcio, incluso consideraba a la maternidad como una esclavitud y creía que ninguna mujer debía ser obligada a ser madre, pero en tanto la mujer tomara provisiones para no quedar embarazada.
Como partidaria del «amor libre» y la «emancipación sexual» de la mujer, sostuvo puntos de vista que muchas feministas de hoy día suscribirían. En aquel tiempo «amor libre» significaba que la mujer pudiera casarse con quien quería, ser dueña de su cuerpo, tener o no tener hijos a voluntad. Sobre la emancipación sexual de la mujer, Victoria Woodhull escribió: «Si las mujeres pasan de la esclavitud a la libertad sexual, a tener el control y posesión de sus órganos sexuales, el hombre estará obligado a respetar su libertad». Y respecto al matrimonio sostuvo también: «Tengo el derecho inalienable, constitucional y natural de amar a quien yo quiera por el tiempo que pueda y ninguna persona ni ley está autorizada a intervenir en este derecho». El «amor libre», o derecho de amar a quien la mujer quiera y por el tiempo que pueda, era un pedido explícito del divorcio. Aunque su ascendencia en el movimiento feminista iba en aumento, no siempre las demás feministas estaban de acuerdo con todas sus ideas. Susan B. Anthony, por ejemplo, una de las pioneras que tenía una gran influencia, desconfiaba de sus métodos de lucha y rechazaba sus «escandalosas» ideas sexuales, pero estaba de acuerdo con el derecho al sufragio femenino.
La participación de Victoria en 1871 en la National Woman Suffrage Association (NWSA) y su defensa de que el derecho al sufragio femenino ya estaba implícito en un par de enmiendas de la Constitución le dio muchos apoyos en el sufragismo. De hecho, Victoria Woodhull, siguiendo esa doctrina, fue la primera en realizar una petición formal del derecho al voto femenino ante el congreso de los Estados Unidos, acto que recogió toda la prensa de la época. Victoria Woodhull era clara y contundente respecto al derecho a la vida del no nacido, y expresó su rechazo al aborto desde un punto de vista ético. Sin ambages consideraba el aborto como una práctica sin moral. En un artículo escrito el 20 de junio de 1874 y publicado el semanario feminista Woodhull and Claflin’s Weekly, que fundó y codirigió con su hermana Tennessee Claflin, Victoria Woodhull sienta su posición antiabortista desde el título mismo: «The Slaughter of Innocents» («La Matanza de Inocentes»): «Wives deliberately permit themselves to become pregnant of children and then, to prevent becoming mothers, as deliberately murder them while yet in their wombs. Can there be a more demoralized condition than this?» [«Las esposas permiten deliberadamente ellas mismas quedarse embarazadas de niños, y para evitar ser madres, con la misma deliberación los matan cuando aún están en sus vientres. ¿Puede haber una condición más desmoralizadora que ésta?»]
Woodhull es cuidadosa al calificar el aborto como «condición desmoralizadora». En inglés el término «demoralized» es hacer que alguien «se desvíe o se aleje de lo que es bueno o verdadero o moralmente correcto», equivale a «corromper la moral» de alguien. Más adelante señala: «We are aware that many women attempt to excuse themselves for procuring abortions, upon the ground that it is not murder. But the fact of resort to so weak an argument only shows the more palpably that they fully realize the enormity of the crime. Is it not equally destroying the would-be future oak, to crush the sprout before it pushes its head above the sod, as it is to cut down the sapling, or cut down the tree? Is it not equally to destroy life, to crush it in its very germ, and to take it when the germ has evolved to any given point in its line of development? Let those who can see any difference regarding the time when life, once begun, is taken, console themselves that they are not murderers having been abortionists». [«Somos conscientes de que muchas mujeres intentan excusarse a sí mismas de abortar, alegando que no es un asesinato. Pero el hecho de recurrir a un argumento tan débil sólo muestra con mayor evidencia que son plenamente conscientes de la enormidad del crimen. ¿No se está igualmente destruyendo el posible futuro roble aplastando el brote antes de que empuje su cabeza sobre el césped o cortar el árbol cuando es joven? ¿No es igual a destruir la vida, aplastarla en el mismo germen y tomarla cuando el germen ha evolucionado hasta un punto determinado de su línea de desarrollo? Dejemos que aquellos que pudiendo ver alguna diferencia en lo que se refiere al momento en que la vida, una vez comenzada, es tomada, se consuelen a sí mismos pensando que no son asesinos habiendo sido abortistas».]
Es muy interesante la postura ética de Victoria Woodhull sobre el aborto porque estamos ante una de las primeras feministas que más abogó por la libertad sexual de la mujer y que veía en la maternidad una forma de esclavitud femenina porque coartaba esa libertad. Sin embargo, no se anda por las ramas ni a medias tintas para definir al aborto como un «asesinato». Victoria Woodhull no fue precisamente una «moralista» sino una cuestionadora de la doble moral de la sociedad de su tiempo. Por sus posturas liberales fue aclamada por sus admiradoras como «Reina Victoria» y denostada por sus censores y críticos hipócritas que se referían a ella como la «Señora Satanás», pero que, a diferencia de ella, no se pronunciaron contra el aborto, directamente echaban un manto de silencio y de piadoso olvido sobre ese horrendo crimen. Como muchas de las pioneras del feminismo, Victoria Woodhull no fue una feminista políticamente correcta, en medio de una sociedad liberal y conservadora, su semanario Woodhull & Claflin's Weekly fue la primera publicación estadounidense que reimprimió el Manifiesto Comunista.
Victoria California Claflin nació en el pueblo rural de Homer, Licking County, Ohio. Creció en un hogar pobre en esa zona rural de Ohio. Victoria Claflin era una adolescente campesina a mediados de la década de 1850, cuando la apertura del Canal Erie y la extensión de las líneas de ferrocarril animaron a muchos jóvenes de «buenas familias» del Este a probar suerte en el Oeste norteamericano. Uno de esos jóvenes, era Canning Woodhull, un médico de Rochester, Nueva York, que llegó a Mount Gilead para ejercer su profesión. El recién llegado de veintiocho años no solo tenía una profesión considerada respetable sino que traía consigo un pedigrí familiar de mucho peso. Dijo que era hijo de un juez y sobrino del alcalde de la ciudad de Nueva York. Su camino se cruzó con el de la quinceañera Victoria Claflin cuando fue llamado por su familia para tratarla por una fiebre reumática que la afligía desde 1851. «Vino como un príncipe y la encontró a ella como una cenicienta», dirá el periodista, editor, poeta y activista abolicionista Theodore Tilton, contemporáneo de Victoria Woodhull y uno de sus primeros biógrafos. El 4 de julio de 1853, el Dr. Canning Woodhull la invitó a un picnic. Después de comprarse un par de zapatos nuevos para la ocasión vendiendo manzanas, la joven campesina Victoria Claflin aceptó la invitación. Cinco meses después, Canning Woodhull se casó con su joven paciente.
Victoria Claflin se convirtió en Victoria Woodhull el 20 de noviembre de 1853, apenas dos meses después de cumplir sus quince años. Al casarse con su médico, Victoria pudo haberse sentido, como describe su primer biógrafo y admirador, como la heroína de un cuento de hadas, una damisela humilde rescatada de la pobreza y la enfermedad por un joven, atractivo y desconocido príncipe, pero rápidamente se desilusionó de su fantasía. Pronto descubrió que su Príncipe encantador se convirtió en un sapo repugnante. Y que estaba unida a él por restricciones legales en la legislación de su época que eran como una verdadera trampa de la que ella, como mujer, no se podía escapar. Esa ley le permitía compartir el apellido y la fortuna de su esposo, pero la obligaba a seguirlo en la ruina sin importar que el marido fuera un bebedor y un jugador empedernido. La ley le daba derecho a reclamarla si ella lo dejaba, además el derecho a golpearla «siempre que lo hiciera con un instrumento razonable». La decepción de la joven Victoria no terminó con las absurdas restricciones legales le imponían como esposa. Pronto descubrió que su esposo no era hijo de un juez ni, mucho menos, sobrino del alcalde de la ciudad de Nueva York, apenas un primo lejano con el que nunca tuvo contacto. También se enteró de que su esposo no tenía una práctica médica real y, por lo tanto, no tenía una profesión ni unos ingresos estables. Lo que sí tenía y bien a la vista era un repertorio de malos hábitos.
Tilton es implacable para describir la indecorosa conducta del Dr. Canning Woodhull hacia su esposa. Comenta el biógrafo que en la tercera noche siguiente a su boda, «él le rompió el corazón al permanecer fuera toda la noche en una casa de mala reputación». Según Tilton ese «shock despertó toda su feminidad. Creció diez años de golpe en un solo día». Tilton logra que el lector simpatice de inmediato con su biografiada y descubre que la «Señora Satanás», si acaso lo era, recibió ese estatus por haberse casado con un verdadero diablo. Canning Woodhull era realmente un hombre desagradable y odioso, en esto están de acuerdo con Tilton, otros biógrafos posteriores. Y, en lo personal, luego de haber leído el epistolario de Victoria Woodhull y varias biografías, también encuentro sobrados motivos para su decepción del matrimonio, las leyes y la hipocresía de la permisividad moral de su tiempo. Su grito por la equiparación de la libertad sexual de la mujer nace de su constatación, al igual que Sarah F. Norton y otras pioneras del feminismo, de que la ley de aquel tiempo le permitía al hombre los peores vicios y obligaba a la mujer a soportarlos. Victoria Woodhull se rebeló contra la moral hipócrita de su tiempo, contra la moral permisiva de su época, contra aquellos que veían la promiscuidad sexual masculina, sus vicios y defectos, con buenos ojos, que no censuraban el aborto porque hacerlo era ser políticamente incorrectos, ya que no existía una sola familia que no tuviera uno de estos crímenes por ocultar. Victoria Woodhull se casó ilusionada con el matrimonio y con su esposo. Ambos la decepcionaron por las leyes absurdas que regían en aquel tiempo y el último por su conducta indecorosa que solo le dio una vida de engaños y sufrimientos. El matrimonio con un hombre indecente no solo le había robado su adolescencia y amenazaba con robarle el futuro, lo peor es que le había robado todo lo bueno que para ella representaba el matrimonio.
Con la visión sencilla e ingenua de una muchacha campesina, Victoria Woodhull describe la idea que ella tenía del matrimonio al momento de casarse: «Supuse que al casarme sería transportada a un cielo no solo de felicidad sino de pureza y perfección. Creí que era lo único bueno que había sobre la tierra, y que un esposo debía ser necesariamente un ángel, imposible de corrupción o contaminación. Imaginé que la ceremonia religiosa era santificación perfecta, y que el pecado de los pecados era para cualquier esposo o esposa lo que había de falso en esa relación». Y a continuación describe con hondo dramatismo cómo fue el brusco despertar de ese sueño que torpemente su esposo destruyó: «Pero, ¡cómo se disiparon mis creencias! El rudo contacto con los hechos ahuyentó rápidamente mis visiones y sueños, y en su lugar vi los horrores, la corrupción, los males y la hipocresía de la sociedad, y mientras estaba entre ellos, una joven esposa como entonces era, un gran gemido de agonía salió de mi alma, haciéndose eco de lo que me vino de casi todos con quienes tuve contacto. Pronto aprendí que lo que había creído sobre el matrimonio y la sociedad era la farsa más inmediata, un velo fabricado por sus devotos para ocultar las realidades y atraer a los inocentes hacia sus trampas. Descubrí que todo apestaba a podredumbre. En todas partes estaba rodeada de hombres y mujeres que se compadecían de mí, por mi simplicidad, y que andaban dispersos en lo que el mundo llamaba su virtud. Me paré a su lado una cosa frágil, y con aterrorizada seriedad le pregunté qué significaba todo esto. Pero recibí solo esta respuesta: "Aprenderás lo suficiente a medida que crezcas sin mi ayuda"».
En el lapso de un solo año, su vida matrimonial se deterioró irreversiblemente. Pero el sufrimiento no terminó en su matrimonio fracasado. Como madre recibiría otro golpe. El 31 de diciembre de 1854, Victoria dio a luz a un hijo, Byron, y aunque el bebé era un niño físicamente hermoso, pronto se dio cuenta de que tenía un retraso mental. «Cuando descubrí que había dado a luz a un despojo humano, a un niño que era un imbécil, mi corazón quedó roto», dijo Victoria. A partir de ese momento, peregrinará por distintos lugares, consultará a distintas madres, tratando de comprender —cuando dio a luz a su hijo tenía 16 años— las causas del retraso mental de Byron. La joven madre llegó a la conclusión de que su hijo era un retrasado mental como resultado del alcoholismo de su padre. Este convencimiento lo tuvo también su hermana Tennessee Claflin, pero hay un testimonio, el de un primo hermano de ambas, que asegura que Byron sufrió de pequeño un traumatismo en la cabeza. Según esta versión, cayó desde una ventana y recibió un fuerte golpe en la cabeza que dañó su cerebro de por vida. Byron era incapaz de trabajar o incluso de conversar y durante toda su vida estuvo al cuidado de varios familiares. Sus últimos años los pasó en Inglaterra bajo el cuidado financiero de su madre. Victoria Woodhull tuvo dos hijos con su primer marido, el Dr. Canning Woodhull.
Además de Byron, nacido en Chicago, Illinos, fue madre de Zula Maud, nacida a las 4 de la madrugada del 23 de abril de 1861 en el número 53 de la calle Bond, según la biografía de su madre escrita por Theodore Tilton en 1871. Las fuentes discrepan sobre si nació el 23 de abril de 1861 o el 28 de abril de 1863, en la ciudad de Nueva York. En los registros de pasajeros del barco su fecha de nacimiento figura como 28 de abril de 1863. No existe ningún certificado de nacimiento que confirme la fecha. Algunos autores afirman que Zula nació Zulu Maude y el nombre se cambió a Zula Maud después de que Victoria se fuera a Inglaterra en 1877. Hay un problema con esa teoría. Zula apareció en el censo de 1870 en la casa de James H. Blood registrada bajo el nombre de «Zula Woodhull» y de 10 años. En una tarjeta del gabinete Bradley & Rulofson de 1874 figuraba su nombre como Zulu Maude Woodhull. Zula no tuvo retraso mental, fue escritora y autora de obras teatrales. Fue editora asociada de la revista británica de su madre, «The Humanitarian». También fue autora de «The Proposal», publicado en 1907 con el nombre de Zula Maud Woodhull. Nunca se casó ni tuvo hijos. Murió en Norton Park, donde también murió su madre, el 12 Septiembre de 1940 a los 79 años de edad. La causa de la muerte fue un carcinoma de mama.
En 1871 Victoria Woodhull se convirtió en la primera mujer de la historia norteamericana en dirigirse a un comité del Congreso de los EE. UU., Y en 1872 se convirtió en la primera mujer en postularse para presidente. Después de la muerte del Dr. Canning Woodhull en 1872, el hermanastro de Byron, George Blood, ayudó a cuidarlo en la década de 1870. Después de la muerte de su madre, el 9 de junio de 1927, su hermana Zula lo atendió con la ayuda de otros familiares. Byron nunca se casó y no tuvo hijos. Murió el 17 de enero de 1932, a la edad de 77 años, en Hove Brighton, Sussex, Inglaterra. Victoria Woodhull estuvo casada cuatro veces con tres maridos. El primer matrimonio de Victoria fue con el Dr. Canning Woodhull. El segundo fue con el Coronel James Harvey Blood. Ella se casó con él en dos fechas diferentes, la fecha más ampliamente publicada fue el 14 de julio de 1866 en Dayton, Ohio. Se casó en tercer lugar con el banquero británico, John Biddulph Martin, el 31 de octubre de 1883 en la iglesia presbiteriana de South Kensington, Emperor's Gate, Londres, Inglaterra. ¿Cómo es que siendo una luchadora por la libertad sexual o el amor libre se casó cuatro veces? Si bien Woodhull apoyaba el amor libre, para ella significaba tener libertad para casarse, divorciarse y tener hijos sin la interferencia de ninguna autoridad gubernamental ni religiosa. Sin embargo, solo con el Dr. Canning Woodhull tuvo descendencia.
Dediqué bastante espacio a Victoria Woodhull, no solo porque es una figura interesante de la primera camada de feministas, sino porque me permite abordar el posterior giro de su pensamiento antiabortista hacia la eugenesia. Algunos especialistas tienden a dividir su vida en dos fases distintas: su etapa temprana, progresista y comprometida con el amor libre, el divorcio y el sufragio femenino y su posterior etapa conservadora y partidaria de la eugenesia. Otros, especialmente los partidarios del aborto y la eugenesia, intentan mostrar una conexión entre ambas etapas. Sugieren que ambas etapas están más interconectadas de lo supuesto anteriormente, y que necesitan ser revisadas para poder entenderla en su contexto. Los partidarios de la eugenesia intentan mostrarla como una feminista que apoyó el infanticidio eugenésico. Para hacer esta afirmación se basan en varios de sus ensayos sobre el tema, el más explícito es «Stirpiculture; or, the Scientific Propagation of the Human Race» (1888), escrito a los 50 años de edad.
Para febrero de 1888, fecha de la publicación de su folleto, Victoria Woodhull, ya era conocida por una defensora del amor libre y el divorcio y una sufragista estadounidense prominente. Si bien varias de sus biógrafas feministas la colocan como una las primeras expositoras de los principios eugenésicos tanto en los Estados Unidos como en Gran Bretaña y hasta se la considera como una precursora de las ideas de Francis Galton, pues ella comenzó a defender las prácticas eugenésicas a principios de la década de 1870, antes de que aquel incluso acuñara el término «eugenesia», un estudio más profundo de las raíces de su pensamiento eugenésico se hunden en su asociación con la controvertida Comunidad Oneida. Entre 1869 y 1879, un grupo cristiano comunitario, denominado Comunidad Oneida, emprendió un experimento eugenésico pionero llamado «Stirpiculture» en el estado de Nueva York. La «Stirpiculture» fue un programa de concepción familiar planificada, experiencia de la que resultó el nacimiento y la crianza comunitaria de cincuenta y ocho niños, nacidos de miembros seleccionados de la Comunidad Oneida, una secta espiritualista utópica, una de las tantas que prosperaron en aquella época, que practicaba el amor libre y, según se dice, solo permitía que sus miembros «avanzados» o «superiores» se convirtieran en padres. La Comunidad Oneida unía la religión y la ciencia para proporcionar un marco espiritual y científico para la procreación. El ideólogo de la comunidad y principal impulsor de la «stirpiculture» fue John Humphrey Noyes, un pensador temprano de la eugenesia. «Stirpiculture», es un término que es casi sinónimo de eugenesia, y Victoria Woodhull lo adoptó a partir de sus vinculaciones con la Comunidad Oneida.
No se puede entender su cambio de postura respecto al aborto sin tener en cuenta su experiencia de vida. Este giro es tardío y mucho tiene que ver, a mi juicio, su experiencia como madre de un niño con retraso mental. El hijo de Woodhull, Byron, tenía discapacidades en su desarrollo mental, y esto combinado con la identificación que hizo Woodhull de la discapacidad de su hijo con el alcoholismo del padre del niño, su propia juventud e inexperiencia la convenció que la herencia estaba relacionada con la aptitud física, mental y emocional de los padres. Es probable que sus propios orígenes pudieran influir más de lo sospechado en su posterior adhesión a los puntos de vista eugenésicos. Su convencimiento de que la degeneración mental de su hijo Byron era consecuencia del alcoholismo de su esposo, no le permitió considerar la posibilidad de que el mal también pudiera ser transmitido por ella misma a través de sus propios genes, ya que Victoria Woodhull también era hija de padres alcohólicos, tanto su madre Roxanna «Roxy» Hummel Claflin como su padre Reuben «Old Buck» Buckman Claflin eran dos bebedores consuetudinarios de wiski de maíz, al igual que muchos de sus vecinos.
Victoria fue la séptima de diez niños, de los cuales solo seis llegaron a la edad adulta. Homer, Ohio, era aquel tiempo un pueblo rural de unos cuatrocientos habitantes que, mayormente, profesaban la fe metodista. En los campos se cultivaba trigo y maíz. Día tras día, ocho destilerías producían cargamentos en wiski de maíz. Los caminos de tierra en Homer eran casi una ciénaga. Las zanjas, cavadas a lo largo de los lados para contener las lluvias de primavera que inundaban las carreteras y los campos, estaban contaminadas y obstruidas por toda clase de desperdicios. La malaria, el cólera y el tifus eran causa común de mortandad infantil. Después de que Roxy perdió a un niño por tifus, comenzó a tratar las enfermedades de sus hijos con algo nuevo en la escena estadounidense: el mesmerismo. Roxy vio su primera demostración de mesmerismo en una feria local donde Buck la había puesto como adivinadora de la fortuna o quiromántica leyendo las líneas de las manos, junto a una vaca de dos cabezas y un encantador de serpientes. El único dinero de «Old Buck» provenía del ejercicio de estos oficios extraños y de sus engaños y estafas. Fue vendedor de aceite de serpiente como remedio milagroso para curar todo tipo de males. También compró un molino ruinoso, lo aseguró por una gran cantidad de dinero y le prendió fuego. Los agentes de la aseguradora descubrieron el delito de «Old Buck» y tuvo que salir huyendo con toda la familia llevándose solamente lo puesto. La ingesta excesiva de alcohol era parte de la vida normal de los niños Claflin que vivían en condiciones miserables bajo el gobierno caótico de dos padres alcohólicos. El alcohol era una excusa del padre de Victoria para golpear a la esposa y a los hijos. Su madre, «Roxy», era analfabeta e hija ilegítima, y seguidora del médico y terapista alternativo austríaco Franz Mesmer y del nuevo movimiento espiritualista.
Según los testimonios de sus primeros biógrafos, todo parece indicar que «Roxy» padecía de cierta debilidad mental o de algún trastorno mental. Victoria diría más tarde que su madre era espiritista antes de que existiera tal movimiento. Roxy solía contarle a sus pequeños hijos acerca de sus alucinaciones que ella interpretaba como visiones espirituales, probablemente inducidas por su alcoholismo y quizás sufriera algún tipo de crisis epiléptica. En una de esas alucinaciones, Roxy vio como Jesús extendió sus manos ensangrentadas hacia ella y en otra de sus alucinaciones vio al diablo y pudo reconocerlo porque tenía una pequeña cola roja y un par de pezuñas hendidas. El biógrafo de Victoria, Theodore Tilton, escribió más tarde que «Mamá Roxy», solía atormentar y acosar a sus niños hasta verlos espantados de miedo, entonces comenzaba a reír histéricamente y a aplaudir como una posesa. Tilton dice que el alma de «Mamá Roxy» estaba compuesta en partes iguales de Cielo e Infierno, rezaba con tanta devoción hasta que sus ojos se inundaban de lágrimas, pero al momento siguiente maldecía con el mismo fervor hasta que sus labios quedaban blancos como la espuma. Tener cambios de humor es algo normal, hay situaciones que pueden causar oscilaciones del estado de ánimo que nos hagan pasar del llanto al enojo en poco tiempo. Sin embargo, este no parece haber sido el caso de «Mamá Roxy», sufría cambios en el estado de ánimo constantemente y de forma brusca, pasando de la euforia a la depresión en un mínimo periodo de tiempo. La ciclotimia, cuando se transforma en un trastorno del estado de ánimo crónico con variaciones de episodios hipomaníacos y depresivos, ya deben enmarcarse en un cuadro de las patologías psiquiátricas. Las patologías psiquiátricas, particularmente trastornos del humor, son frecuentes en pacientes con epilepsia.
La insistencia casi obsesiva de Victoria Woodhull en sus escritos sobre eugenesia de esterilizar a los locos, a los borrachos, a los epilépticos, se hace clara cuando conocemos su historia familiar. No la motiva, como a Francis Galton, un racismo biológico, la idea de crear seres perfectos, sin defectos físicos, sino la angustia de haber traído al mundo a un hijo mentalmente retrasado cuyo mal ella atribuyó siempre al alcoholismo de su marido. Ella propone la eugenesia como método de segregación y esterilización de quienes puedan transmitir taras hereditarias de padres a hijos como sus padres, su marido o quizás ella misma. Buck Claflin, era un déspota con su esposa e hijos. Tanto su mujer como sus hijos eran tratados como objetos de su propiedad y casi inútiles. Después de una golpiza particularmente brutal, el hermano favorito de Victoria, Maldon, huyó y nunca más se supo de él. Tilton, que parece haber estado enamorado de Victoria, escribió que de niña fue como una esclava o un convicto por «Old Buck». Su padre fue imparcial en su crueldad hacia todos sus hijos; su madre, mientras tanto se mantenía al margen con una indolencia cercana a la apatía. Según Tilton, a veces era ella quien instigaba al marido para que castigase a los niños, y en otras ocasiones los protegía de sus golpes. El padre de Victoria Woodhull fue un pícaro que arruinó su infancia pero tal vez, sin querer, la preparó para afrontar las dificultades futuras, la hizo una mujer de carácter, audaz, fuerte y aguerrida. Los sobresaltos de su niñez le impidieron una educación formal, pero viendo su carrera posterior podemos darnos una cabal idea de su capacidad e inteligencia. Su madre también influyó en sus ideas espiritualistas, ya que Victoria Woodhull también se labró cierta fama como médium espiritista. Su curiosidad y deseos de cultivarse la hacían permeable a toda clase de «novedades» pseudocientíficas como el espiritismo, el mesmerismo, la stirpiculture o posteriormente la eugenesia. Tanto la stirpiculture como la eugenesia no son ciencias, son dos teorías pseudocientíficas que pueden encuadrarse dentro del biologismo evolucionista y el racismo angloamericano surgido entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Sus primeros discursos sobre la eugenesia comenzaron en 1871 (aunque ella se refirió al concepto como «stirpiculture»), fueron importantes para las leyes de esterilización en los Estados Unidos, y para el movimiento de control de la natalidad impulsado por Margaret Sanger. Pero sin duda, los hombres de su familia, su decepción de ellos, son la base de su pensamiento eugenésico. A Byron lo vio crecer como un hombre que siguió siendo un niño pequeño toda su vida. En este ensayo hay un pasaje muy llamativo que demuestra que las observaciones de Woodhull sobre la eugenesia tiene un origen en la propia experiencia familiar, matrimonial y materna cuando escribe: «We build institutions in order to incarcerate the insane, the idiots, the epileptics, the drunkards, the criminals, &c. If the lower organism of animals were subject to such infirmities and propensities, we should soon exterminate them; and yet we have not thought it needful to take measures to eradicate them from the highest organism, man. All such propensities have been contracted or acquired by the parental organism, or during the life of the individual itself, and have become hereditary in the offspring, reproducing itself so exactly as to develop itself at the same age in the offspring as when acquired by the parent». [«Construimos instituciones para encarcelar a los locos, a los idiotas, los epilépticos, los borrachos, los criminales, etc. Si el organismo inferior de los animales estuviese sujeto a tales debilidades y propensiones, pronto deberíamos exterminarlos; y sin embargo, no hemos pensado que sea necesario tomar medidas para erradicarlos del organismo más elevado, el hombre. Todo esas propensiones han sido contraídas o adquiridas por el organismo paterno, o durante la vida del individuo mismo, y se han vuelto hereditarios en la descendencia, reproduciéndose tan exactamente como para desarrollarse a la misma edad en la descendencia como cuando fue adquirida por el padre».]
Si la campaña de esterilización y el infanticidio eugenésico que sus ideas contribuyeron a impulsar en los Estados Unidos se hubiera puesto en práctica antes de 1830, los propios padres de Victoria Woodhull hubieran sido esterilizados para evitar que tuvieran una descendencia degenerada y ella nunca habría nacido, porque todas las taras que ella expone en sus escritos sobre eugenesia se encontraban tanto en su padre como en su marido.