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martes, 22 de febrero de 2022

Luis Alberto Vittor | Neil Young vs Spotify: Disipando la cortina de humo. La estrategia narrativa de un boicot arreglado para desacreditar la honra de un científico







A Robert W. Malone, con indecible agradecimiento



«¿Hasta cuándo maquinaréis contra un hombre, 
Tratando todos vosotros de aplastarle 
Como muro desplomado y como cerca derribada?»
Salmos 62:3


«Veréis al hombre de genio allí 
Donde una turba de imbéciles 
Se abalance en su contra»

 Oscar Wilde


ADVERTENCIA


Este artículo no fue escrito en contra Neil Young ni de los músicos que apoyaron su boicot a Spotify, sino a favor del Dr. Robert W. Malone y los médicos y científicos que arriesgaron su reputación y sus carreras para advertirnos sobre los riesgos de las medidas sanitarias tomadas por los gobiernos durante la pandemia y que las vacunas génicas aún no son seguras porque no han salido de la etapa experimental. Escribí este artículo en contra del consenso manufacturado de la información oficial que busca imponerle a la opinión pública un único punto de vista censurando todas las opiniones disidentes que cuestionen o critiquen las políticas sanitarias de la OMS o la eficacia de las medidas profilácticas para detener la enfermedad como la posibilidad de combatirla por medio de otros tratamientos alternativos que no convienen a los intereses de la Big Pharma que se ha enriquecido indeciblemente —como informa cualquier revista o periódico especializado en economía y finanzas— con la comercialización a gran escala de las llamadas «vacunas», eufemismo que intenta definir pero que no describe a esas preparaciones farmacéuticas que, en el mejor de los casos, actúan supuestamente como profilaxis del virus y, en el peor, provoca efectos adversos reconocidos por los propios fabricantes y científicos que los han descrito en artículos publicados en revistas científicas especializadas. 

Dedico este trabajo al Dr. Robert W. Malone y, por extensión, a todos los valientes médicos y científicos, hombres y mujeres que honran el juramento hipocrático. Solo espero que su ejemplo sea seguido por todos los médicos que tienen en sus manos la salud de la población mundial.


El lunes 24 de enero próximo pasado, la revista Rolling Stone publicó una llamativa noticia sobre el campeón de las causas perdidas del rock, el cantautor enrolado en la canción de protesta o de denuncia, Neil Young, actualmente de 76 años, informando que el viejo defensor de la libertad de expresión se pasó al bando de la censura o de la cultura de protesta a la cultura de la cancelación al enviar una carta a su equipo de producción para notificarles que Spotify tendría que optar entre su música o el popular podcast The Joe Rogan Experience. La carta de Young se había inspirado en otra, una carta abierta firmada en enero por más de 270 científicos, médicos y otros profesionales de la salud. Alegaban que Rogan había difundido inexactitudes sobre el covid-19, refiriéndose muy particularmente a la entrevista que el popular podcaster le hiciera al Dr. Robert W. Malone, conocido por sus posturas críticas contra el uso de la técnica ARNm —inventada y desarrollada tempranamente por él— en la producción de vacunas porque, a su juicio, las consecuencias a largo plazo podrían ser graves. Pero además en su carta abierta, los médicos firmantes acusaban a Rogan de invitar a su programa a otros médicos que presentaban la ivermectina como un tratamiento alternativo para la prevención de la Covid-19 y, sobre todo, por afirmar públicamente que las vacunas son innecesarias para la gente joven. El documento fechado el 10 de enero de 2022 se titula An Open Letter to Spotify: A call from the global scientific and medical communities to implement a misinformation policy y extractos de este documento se han publicado en todos los medios de comunicación masivos. He aquí el texto completo:

«El 31 de diciembre de 2021, Joe Rogan Experience (JRE), un podcast exclusivo de Spotify, subió un episodio muy controvertido con el Dr. Robert Malone como invitado (#1757). El episodio ha sido criticado por promover teorías conspirativas sin fundamento y la JRE tiene un preocupante historial de difusión de información errónea, en particular en relación con la pandemia de COVID-19. Al permitir la propagación de afirmaciones falsas y perjudiciales para la sociedad, Spotify está permitiendo que sus medios de comunicación alojados dañen la confianza del público en la investigación científica y siembren la duda en la credibilidad de las orientaciones basadas en datos que ofrecen los profesionales médicos. El JRE #1757 no es la única transgresión que se produce en la plataforma de Spotify, pero es un ejemplo relevante de la incapacidad de la plataforma para mitigar el daño que está causando. Somos una coalición de científicos, profesionales de la medicina, profesores y comunicadores científicos que abarcan una amplia gama de campos como la microbiología, la inmunología, la epidemiología y la neurociencia, y pedimos a Spotify que tome medidas contra los eventos de desinformación masiva que siguen ocurriendo en su plataforma. Con unos 11 millones de oyentes por episodio, JRE es el mayor podcast del mundo y tiene una enorme influencia. Aunque Spotify tiene la responsabilidad de mitigar la difusión de la desinformación en su plataforma, la empresa no tiene actualmente ninguna política de desinformación. A lo largo de la pandemia del COVID-19, Joe Rogan ha difundido repetidamente en su podcast afirmaciones engañosas y falsas, provocando la desconfianza en la ciencia y la medicina. Ha desaconsejado la vacunación en jóvenes y niños, ha afirmado incorrectamente que las vacunas de ARNm son una "terapia génica", ha promovido el uso no autorizado de la ivermectina para tratar la COVID-19 (en contra de las advertencias de la FDA) y ha difundido una serie de teorías conspirativas sin fundamento. En el episodio 1757, Rogan recibió al Dr. Robert Malone, que fue suspendido de Twitter por difundir información errónea sobre el COVID-19. El Dr. Malone utilizó la plataforma de la JRE para seguir promoviendo numerosas afirmaciones sin fundamento, incluyendo varias falsedades sobre las vacunas COVID-19 y una teoría infundada de que los líderes de la sociedad han "hipnotizado" al público. Muchas de estas afirmaciones ya han sido desacreditadas. En particular, el Dr. Malone es uno de los dos invitados recientes de la JRE que ha comparado las políticas sobre la pandemia con el Holocausto. Estas acciones no sólo son objetables y ofensivas, sino también médica y culturalmente peligrosas. La edad media de los oyentes de JRE es de 24 años y, según datos del Estado de Washington, los jóvenes de 12 a 34 años no vacunados tienen 12 veces más probabilidades de ser hospitalizados con COVID que los que están totalmente vacunados. La entrevista del Dr. Malone ha llegado a muchas decenas de millones de oyentes vulnerables a la desinformación médica depredadora. Los eventos de desinformación masiva de esta escala tienen ramificaciones extraordinariamente peligrosas. Como científicos, nos enfrentamos a la reacción y a la resistencia a medida que el público desconfía de nuestra investigación y experiencia. Como educadores y comunicadores de la ciencia, tenemos la tarea de reparar la dañada comprensión de la ciencia y la medicina por parte del público. Como médicos, cargamos con el arduo peso de una pandemia que ha llevado a nuestros sistemas médicos hasta sus límites y que sólo puede verse exacerbada por el sentimiento antivacunación que se ha tejido en este y otros episodios del podcast de Rogan. Esto no es sólo una preocupación científica o médica; es un problema sociológico de proporciones devastadoras y Spotify es responsable de permitir que esta actividad prospere en su plataforma. Nosotros, los médicos, enfermeros, científicos y educadores abajo firmantes, pedimos a Spotify que establezca inmediatamente una política clara y pública para moderar la desinformación en su plataforma». [La traducción del inglés me pertenece].

Cito el texto in extenso por dos claras razones: la primera, para que el lector advierta que el objetivo principal de esta carta es desacreditar la honra de un científico, el Dr. Robert W. Malone, más que atacar a Rogan y a Spotify; en segundo lugar, para que el lector conozca el contexto de la posterior carta abierta de Neil Young, por la que el músico de Toronto conmina a Spotify a que elija entre el retiro del podcast de Rogan, bajo la acusación de difundir «información falsa sobre el coronavirus» y fomentar una propaganda antivacunas, o el retiro de su música. La carta de Young se basa en el documento firmado por una coalición de 270 profesionales de la medicina que, entre otros, incluye a médicos, enfermeras, residentes, estudiantes  de posgrado, académicos, periodistas, odontólogos, veterinarios, bioquímicos y farmacéuticos. Pese a que Rogan salió a aclarar que él no es «un antivacunas», Young amenazó con el retiro de sus canciones de Spotify, diciendo que la plataforma sueca de streaming podría «tener a Rogan o a Young. No a los dos». 

Rogan es, desde hace unos años, probablemente el creador de podcast más influyente del mundo. Y en trance de elegir entre Rogan y Young, Spotify prefirió quedarse con el primero. Por lo que la amenaza de Young fue un intento intimidatorio tan inútil, como la protesta a voz en cuello de un taxista que esperase ser oído en medio de una avenida ensordecida por los bocinazos o como la maniobra suicida de un activista de Greenpeace que tratara de detener, a bordo de su pequeño bote, un enorme buque arponero. Así de absurdamente arriesgada debió parecer la desmesurada reacción de Young a Spotify que hizo oídos sordos a su bravuconada. Pocos días después, para demostrar que hablaba en serio, Young cumplió su amenaza y retiró su música de la plataforma sueca de streaming, justificando su decisión en la falta de una política de Spotify para controlar la  desinformación sobre el coronavirus. Digamos que, como excusa, Young utilizó un argumento bastante pueril que con el correr de los días se hizo cada vez menos creíble. Desde el comienzo de este culebrón por entregas, hubo muchas suspicacias. Algunos sospecharon que por debajo de una manifestación de desinteresado apoyo solidario a los profesionales de la medicina, se estaba contrabandeando un hato de intereses financieros vinculados a la reciente adquisición de los derechos musicales de Young. Y no se equivocaban, luego veremos por qué. 

Según parece, lo que irritó a los firmantes de la carta abierta es una declaración de Malone (también calificada como falsa pero que no se menciona en el texto reproducido), afirmando que «los hospitales están incentivados económicamente para diagnosticar falsamente las muertes como causadas por el Covid-19». Malone no ha sido el único ni el primero en sostener esto. Hubo otros médicos, igualmente acusados de difundir «información falsa» y desacreditados por promover «teorías de la conspiración» como el caso de la Dra. Judy Anne Mikovits (1958), una viróloga y bióloga molecular estadounidense. La Dra. Mikovits fue acusada de mala praxis médica por supuestos comentarios desinformativos del coronavirus y la fatiga crónica (SFC). 

En 2020, Mikovits publicó un video corto de apenas veinticinco minutos, Plandemic, donde la experta afirma, entre otras cosas, que el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, Anthony Fauci y el cofundador de Microsoft, Bill Gates, podrían estar usando su poder para beneficiarse de una vacuna Covid-19. En el video, la doctora responsabiliza a Fauci de promover la cuarentena y el distanciamiento social. Según la viróloga, Fauci silenció una investigación que ella realizó sobre cómo las vacunas pueden dañar el sistema inmunológico de las personas, y que debido a esos sistemas inmunes débiles somos susceptibles a enfermedades como el Covid-19. 

Según Mikovits, el nuevo coronavirus ha sido impulsado por una vacuna de mediados del 2010 contra la gripe. Afirma que el virus fue creado en un laboratorio —una hipótesis que también propuso el Premio Nobel Luc Montagnier— y que el uso de barbijos activa su «propio virus». Un tramo de la película fue visto más de ocho millones de veces en YouTube, Facebook, Twitter e Instagram antes de ser eliminado simultáneamente de todas las redes sociales en un tiempo récord. 

Si lo que la Dra. Mikovits afirma es falso, entonces ¿por qué se tomaron tantas molestias para censurarla? Y, peor aún, ¿cómo cierto tipo de periodismo puede continuar inculpándola de difundir «información falsa» cuando esos mismos cargos no pudieron sostenerse penalmente en los tribunales? Es asombrosa la impunidad que existe hoy día para desacreditar la honra pública de cualquier científico que exprese una opinión distinta a la de la narrativa oficial, sin que al difamado tenga la misma oportunidad de defenderse de sus calumniadores porque se le censura en los medios y redes sociales, impidiéndole hacer algún descargo o ejercer el derecho a réplica. 

La Dra. Judy A. Mikovits, obtuvo su licenciatura de la Universidad de Virginia y un doctorado en Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad George Washington. En poco más de veinte años, pasó de ser un técnico de laboratorio de nivel básico para convertirse en directora del laboratorio de Mecanismos de Medicamentos Antivirales en el Instituto Nacional del Cáncer antes de irse para dirigir el programa de Biología del Cáncer en EpiGenX Pharmaceuticals en Santa Bárbara, California. En 2006 se interesó por los pacientes con síndrome de fatiga crónica y autismo. En solo cinco años, desarrolló el primer instituto neuroinmune de un concepto a una realidad y es la principal responsable de demostrar la relación entre la inflamación inmune y estas enfermedades. Su tesis doctoral de 1991 revolucionó el tratamiento de VIH / SIDA. 

Tras publicar un artículo en el apogeo de su carrera en la revista Science fue despedida y encarcelada por revelar el uso común de tejidos fetales humanos y animales en la expansión de enfermedades crónicas. Ha sido víctima de la Big Pharma — un término utilizado para referirse a la industria farmacéutica mundial que también incluye al grupo comercial Pharmaceutical Research and Manufacturers of America (PhRMA)— por exponer sus secretos mortales. Su carrera científica fue destruida, así como su vida personal. Pese a todos los esfuerzos realizados para amordazarla, la Dra. Mikovits revela el peligro que corre la Humanidad, con la inoculación de vacunas para combatir  un virus que no existe en forma natural, sino que fue manipulado en laboratorios. 

En su libro Plague of Corruption: Restoring Faith in the Promise of Science (2020), prologado por Robert F. Kennedy Jr., hijo de Robert F. Kennedy y sobrino del expresidente John F. Kennedy,  denuncia los secretos de la Big Pharma y los entramados de la mafia farmacéutica en el poder político. La Dra. Mikovits es una reconocida científica que ha publicado más de 50 artículos de su especialidad. La razón por la que se le acusa de difundir «teorías de la conspiración» es por haber denunciado un uso fraudulento del dinero de investigación recibido del gobierno, a través de la comercialización de pruebas de retrovirus inexactas, el suministro de sangre contaminada y el daño asociado con las vacunas y su calendario de administración; pero, sobre todo, que haya puesto en evidencia el fraude de Medicare que incentiva a los médicos para que determinen el ingreso de pacientes por Covid-19 en el hospital. Si ese paciente es diagnosticado por Covid-19, le pagarán U$S 13.000, y si el paciente es conectado a un respirador, le pagarán el triple, U$S 39.000. 

En realidad, esta afirmación no la hizo la Dra. Mikovits, sino que fue una declaración del Senador por Minnesota, Dr. Scott Jensen, médico de profesión, quien el 8 de abril de 2020, durante una entrevista en Fox News, hizo la siguiente declaración: «Los administradores de los hospitales bien podrían querer ver la Covid-19 adjunta a un resumen de alta o a un certificado de defunción. ¿Por qué? Porque si se trata de una neumonía simple y corriente por la que una persona ingresa en el hospital —si es de Medicare—, el pago de la suma global del grupo relacionado con el diagnóstico suele ser de 5.000 dólares.  Pero si se trata de una neumonía Covid-19, entonces es de 13.000 dólares, y si ese paciente con neumonía Covid-19 acaba conectado a un respirador, sube a 39.000 dólares».

Por supuesto que los bien amaestrados sabuesos del fact-checking, siempre obedientes y fieles a sus patrocinadores globales para no quedarse sin su hueso, sostuvieron que las afirmaciones de Mikovits eran falsas tratando de liquidar la opinión de una experta con el pueril argumento de que no existen evidencias al respecto. Con el mismo criterio puede afirmarse, mutatis mutandis, exactamente lo contrario, que las afirmaciones hechas en contra de la Dra. Mikovits tampoco son verdaderas porque no hay evidencias. Lo que hay son imputaciones de una supuesta mala praxis médica que nunca pudo ser penalmente demostrada. 

Los sabuesos domesticados del fact-checking que salen en defensa del director del National Institute of Allergy and Infectious Diseases (NIAID) Anthony S. Fauci y del magnate billonario Bill Gates, acusados por Mikovits, intentan desacreditarla afirmando que promueve información falsa porque, el primero, ha advertido sobre los riesgos del virus, mientras que el segundo —que desde hace algunos años vive prediciendo pandemias— tiene una larga historia de filantropía orientada a eliminar las enfermedades transmisibles.  Más adelante volveremos sobre el «filantropismo» de Bill Gates, pero no nos adelantemos. 

Los perdigueros del fact-checking están bien dispuestos a no soltar la presa hasta que el amo les ordene soltarla. Pero si la presa permanece firme en su lugar, sin dejarse inmutar por los ladridos y el acoso de los podencos del fact-checking se exponen al castigo de los amos que los privan de sus huesos suculentos (subsidios o grants). Por esta razón, nunca desoyen aquel consejo del Marqués de Santillana: «calumnia, que algo queda». De ahí que nunca cesan de desacreditar como falsas las afirmaciones de la Dra. Mikovits sobre el origen artificial del virus y la ineficacia del barbijo, sentenciando que carecen de respaldo científico. 

En realidad, no carecen de respaldo científico, lo que ocurre es algo bien diferente y es que los médicos y científicos que apoyan sus afirmaciones son igualmente desacreditados, acusándolos de orientar contra las medidas sanitarias que recomiendan la vacunación y que son médicos o científicos que solo contribuyen a causar más daño. Por otro lado, con argumentos muy lábiles, sostienen que hay gente que cree en lo que Mikovits afirma porque las personas ricas o influyentes suelen ser el objetivo de las «teorías de la conspiración». 

Volviendo a la carta abierta, analicemos ahora su contenido, pero vayamos por partes. En la carta abierta que citamos, los 270 firmantes parecen más interesados en imponer el consenso científico global manufacturado por la Big Pharma antes que la defensa de vidas humanas. Los infrascriptos acusan a Malone de «promover teorías conspirativas sin fundamento», pero sin molestarse en fundamentar con argumentos científicos sus acusaciones como, por ejemplo, cuando sostienen: «El Dr. Malone utilizó la plataforma JRE para promover numerosas afirmaciones sin fundamento, incluyendo varias falsedades sobre las vacunas Covid-19 y una teoría infundada de que los líderes de la sociedad han "hipnotizado" al público. Muchas de estas afirmaciones ya han sido desacreditadas». Entre otros puntos, la carta señala que el Dr. Malone propuso en la entrevista varias «creencias sin fundamento», entre ellas, la de una «formación masiva de psicosis» que es la responsable de que la gente crea en la eficacia de las vacunas. Las afirmaciones de Malone han sido, en efecto, desacreditadas por los sabuesos del fact-checking, pero nunca demostradas como falsas por científicos. En primer lugar, el uso de falacias, eufemismos e incluso la semántica para negar categorías de evidencias en la teoría o hipótesis científica que se pretende desacreditar como una «teoría de la conspiración», es una estrategia muy utilizada por la manipulación verbal de los fact-checkers que, en nombre de la verdad «políticamente correcta», descartan como falsas aquellas otras opiniones médicas o científicas que son «políticamente incorrectas». 

Debe quedar claro que desacreditar sin más como «teorías de la conspiración» algunas de las afirmaciones del Dr. Malone por la complicación o dificultad de verificarlas, en modo alguno implica invalidar sus puntos de vista científicos sobre la técnica del ARNm que él mismo ha contribuido a desarrollar y a perfeccionar.  Esto suele perderse de vista por aquellos lectores que piensan que la técnica periodística del fact-checking es una ciencia exacta, capaz de determinar, en el terreno científico, lo que es verdadero y lo que es falso. El fact-checking es el intento del periodismo subsidiado por la Big Pharma de elevar la mera opinología a la categoría de ciencia, pero no es ciencia ni los fact-checkers son científicos, en el mejor de los casos, podrán ser divulgadores de información de interés científico y, en el peor, simples mercenarios de la información que, bajo la eufemística denominación de «periodismo de datos», encubren su deleznable labor de aplicar fórmulas o criterios pseudoinformativos para demoler las reputaciones de los que se atreven a pensar por su cuenta o expresar una opinión disidente. La patética agitprop del fact-checking ha contribuido a construir como falso todo criterio disidente que se oponga al consenso cientificista global mediante ese test de verosimilitud, denominado «verificación de datos», que permite hacer pasar por verdadera la ficción y por falsa la verdad. Debe entenderse que el periodismo de datos no es el portavoz de una verdad absoluta, en tanto que no expresa un pensamiento crítico ni es un periodismo independiente, como resulta muy fácil de demostrar, pues la mayoría de las plataformas de fact-checking son financiadas por capitales privados que les pasan jugosos subsidios (grants) bajo la falsa apariencia de «donaciones». 

Un fact-checker sabe que la supuesta invalidación o desacreditación que pretenda hacer de un discurso científico es tan ridículamente nula como absurdamente pretenciosa. Pero también sabe que el lego siempre cree en lo que la prensa informa y que es un tipo de lector cautivo que no se tomará el trabajo de constatar si lo que se dice es realmente verdadero o falso. Se confunde así la desacreditación periodística de una figura pública con la invalidación de sus puntos de vista científicos. La desacreditación es simplemente una estrategia discursiva que permite sostener una opinión o postura mediante afirmaciones o argumentos contrarios que intentan anular, desprestigiar o descalificar otra postura contraria. Esta estrategia discursiva no tiene otro propósito que el de esgrimir un comentario irónico con la intención de ridiculizar o burlarse de alguien que sostiene posturas contrarias a la postura oficialista de la corrección política y lo que se busca con esta estrategia es desacreditarlo en público, de manera que la audiencia pueda simpatizar con el punto de vista del impugnador que intenta anular o descalificar el punto de vista contrario para que no se confíe en las argumentaciones del oponente. Y esto mismo es lo que se pretende hacer con Malone o, en otros países, con médicos que sostienen el mismo punto de vista crítico. El intento de desacreditar a eminentes científicos encasillando sus opiniones dentro de la llamada «teoría de la conspiración» es una atribución extremada que intenta mostrar esas opiniones como puntos de vista estereotipados, exagerados o  incongruentes para lograr así que éstas pierdan credibilidad ante la opinión pública.


El indeciso Neil Young: semillas transgénicas, no; vacunas génicas, sí


La apabullante cantidad de álbumes publicados, la friolera de discos grabados en estudio, cerca de la cincuentena, los dieciocho grabados durante sus conciertos en directo, sin contar los que grabó con Buffalo Springfield, Crosby, Stills, Nash & Young [CSNY], las colaboraciones con otros músicos y las recopilaciones, demuestran que Neil Young es un compositor prolífico, pero igualmente ha dado prueba de ser, a lo largo de su extensa carrera artística, un activista que se pliega con fervorosa pasión a toda causa progresista, ya sea contra el racismo, el capitalismo, las trasnacionales, la guerra, la contaminación ambiental, etcétera. Así como durante las décadas del 60 y el 70 del siglo XX, lo encontramos alineado con el progresismo contracultural haciendo oír sus airadas protestas contra la discriminación racial, la guerra de Vietnam, la desigualdad social, la represión sexual, en las dos primeras décadas del siglo XXI, lo hallamos colocado del lado del progresismo global a favor del ambientalismo y el ecologismo, el cambio climático, por ende, en contra del uso de agroquímicos en los cultivos, de combustibles fósiles, etc. Ahora agregó a su agenda progresista la lucha contra la «infodemia antivacuna». Dispuesto a denunciar a toda empresa que no cumpla con el criterio ESG (Environmental, Social and Governance), exigido por las nuevas normas de inversión, Young se suma para hacer campaña contra todo artista, empresa, podcaster o científico que no adhieran al programa de «vacunación universal» impulsado por la agenda del progresismo global.

En el año 2015, lanzó su trigésimo sexto álbum de estudio The Monsanto Years, donde pone en el centro de su crítica a la multinacional estadounidense Monsanto, conocida por producir alimentos hechos con Organismos Genéticamente Modificados (GMO), y que se encuentra entre las diez compañías de semillas más grandes del mundo. He escuchado el álbum de Neil Young incontables veces por sus denuncias contra Monsanto, una de las cinco empresas agroquímicas más importantes del mundo que comercializa Roundup, el infame herbicida fabricado sobre la base de glifosato, un derivado químico del tristemente célebre Agente Naranja también fabricado por esta firma biotecnológica, un veneno poderoso usado como defoliante con fines militares durante la Guerra de Vietnam, que sigue matando y dañando medio siglo después. Sus canciones tienen un mensaje ambientalista y ecologista que pone en tela de juicio el accionar de la corporación en su perjuicio al medio ambiente y la salud de las personas. También son conocidos sus comentarios críticos contra la industria petrolera sobre los horrores de las arenas bituminosas en Canadá que se han viralizado a través de las redes sociales. Un reciente estudio demuestra que, cuando se mezcla con sedimentos, el betún se hunde en el agua salada, lo que hace que un vertido de un camión cisterna sea casi imposible de limpiar. En Alberta, las arenas bituminosas han alterado el paisaje natural más que cualquier otra provincia de Canadá. 

Como declarado opositor del uso de la biotecnología en los cultivos transgénicos, Young hizo oír su voz contra el arroz dorado, una forma transgénica del grano que produce betacaroteno y que, según sus productores, el cuerpo humano necesita para procesarlo en vitamina A. En una postura que a simple vista parece contradictoria, acepta el uso de la técnica ARNm en la producción de vacunas génicas para combatir la covid-19. Es un enigma a resolver el motivo por el cual Young se manifiesta en contra del uso de las técnicas transgénicas para incrementar los rendimientos agrícolas, pero a favor del uso de la técnica ARNm para la preparación farmacéutica de vacunas génicas. Posiblemente, nunca escucharemos a Young pronunciarse contra las vacunas génicas porque, según parece a través de ciertos testaferros, la Big Pharma sería dueña de todo el 50% o al menos de una buena parte de los derechos de la propiedad intelectual de sus canciones. Esto podría explicar la corrección política de Young. Pero como también es un negocio rentable para el actual criterio ESG de los nuevos inversores que no ven con malos ojos que un artista se comprometa con las causas sociales y ambientales, se le permite embestir contra aquellas empresas que supuestamente incumplen las normas del criterio ESG, como la plataforma sueca Spotify, a la que se le ha señalado repetidas veces problemas de ESG. Según los expertos en inversiones, Spotify ya era un fracaso de ESG, particularmente en temas ambientales, mucho antes del ultimátum de Young. Por esta imagen positiva que se ajusta bien al criterio ESG de los nuevos inversores, no se le impide despotricar contra los bancos multinacionales JP Morgan Chase & Co, Citigroup Inc., Bank of America Corp y Wells Fargo & Co, acusándolos de haber causado grandes daños ambientales por su financiación a empresas de combustibles fósiles, aunque algunas de estas empresas están vinculadas con Blackstone, el grupo inversor que está asociado a Hipgnosis. 

¿Cómo dice querido lector? ¿Qué todo esto le resulta muy enmarañado? Tiene toda la razón. Es que el progresismo global como una araña laboriosa entreteje redes sutiles en todos los rincones a través de esa nueva modalidad de inversiones sin riesgo disimulada bajo la forma de filantropía. Ponerse a desenredar esta enmarañada madeja de intereses financieros es una tarea tan ímproba como tratar de vaciar un océano con un dedal. Es una tarea de nunca acabar pues apenas uno comienza a tirar de un hilo aparecen varios nudos que lo unen a otros. Esta tarea es parecida al truco de magia que consiste en sacar una larga fila de pañuelos anudados de una galera. Lo cierto es que mientras los organismos multilaterales y los gobiernos nacionales tratan de frenar la pandemia, ese esfuerzo se torna ingente cuando se sabe bien que hoy día la OMS y, por ende, toda la política sanitaria global, está controlada por la ideología filantrocapitalista que no sólo opera a través de sus empresas emergentes, fundaciones y organizaciones filantrópicas, sino por medio de todo el sistema global de respuesta. Consideremos un tema que está en boca de todos: la vacuna para el Covid-19. La distribución de cualquier tratamiento para la Covid se ve afectado por una creciente desconfianza en los filántropos billonarios que no ocultan su interés en inocular esas preparaciones farmacéuticas —mal llamadas vacunas— a todo lo el mundo. Y esto no es «conspiranoia». Me baso en las ínfulas proféticas de Bill Gates que hizo este curioso vaticinio: «La normalidad solo regresará cuando hayamos vacunado en gran medida a toda la población mundial». Esa desconfianza pública hacia los filántropos billonarios está justificada.

Las cosas no son lo que aparentan ser. La mayoría de las ONG’s internacionales, dedicadas a los derechos humanos, el ambientalismo, la ecología, el periodismo de datos, reciben financiación del filantrocapitalismo. La ONG ambientalista internacional Greenpeace es un claro ejemplo de como algunas causas humanistas, ambientalistas y ecológicas, están inextricablemente unidas a esa madeja embrollada de intereses financieros recibiendo flujos de dinero del filantrocapitalismo. La ONG ambientalista que asegura que sus finanzas son transparentes y todos sus fondos provienen de donantes interesados solo en la seguridad del medio ambiente. El grupo de Activist Facts señala que la ONG recibe donaciones de fundaciones y familias ligadas a grandes grupos empresariales que no están relacionadas a la «industria verde», como petroleras y automotrices. El caso más resonante es de la familia Rockefeller cuya fortuna proviene del negocio petrolífero. Se estima que la fundación ligada a Standard Oil y Exxon Mobil Corporation habría financiado de 2000 a 2008 con US$ 1.5 millones, mientras que la Charles Stewart Mott Foundation, ligada a General Motors, donó US$ 199,000 entre 2002 y 2008. En tanto que  JP Morgan Chase & Co, el grupo de medios de CNN, TNT y AOL Time Warner, entre otras firmas, también figurarían en la lista no revelada de donantes. 

Menciono estos datos porque Greenpeace, a la que Neil Young ha apoyado en sus campañas en todo el mundo por temas como la agricultura ecológica, los bosques, el cambio climático, el consumismo, el desarme, el contrapoder, la paz y el cuidado de los océanos, entre otros temas de su agenda, en 2011, el año en que Spotify se lanzó en Estados Unidos fue la primera en denunciar  la empresa sueca por «datos sucios» del streaming. El hecho de que Spotify incumpla el criterio ESG exigido por inversionistas posiblemente haya puesto a la empresa sueca en la mira de los fondos buitres — Hipgnosis Songs Fund, la firma  que compró una participación del 50% en el catálogo de canciones de Young por unos 150 millones de dólares el año pasado, es propiedad de Blackstone— que apostaron fuertemente en derechos de propiedad intelectual de obras musicales, esperan recuperar con creces su enorme inversión gracias al continuo crecimiento del streaming. Si nuestra presunción resulta correcta, deberemos observar el boicot de Young a Spotify desde otra perspectiva. Young aprovechó el podcast de Rogan para acusar a la plataforma sueca de no tener una política transparente que regule la «información falsa sobre el covid-19», de fomentar las «teorías de la conspiración» y apoyar a un presentador que hace «comentarios racistas». Para potenciar el impacto de su boicot contra la lucrativa y exitosa empresa de servicios multimedia sueca Spotify —cuyo producto es la aplicación homónima empleada para la reproducción de música vía streaming—Young invitó a otros músicos a que retiren  su catálogo musical de Spotify. Enseguida algunos de sus viejos amigos como David Crosby, Graham Nash, Joni Mitchell y Nils Logfren salieron en su apoyo, retirando su música de la plataforma sueca. 

A través de una  carta abierta que publicó en su sitio web (ahora eliminada), Young justificó su boicot a Spotify como un apoyo solidario a los trabajadores de la salud que solicitaron a la plataforma sueca frenar la «información falsa» promovida en Joe Rogan Experience, el podcast más escuchado en la plataforma de streaming, por sus comentarios contra la vacunación que podrían causar «un problema sociológico de proporciones devastadoras». ¿Cuál fue el problema con Rogan? Simplemente haber dado micrófono al Dr. Robert W. Malone para que exprese libremente sus opiniones. Malone, bioquímico, virólogo e infectólogo, se tornó conocido por su pública oposición al consenso científico de inocular a toda la población mundial con una preparación génica presentada como una «vacuna», pero que, a diferencia de otras vacunas, no inmuniza y causa numerosos efectos adversos, algunos graves, razón por que el prestigioso virólogo la considera potencialmente riesgosa en el largo plazo. Su opinión profesional es atendible teniendo en cuenta que es el inventor o precursor de dicha técnica. Rogan era conocido por su posición políticamente incorrecta. Acusado de desaconsejar a su joven audiencia sobre el uso de las vacunas y recomendar la ivermectina como tratamiento alternativo que cura la Covid-19, contradiciendo el consenso médico que asegura que es un tratamiento riesgoso. Antes de entrevistar a Malone, Rogan había instado a que los «jóvenes sanos» no se inoculen la vacuna; y si bien luego pidió disculpas, a sus críticos les quedó la sangre en el ojo. 

El podcast #1757 que Rogan subió a Spotify en la víspera de Año Nuevo, ya que tiene un contrato exclusivo con el servicio de streaming que le permite ciertas concesiones, fue la gota que rebalsó el vaso. El podcast #1757 contiene la extensa entrevista a Malone —dura más de tres horas— que el 31 de diciembre Rogan subió a Spotify. Transcribo una parte de la entrevista que me parece importante porque en este fragmento Malone, inventor de la técnica ARNm, habla sobre el origen de la vacuna:

«Conseguí una beca de doctorado en la Northwestern University, en Chicago, y de haber crecido en Santa Bárbara —con mi esposa, éramos novios desde la escuela secundaria—, pasé a Chicago y eso fue una especie de transición abrupta, así que decidí que haría mi trabajo de posgrado en San Diego. Fui aceptado en un programa de la Universidad de San Diego que tenía a dos de los mejores especialistas en terapia génica. Así que nos mudamos a San Diego y empecé a trabajar en Verma, un laboratorio de interior que está en los laboratorios de biología molecular y virología del Instituto Salk, un lugar donde a los estudiantes de posgrado normalmente no se les permite ingresar. Había siete premios Nobel en ese momento, además de Jonas Salk. Un entorno competitivo realmente intenso, me hizo encontrar un pequeño nicho en el que iba a trabajar para mi trabajo de posgrado, que consistía en hacer preguntas sobre cómo se empaqueta el ARN de los retrovirus y a partir de ahí tuve que desarrollar una serie de tecnologías para fabricar el ARN y estructurarlo y, finalmente, ponerlo en las células. Una cascada de eventos, haber estado en el lugar correcto, en el momento adecuado, haciendo las preguntas correctas, rodeado de genios, me condujeron a la serie de descubrimientos que ahora constituye la base de la plataforma de la tecnología de ARN que da lugar a estas vacunas y de las 10 patentes emitidas desde que fueron presentadas en el 89. Así que, esa es la historia de mi origen que se relaciona con este virus y la vacuna». [La transcripción del audio y la traducción del inglés me pertenecen]

Respecto al fragmento citado, me interesa retener algunos datos suministrados por el propio bioquímico que me parecen importantes. Señala, por ejemplo, que su trabajo se centró inicialmente en el desarrollo precursor de la tecnología de ARNm que más tarde sería también el primero en aplicarla en la investigación de reutilización de fármacos. Como científico Malone se especializó en el Salk Institute for Biological Studies, donde fue admitido en uno de los laboratorios en una época que no se permitía el ingreso de doctorandos. Había siete premios Nobel en el Instituto, incluido su director, el Dr. Jonas Salk, fundador de dicho centro de investigaciones. A fines de 1987, Malone realizó un experimento histórico, inédito hasta ese momento. Mezcló hebras de ARNm con gotas de grasa para crear una especie de caldo molecular. Las células humanas bañadas en este caldo genético absorbieron el ARNm y empezaron a producir proteínas a partir de él. La técnica ARNm se usa en la ingeniería genética para aumentar la cantidad de una proteína o metabolito producido por un organismo; para permitir que un organismo sintetice una proteína o metabolito que originalmente no producía o para bloquear la producción de una proteína o metabolito. 

La biotecnología usa la técnica genética de transcripción tanto en la agricultura, la ganadería como en la fabricación de vacunas. Se denomina transcripción al proceso en el que la secuencia de ADN de un gen se copia (transcribe) para hacer una molécula de ARN. En dicho proceso, la doble cadena de ADN es abierta y leída por la enzima ARN polimerasa. Cuando esto sucede se produce una copia de ARN o molécula que se llama ARN mensajero (ARNm), encargada de transportar la información genética que se necesita para elaborar las proteínas en una célula. Lleva la información del ADN desde el núcleo de la célula al citoplasma, que es donde se elaboran las proteínas. Las vacunas génicas no contienen el agente patógeno, ya que sólo poseen el gen que codifica el antígeno responsable de inducir la respuesta inmune, insertado o no, en un vector de expresión. Dicho con otras palabras, el ARNm es una molécula que aparece cuando se copia un tramo de ADN y transporta esta información genética a la parte de las células donde se fabricarán las proteínas indicándole qué hacer. 

Después de los primeros experimentos de Malone, el ARNm se consideraba demasiado inestable y caro para ser utilizado como medicamento o vacuna. Posteriormente, decenas de laboratorios académicos y empresas bioquímicas profundizaron en la investigación de la técnica ARNm, intentando encontrar la fórmula correcta de grasas y ácidos nucleicos, los componentes básicos de las vacunas de ARNm. Los datos cronológicos son evidentes por sí mismos. Malone fue el inventor y precursor de esa técnica génica. En ciencia es normal que otros científicos continúen una línea de investigación iniciada por otro, al que se considera precursor. Pero que posteriormente hayan logrado perfeccionar la técnica, no los convierte en coinventores ni en descubridores, porque es una técnica que, antes de 1987, solo existía en la teoría. Por ello, resulta absurdo e incomprensible que esos colegas intenten desacreditar al hombre que abrió el camino que ellos están recorriendo, haciéndole una inmerecida fama de «antivacunas» o de divulgador de información falsa sobre el coronavirus. Colgarle a Malone el sambenito de «antivacunas» es injurioso. Es impropio para un científico de los quilates de Malone que se le aplique ese mote para desacreditarlo en público. 

Calificar a alguien con el adjetivo de «antivacunas», se ha convertido en el insulto favorito, el vituperio por excelencia del que el periodismo de datos  ha hecho una rutinaria costumbre, casi una jaculatoria a flor de pluma, porque parece que son incapaces de hallar otros adjetivos que describan con mayor precisión a quienes se oponen —sin rechazar necesariamente otras vacunas—a inocularse con una preparación farmacéutica cuya composición no se declara y que, antes de la pandemia, todavía no había sido suficientemente probada porque se hallaba en etapa experimental. La resistencia que se mantiene —luego de vacunada más de media humanidad—, son por las noticias de efectos adversos (algunos de ellos graves), informados por algunos ministerios de salud y artículos científicos publicados en revistas arbitradas. Malone no es «antivacunas». Como precursor de la técnica ARNm solo se opone a su uso en la fabricación de las vacunas génicas. Pero que se lo censure, se le impida comunicar o publicar sus propios hallazgos o criterios científicos, es algo nunca visto, algo insólito e inaudito, porque cuando en estados supuestamente democráticos se comienza a acallar las voces críticas, a amordazar las expresiones disidentes, a perseguir al pensamiento opositor, con las mismas prácticas de censura que en los sistemas totalitarios, es un claro indicio de que algo no está funcionando bien. 

¿Cómo pasamos en tan corto lapso de un mundo que defendía la libertad de expresión como un bien indiscutible a este submundo que pretende legitimar la censura como método para imponer un consenso manufacturado y un pensamiento único, reprimiendo otras formas de pensar? Me tocó vivir en épocas donde la censura invadía todos los órdenes de la vida familiar, social, pública, pero fue bajo regímenes totalitarios, antidemocráticos, por eso, retornada la democracia, la defensa de la libertad de expresión era un consenso firme y, para garantizar el derecho a la disidencia, se estaba en contra de cualquier tipo de censura. Lo importante era proteger el espacio público, el foro democrático donde todos podíamos batirnos con la mayor libertad sin temor a que otros tomaran posturas diferentes o tuvieran ideas opuestas a las nuestras, porque se consideraba que en el intercambio estaba la posibilidad de enriquecimiento mutuo, la idea dominante es que la verdad podía alcanzarse uno junto con el otro, de modo que lo que regulaba un buen debate era la razón, la capacidad de argüir y redargüir, sin importar cuáles fueran las ideas y posiciones de nuestro opositor, que no era enemigo, sino rival, alguien que pensaba distinto, y se consideraba triunfador a aquel que hacía valer el peso de sus argumentos, no la pesantez de la intolerancia y la censura. Entre los intelectuales y los políticos se justipreciaba el derecho al disenso, la fuerza de los argumentos, el valor del intercambio de ideas, para explorar hasta qué límites podría alcanzarse el derecho a la libertad de expresión. 

Sí, hubo un tiempo en que el consenso sobre la defensa de la libertad de expresión era tan fuerte que se entendía que hacerle un hueco a la opinión más heterodoxa —incluso la más molesta e infundada— terminaría por fortalecer la tolerancia, la convivencia, la vida democrática. ¿Qué ocurrió entre aquella época y la actual? Posiblemente esa misma libertad de expresión patinó sobre el camino en alguna curva cerrada que desvió lateralmente su dirección hasta estrellarla contra el muro de la intransigencia autoritaria, esa intolerancia fanática a la que adhieren algunos sectores exasperados por una extrema hipersensibilidad que no encuentra mejor mecanismo de defensa que amordazar o callar otras voces disidentes para no oír lo que no les gusta o no les conviene, aun cuando lo que se esté diciendo no sea necesariamente un agravio ni un ataque. Vivimos en una sociedad poblada por licenciados vidrieras, frágiles y delicados, susceptibles de romperse al oír cualquier opinión disidente, tan libremente atronadora que hace temblar todos los cristales. Esta extrema hipersensibilidad facilitó el surgimiento de aquellos jóvenes censores metidos a verificadores de hechos o periodistas de datos que deben decirnos a todos, como si fuéramos imbéciles incapaces de discernir por nosotros mismos lo que al sano juicio, a la buena lógica o al recto sentido común, le parece falso o verdadero. 

El periodismo de datos —insisto— no es objetivo ni neutral. Tampoco es independiente ni imparcial. Dado que la mayoría de la información que recibe una agencia de fact-checking ha pasado por un filtro riguroso, como ocurre igualmente en una empresa periodística, sin embargo debe seguir siendo sesgada, esto se debe a que existen intereses corporativos de todo orden que siempre son los que controlan los medios de comunicación. Es muy importante resaltar que esta es una problemática que, en general, afecta a muchos periodistas, pero, en particular, mucho más a los periodistas de datos. Puesto que son financiados y subsidiados por empresas, fundaciones y organizaciones, ninguna plataforma de fact-checking es objetiva ni neutral, pierden la noción de un periodismo independiente e imparcial, tomando como propio y verdadero lo que es conveniente para los grupos de poder que los financian y no para la ciudadanía. Esto se debe a la forma en cómo se construye la información y que tipo contenidos conviene o no conviene transmitir a partir de un trabajo de criba que selecciona qué analizar, que comunicar, que  omitir, que desacreditar, de ese modo los fact-checkers pierden su objetividad y su neutralidad, su independencia y su libertad de expresión, dejan de ser veedores o verificadores de los hechos para convertirse en meros propagandistas que solo difunden lo que conviene a sus patrocinadores. 

En 1922, el periodista Walter Lippmann acuñó el concepto de «manufactura del consenso», que varias décadas después retomó, a partir de su carga negativa, Noam Chomsky para desarrollar su crítica a los medios masivos de información. Básicamente dicho concepto hace mención al uso de otras estrategias de comunicación como la propaganda y la publicidad que sesga la información por un falso consenso que aparenta informar cuando en realidad está desinformando para controlar la opinión pública. Esencialmente el concepto gira en torno a la idea de que el control de la opinión pública no es predeterminado ni dirigido, sino que es una cuestión aleatoria y emergente, producto de la selección temática de lo que es relevante o no para los medios de información, cuando en los hechos esa información no es aleatoria sino que está controlada por intereses que operan entre las bambalinas del poder. De esta forma, lo que intentaba Lippmann era vaciar de contenido ideológico a los mass media. En este orden de pensamiento puede ser comprendida la idea de verificación de datos en la construcción mediática que día a día edifica el fact-checking

Un fact-checker es adiestrado como un perro dócil, disciplinado y obediente, aleccionado especialmente para ir corriendo a atrapar la pelota hacia la dirección que su amo la arroje. Y cuando logra atraparla vuelve con aire triunfante esperando recibir la recompensa del hueso (los grants o subsidios).  Ahora bien, el perro cree que la pelota le pertenece porque juega con ella, pero ese es el entretenimiento que el amo le provee para que sea fiel y obediente. Es la mejor definición que puedo dar de un fact-checker porque se comporta con sus patrocinadores globales con la misma docilidad, obediencia y fidelidad canina. No desprecio a los periodistas de datos como personas al definir su trabajo con esta metáfora, pero sí me parece despreciable el trabajo que hacen para desacreditar a médicos y científicos que para no traicionar el juramento hipocrático cuestionan el consenso prefabricado que solo busca engañar a la opinión pública haciéndoles creer que una vacuna que no inmuniza es la panacea universal.

La práctica deformada del periodismo factual o de fact-checking ha creado una suerte de Santo Oficio que está controlado por dogmáticos del consenso prefabricado, modernos émulos de Torquemada, nuevos monjes negros, inquisidores encargados de medir con un arbitrario rasero único que es verdadero o que es falso, señalándole a la sociedad cuáles deben ser los criterios de ortodoxia y heterodoxia en la ciencia para denunciar a los herejes que sostienen un credo diferente al dogma consensuado. Es indignante que un grupo de idiotas morales al servicio de los psicópatas del poder global que los subsidian, asumidos como policías del pensamiento, se dediquen a la nada bonita tarea de desacreditar a científicos y médicos con el mismo rasero que usan para analizar el discurso público de políticos corruptos que incumplen con sus deberes republicanos, aplicando a la opinión experta de los científicos los mismos criterios de falso, engañoso, erróneo, dudoso, peligroso. 

Con este tipo de prevenciones me recuerdan  a los guardavidas que colocan banderas de señalización que indican el estado del mar en una playa, haciendo la salvedad que, a diferencia de los fact-checkers, esos abnegados socorristas se esfuerzan realmente para salvar la vida de otras personas aún a costa de la propia. El parangón comienza y termina solo en relación con la colocación de códigos de señalización. Censurar la voz de los científicos o simplemente de artistas o pensadores que tienen otros puntos de vista se corresponde más con la actitud intimidatoria de la mentalidad mafiosa que es completamente ajena al pensamiento científico. Y esa es, justamente, la relación moral que hay entre el verdadero científico y el cientificista oportunista al servicio de la mafia farmacéutica que intenta hacernos creer que para un mal solo existe un solo método o un único tratamiento, invalidando todo los demás porque no pueden lucrarse o forrarse como lo han hecho en esta pandemia. 

Por todo lo antes dicho también despista la actitud de Neil Young un viejo cruzado de la libertad de expresión que ahora se ha vuelto un fanático partidario de la censura. Young se hizo conocido por su férrea oposición a la biotecnología, especialmente en el uso de las técnicas transgénicas en la agricultura para la producción de semillas. ¿Cuál es la diferencia que encuentra el bueno de Neil entre el empleo de la biotecnología en la agricultura orgánica y su uso en la producción de vacunas? ¿Es más riesgoso para la salud introducir un grano de arroz dorado con la supuesta función de biosintetizar los precursores de beta-caroteno que ayudan al organismo humano a procesar la vitamina A que la inoculación de una molécula genéticamente modificada en nuestras células para que hipotéticamente el ARNm tome el control para que produzca el antígeno responsable de inducir la respuesta inmune en el organismo humano? Si el uso de una técnica génica es peligroso para producir semillas, lo es mucho más para inocularla en nuestras células porque, a largo plazo, nadie es capaz de predecir cuáles serán sus riesgos futuros. Y en esto consiste el mensaje del Dr. Malone. 

Sabiendo que el músico de Toronto es un enemigo declarado de Monsanto lo que cualquiera hubiera esperado es que abriese un debate bioético en el que se cuestione el uso de una técnica génica para modificar el funcionamiento de nuestras células. Young ha luchado contra las multinacionales, que poseen el control de los organismos genéticamente modificados (OGM) que prometen diversos beneficios del uso transgénicos como el aumento en la producción y resistencia a plagas, pero, como al músico canadiense le consta, existen indicios de que los transgénicos estén asociados a enfermedades y a la pérdida de biodiversidad, representando una amenaza para  la salud humana y al medio ambiente.  Hubiera sido más coherente con su postura que se posicionara contra el uso de la técnica ARNm en la producción de vacunas tal como se plantó contra el empleo de la biotecnología en la producción de alimentos transgénicos. Esto hubiera permitido abrir un debate bioético sobre la eficacia y el riesgo de las vacunas. Pero no lo hizo. Young perdió la oportunidad de contribuir al debate democrático y transparente sobre el uso de la técnica génica ARNm en la producción de vacunas. 

Ningún científico puede predecir que las vacunas génicas no sean, a largo plazo, el origen de efecto secundario grave según viene advirtiéndonos Malone. No es un becario inexperto. Malone es un acreditado experto —conviene insistir en ello—, un científico tan sobresaliente que de joven, siendo un estudiante de posgrado, tuvo oportunidad de trabajar con Jonas Salk y otros seis premios Nobel en el Salk Institute for Biological Studies de La Jolla (California). Malone fue el primero en experimentar con la técnica ARNm y en tomar algunas notas que firmó y fechó en estudios que se consideran precursores. Posteriores investigaciones realizadas por otros científicos potenciaron las posibilidades de la técnica ARNm para la fabricación de vacunas, pero eso no los convierte en co-inventores. Les guste o no, Malone es el verdadero inventor de la técnica ARNm, porque fue el primero en desarrollarla y entrever sus posibilidades farmacológicas. El 11 de enero de 1988, escribió: «Si las células pudieran crear proteínas a partir del ARNm introducido en ellas podría ser posible tratar el ARNm como un medicamento». Ese mismo año, Malone demostró que los embriones de rana absorbían ese ARNm2. Era la primera vez que alguien utilizaba gotas de grasa para facilitar el paso del ARNm a un organismo vivo. Sin embargo, en las experiencias de laboratorio de comprobó que el ARNm era demasiado inestable y caro para ser utilizado como medicamento o vacuna. 

En ciencia no hay una creatio ex nihilo. Si, como decía Einstein, «Dios no juega a los dados», tampoco un científico descubre algo a partir de la nada. El conocimiento científico nace de experiencias anteriores. En 1978 hubo precursores de Malone, un grupo de científicos que utilizaron estructuras de membranas grasas llamadas liposomas para transportar ARNm a células de ratón y humanas para inducir la expresión de proteínas. Los liposomas empaquetaban y protegían el ARNm y se fusionaban con las membranas celulares para introducir el material genético en las células. Estos experimentos se basaron en años de trabajo con liposomas y con ARNm; ambos fueron descubiertos en la década de 1960. Pero Malone, como investigador del Instituto Salk, fue el primer científico en transfeccionar ácido ribonucleico (ARN) tanto en ratas como en humanos. En otras palabras, fue el inventor o, al menos, el primero en lograr introducir material genético externo en células humanas, dando inicio a la tecnología de ARN mensajero. Según refirió a Rogan, más tarde, centró su trabajo en la investigación de la técnica ARNm en la reutilización de fármacos: «Completé una beca en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard como becario clínico global para completar mi currículum y he realizado más de 100 ensayos clínicos, sobre todo en el ámbito de las vacunas, pero también en la reutilización de fármacos».  

Malone no es un difusor de información falsa. Es simplemente un científico que tiene un criterio que se contrapone con el consenso científico prefabricado. Neil Young, en cambio, se hizo eco de un texto firmado por 270 personas que se identifican como un grupo de médicos, científicos y trabajadores de la salud, pero que, en su carta abierta, no explican por qué, según su parecer, la información de Malone es errónea. No abren un debate científico, solo se limitan a repetir  el trillado argumento de la misma narrativa consensuada que difunden las plataformas de fact-checking, lo que echa sobre su iniciativa un manto de dudas sobre sus reales motivaciones. Es fácil desacreditar a un científico «políticamente incorrecto» cuando no tiene las mismas oportunidades de defender sus puntos de vista o de refutar los contrarios porque se le censura en todas partes.  Malone, a diferencia de sus impugnadores, ha tenido la probidad intelectual de abrir un debate bioético sobre el uso de la técnica ARNm para la fabricación de vacunas génicas. En lugar de plegarse cerrilmente al rebaño, balando el mismo consenso prefabricado, uno esperaba de Young que abogara por la libertad de expresión, no por la censura de quienes piensan diferente. 

Lo científicamente correcto —y democrático— hubiera sido que alguno de esos 270 firmantes solicitase a Rogan un derecho a réplica para abrir un debate público sobre las vacunas con Malone, Mikovits y otros tantos médicos y científicos censurados por sus opiniones disidentes. En momentos como el actual donde predomina tanto oscurantismo informativo se hace necesario abrir un debate público que informe los pros y contras de las vacunas a la opinión pública. Como defensor de la libertad de expresión, Rogan seguramente habría aceptado que su audiencia escuche el tañido de las dos campanas. En sus memorias y en algunas entrevistas, Young ha dicho que usa mucho internet para informarse, y si encuentra en la red información falsa que estigmatiza y desacredita a un científico acusándolo sin fundamentos de difundir «información falsa» sobre la Covid-19, lo cree porque le parece verosímil. Cuando la reputación de un hombre es triturada con tanta saña como han hecho con Malone que, prácticamente, ha sido condenado por sus propios colegas a esa nueva forma de ostracismo que es la «cultura de la cancelación», esa persistencia en silenciarlo debería ser la mejor señal de que está diciendo algo que es considerado peligroso para el consenso manufacturado de la Big Pharma

Para ilustrar cómo el consenso manufacturado de la Big Pharma ejerce una peligrosa influencia en el criterio médico me remito al modelo de la «espiral del silencio» de la politóloga alemana Elisabeth Noëlle-Neumann (1916-2010) que, con tan solo 19 años, fue una propagandista del Partido Nacionalsocialista de Adolf Hitler, publicando escritos ideológicos a favor del Tercer Reich. Profesora emérita de la Universidad de Maguncia, su contribución más famosa es el modelo de la «espiral del silencio», una teoría sobre cómo la percepción de la opinión pública puede influir en el comportamiento de un individuo. El modelo teórico de la «espiral del silencio» postula que las personas tienen miedo a ser aisladas de su círculo social por no tener la misma opinión, a raíz de este temor surge la idea de adaptarse aceptando el consenso manufacturado de la mayoría renunciando a su propio juicio. Dice Noëlle-Neumann: «Tocqueville escribió que la gente “teme el aislamiento más que el error”, cuando quiso explicar por qué nadie en Francia defendía ya a la Iglesia a finales del siglo XVIII. La descripción tocquevilliana de la “espiral del silencio” era tan precisa como la de un botánico. Hoy se puede demostrar que, aunque la gente vea claramente que algo no es correcto, se mantendrá callada si la opinión pública (opiniones y conductas que pueden mostrarse en público sin temor al aislamiento) y, por ello, el consenso sobre lo que constituye el buen gusto y la opinión moralmente correcta, se manifiesta en contra».

¿No es lo que está ocurriendo ahora mismo con el consenso manufacturado de la Big Pharma presentado por la prensa como la información veraz sobre las vacunas? La contribución del fact-checking para que este consenso manufacturado se convierta en opinión mayoritaria consiste en actuar superficialmente como «instituidores de tendencias» —concepto también acuñado por Noëlle-Neumann— para definir a simples propagandistas sin ideas propias, pero con la férrea voluntad de ser los moderadores, los líderes de opinión que la sociedad necesita, pero son lobos revestidos con piel de cordero que conducen a los silenciosos rebaños embozados con sus barbijos hacia el matadero. Malone superó el temor al aislamiento por no consentir el error, no renunció a su propio juicio de científico ni a su juramento hipocrático como médico, haciendo gala de probidad intelectual eligió decir la verdad aun poniendo en riesgo su carrera científica. No ignora todo lo que perdió y seguramente perderá por no dejarse envolver en esta siniestra «espiral del silencio». Como bien dice Noëlle-Neumann, el temor al aislamiento que, según la politóloga alemana y antigua propagandista nazi, se expresa no sólo el temor que tiene el individuo de que lo aparten de su grupo social sino que el consenso manufacturado al que adhiere la mayoría le genera dudas sobre su propia capacidad de juicio y esto forma parte integrante, según Noëlle-Neumann, de todos los procesos de opinión pública. El punto vulnerable del individuo reside en que los grupos sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse. Hay un vínculo estrecho entre los conceptos de opinión pública, sanción y castigo.

Malone es consciente de que por no haber sabido adaptarse al consenso científico prefabricado no solo será sancionado y castigado por la opinión pública, sino que sufrirá el aislamiento de la comunidad científica y hasta con seguridad se le negará el Premio Nobel que legítimamente merece. Malone arriesgó su buen nombre y credibilidad para tratar de advertirnos sobre algunos graves riesgos que las vacunas podrían causar a futuro. No hay una sola plataforma de fact-checking que no se sume para desacreditar al hereje, de aislarlo socialmente como a un leproso. De hecho ese inmenso colectivo de personas estigmatizado con el insidioso rótulo de «antivacunas» son los nuevos leprosos, los execrados de la sociedad a los que no se les permite viajar en un transporte público ni interactuar socialmente aun cuando estén perfectamente sanos y sin síntomas del coronavirus. Dicho esto, me pregunto: ¿por qué razón debemos rechazar como falsa la opinión de Malone y aceptar como verdadero el consenso manufacturado de la  OMS —secuestrada y controlada por Bill Gates—, el acomodadizo Anthony S. Fauci, la Big Pharma y el establishment sanitario? Hasta el momento no escuché a ninguna opinión libre e independiente que pueda confirmar o refutar que las vacunas no producirán, a mediano o largo plazo, algunos de los efectos adversos señalados por Malone. Lo prudente sería continuar con las investigaciones hasta que no haya duda en el consenso científico sobre su seguridad. En cambio se ha inoculado a la mayor parte de la humanidad con dos o tres dosis y se preparan a inocularle una cuarta pues, como anticipó el poderoso megalomaníaco Bill Gates —ya que parece ser el que decide sobre la política sanitaria mundial—, «La normalidad solo regresará cuando hayamos vacunado en gran medida a toda la población mundial». 

Como uno de los descubridores o coinventores de la tecnología ARNm, me parece una actitud trasnochada pretender enmendarle la plana a Malone que está suficientemente acreditado como para hacer valer su opinión científica como verdadera. Si existiera una herramienta de verificación que nos permitiese escapar de los sesgos interpretativos del subjetivismo tendríamos suficientemente claro este dato: nunca podría haberla inventado ni desarrollado un periodista que, como constructor de noticias y formador de opinión, es el subjetivista social por excelencia. Nadie niega que el acceso fácil a la información que ofrece Internet y las redes sociales tiene su aspecto negativo: la difusión de las noticias falsas, bulos o fakes news. Antes, durante la época dorada del periodismo de grandes tiradas impresas y hecho en las redacciones, el verificador de los datos era el propio periodista que se encargaba de filtrar la información antes de publicarla. 

Con el auge de Internet y las redes sociales la verificación de datos despareció junto con aquel amable intermediario que dejó su puesto vacante porque la gente comenzó a informarse por sí misma, a seleccionar sus propios contenidos, a difundirla sin más criterio que su propia credulidad,  compartiendo o publicando por su propia cuenta pero a riesgo de los demás, cualquier información disparatada sin ninguna clase de filtro ni criterio. Donde antes había un confiable periodista de oficio, ahora hay un infiel verificador de datos, porque su misión no es informar a la ciudadanía, sino defender a sus patrocinadores. Por eso es normal ver en todas las plataformas de fact-checking noticias de este tipo: «Es falso que Bill Gates dijo que miles de personas morirán por la vacuna del coronavirus» (chequeado.com); «Es falso que vacuna Sinopharm no es eficaz contra contagio de COVID-19, pero es cierto que Pfizer es más efectiva en ello» (Perúcheck) y otras tantas por el estilo. 

Eliminado aquel servicial y amable intermediario que todos extrañamos, aquel viejo periodista de oficio formado en las redacciones que era una institución en sí y por sí mismo, surgieron nuevas camadas de informadores recién horneados en las academias, pero sin ese último golpe de horno que da el oficio de las redacciones, que con el pomposo nombre de fact-checkers se presentan como los actuales protectores de la verdad, caballeritos y damiselas tan ambiciosos como pretenciosos, que egresan de las academias con el cargo de directores de sus propios medios que son financiados por fundaciones filantrocapitalistas.  Estos genuflexos besamanos que sin ningún pudor rinden pleitesía pública a los monarcas globales que los subsidian, ahora pretenden hacernos creer que han redescubierto los enigmas del universo y calzados con sus trajes de superhéroes han venido, con la renovada aura protectora de su control, a salvar a la humanidad del flagelo de las fakes news. La información, guste o no, sigue siendo accesible por una simple búsqueda y por más control que pretendan hacer con desmentidas e impugnaciones, solo provoca que aquellas personas con cierta formación científica, por naturaleza escéptica y descreída de toda forma de opinología,  prefieran su propia verificación (búsquedas propias en plataformas científicas, revistas de especialidad con arbitraje, etc.) y los llamados «conspiranoicos» seguirán leyendo sus medios conspirativos favoritos sin creer absolutamente nada de lo que publique un verificador de datos. Dígase las cosas como realmente son.

Así las cosas, es natural que los fact-checkers pongan mayor interés en cumplir las normas que les imponen los programas de subvenciones (grants) que en respetar las condiciones de objetividad y neutralidad. Para mostrar a sus amos que son fieles y obedientes, la jauría del fact-checking y la gatería de las redes sociales se han unido para lanzarse a toda carrera contra Malone porque el poder global ha decidido que es la rata a la que todos deben perseguir hasta el último rincón de la aldea global. De ese poder global centralizado bajan las órdenes a las factorías del fact-checking a que redoblen todos los esfuerzos para desacreditar a Malone, invalidar sus opiniones científicas, eliminar de las redes sociales sus podcast y videos,  cerrar sus cuentas en las redes sociales, rechazar sus contribuciones en revistas científicas con arbitraje, en definitiva cancelarlo socialmente y excluirlo de la comunidad científica. LinkedIn cerró su cuenta debido a las publicaciones en que Malone cuestiona la eficacia de algunas vacunas contra la  Covid-19. Malone no tardó en denunciar esa cancelación: «Fui bloqueado por LinkedIn y mi cuenta fue cerrada. #censura en el momento de COVID», tuiteó. El cierre de su perfil en la plataforma posiblemente se deba a que sus publicaciones contrarían lo que afirma el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID), que dirige Anthony S. Fauci. También fue baneado de Twitter acusado infundadamente de difundir fake news. Twitter suspendió su cuenta porque en uno de sus videoclips Malone informa que las vacunas aumentan «drásticamente» el riesgo de ataque cardíaco, algo que, posteriormente, diversos estudios científicos han comprobado como información cierta. En el videoclip que el Dr. Malone subió a Twitter sostuvo que las vacunas de ARNm de Pfizer y Moderna obligan a los niños a producir picos de proteínas dañinas que pueden provocar daños permanentes en los órganos críticos de los pequeños. A comienzos de enero de este año, YouTube eliminó un vídeo que un tercero publicó con el episodio #1757 de Joe Rogan Experience en el que el presentador del podcast entrevista a Malone.


El silenciamiento del Dr. Malone: La imposición del consenso científico como verdad única


La imposición de una «verdad única» sobre la eficacia de las vacunas durante la pandemia ha trastornado el juicio colectivo de los científicos a través de una censura a nivel global que anuló el debate calificado entre expertos. Esta abolición de un acuerdo general entre todas las partes sin que el consenso científico implique necesariamente unanimidad, se produjo por un consenso manufacturado que ha acordado transmitir el conocimiento científico a la sociedad a través de los medios de información sobre el coronavirus. Precisamente para la discusión de situaciones o ideas nuevas, la ética científica no solo requiere, sino exige, la controversia con los puntos de vista discrepantes, para alcanzar ese consenso científico.​ A partir de la pandemia estas condiciones esenciales de la ética científica no se cumplen. Cualquier opinión científica que cuestione la eficacia de las vacunas debe ser desacreditada. La expansión de la cultura de la cancelación en las redes sociales y las constantes desmentidas urdidas por las plataformas digitales de fact-checking fueron pasos clave para planificar una pandemia exitosa», logrando imponer en la opinión pública y en el diálogo científico un «consenso manufacturado» que introduce la información anticientífica como criterio de verdad casi absoluta. El diálogo científico entre pares ha sido abolido, en su lugar se ha instalado la cultura de la cancelación que mediante una serie de medidas represivas amordaza a los expertos y censura las opiniones disidentes. Pocos científicos se atreven a desafiar el consenso manufacturado de la industria farmacéutica por temor a que se desacrediten sus opiniones como «información falsa» o se los cancele de la comunidad científica. El temor a ser «cancelado», social y profesionalmente, amordaza a muchos científicos y médicos que no se atreven a abrir la boca para evitar seguras represalias. Malone representa, para los médicos, una clara advertencia de lo que puede pasarle a cualquier científico que decida  enfrentar el poder de la mafia farmacéutica. La censura que pesa sobre Malone llega al extremo de impedirle publicar sus artículos científicos en las revistas con arbitraje. 

La llamada «Cultura de la Cancelación» se ha transformado en una poderosa herramienta de censura que margina al «cancelado» social y profesionalmente. La crítica independiente se ha convertido en un fenómeno tan poco frecuente —como la casi inexistente prensa independiente— ya que, ante cualquier disidencia que amenace con poner tela de juicio el modelo dominante,  de inmediato se pone en funcionamiento un proceso de producción de desinformación pergeñada solo con intención de desacreditar públicamente al emisor de alguna opinión «políticamente incorrecta». Su eficacia consiste en inundar a los medios de comunicación o las redes sociales con supuestos «hechos verificados» que intentan —porque no siempre lo consiguen— «desmontar» como «falsa»; «engañosa»; «dudosa» a la opinión disidente, lo que equivale a decir, toda forma de pensamiento crítico que contradiga la información oficial del «consenso manufacturado» —según Lippmann, Herman y Chomsky—, vale decir, una forma de propaganda que sirve para encarrilar la opinión pública en línea con una forma de pensamiento determinada que repita, sin cuestionar nada, que la epidemia de coronavirus tuvo un origen zoonótico a partir del consumo de una sopa de murciélago en un mercado de Wuhan, que la vacunación universal es necesaria para acabar con la pandemia o que las vacunas génicas fabricadas con la técnica ARNm son eficaces, etc. 

Sostener que el coronavirus de la Covid-19 es de fabricación humana, que el origen de la pandemia fue una fuga accidental del laboratorio de Wuhan mientras investigaban una vacuna contra el SIDA (Montagnier; Mikovits); que la técnica ARNm en la fabricación de vacunas se autorizó sin haber completado los procesos de evaluación y sin respetar exigencias éticas y metodológicas (Malone) o que la técnica PCR no debe usarse como una herramienta de diagnóstico por la simple razón de que es incapaz de diagnosticar una enfermedad (Mullis) son opiniones independientes que no están en línea con el «consenso manufacturado» propagado por todos los medios de comunicación y por lo mismo deben ser desacreditadas como «informaciones falsas» sin importar que las reputaciones de científicos honrados sean públicamente destruidas. Toda opinión disidente que se salga del carril del «consenso manufacturado», de inmediato es acallada a través de un mecanismo de censura que elimina de las redes sociales cualquier información que es desacreditada como falsa o descalifica a sus emisores tachándolos de adictos a las «teorías de la conspiración» o difusores de bulos o «información fuera de contexto». La situación se ha vuelto insoportable cuando vemos que notables científicos que han ganado su renombre de forma legítima, merced a la importancia de sus descubrimientos, son sistemáticamente desacreditados o cancelados porque sus opiniones no transmiten la información oficial del «consenso manufacturado». 

En toda época, la censura, bajo todas sus formas, es una eficaz herramienta para hacer desaparecer el pensamiento crítico y la opinión disidente o para perseguir ideológicamente a los inconformistas, los políticamente incorrectos y los independientes. La censura es un mal social que no solo erosiona  la libertad de expresión y el derecho a la información sino, peor aún, conduce a la autocensura de los trabajadores en los medios de comunicación, los médicos, los científicos, todos aquellos que desean evitar la marginación social de la «cultura de la cancelación». Las redes sociales se encargan de enmudecer las voces críticas solo porque hay una mayoría sorda que no quiere oír; de ocultar o eliminar las evidencias porque hay una mayoría ciega que finge no ver, lo que  hace casi inútiles todos los esfuerzos de informar a una mayoría desentendida que se niega a entender. Desde el momento en que se declaró la pandemia, redes sociales como LinkedIn, Twitter y Facebook, han limitado ciertos contenidos que consideran «sensibles» o «erróneos», especialmente si hablan sobre el coronavirus o difunden mensajes a veces mal etiquetados como «antivacunas». 

No todo crítico a la inoculación de vacunas génicas es «antivacunas», simplemente es un escéptico que cuestiona desde los parámetros de objetividad del pensamiento crítico, de las normas epistémicas implícitas en toda práctica científica y la metodología de investigación. Un científico está en su derecho de cuestionar  la eficacia de una nueva técnica que nunca se ha utilizado en la fabricación de vacunas y que, al hallarse todavía en una etapa experimental, el perjuicio que podría causar en el mediano o largo plazo, tal vez sea mayor que el posible beneficio que puedan aportar a corto plazo. El Dr. Malone, por ejemplo, no es un «antivacunas», él mismo se ha vacunado contra la covid-19. Sin embargo, censuran sus comentarios y videos en las redes sociales por cuestionar la eficacia de la vacunación. Para llevar a cabo este esfuerzo ímprobo (entiendo el término en el sentido de lo que no es probo, carente de probidad o ética), las redes sociales utilizan verificadores de hechos independientes que ofrecen una tercerización de servicios de apoyo y se ocupan de censurar contenidos, suspender cuentas, lesionar la credibilidad de las personas, sometiéndolas al desdoro público por el desprestigio y la desacreditación sistemáticos, sin que estos atropellos causen la menor indignación.

La «cultura de la cancelación» ha idiotizado a nuestros contemporáneos, ha vuelto a nuestra sociedad tan completamente imbécil hasta el punto de que es incapaz de pensar por sí misma, de disentir en libertad, de cambiar opiniones de manera civilizada o de limar asperezas en las discusiones. Y en este proceso de deliberada degradación intelectual de las masas tienen mucho que ver esos fariseos del periodismo de datos, los fact-checkers, responsables de instalar en las redes sociales la «cultura de la cancelación» marcando con sus arbitrarias etiquetas aquellas opiniones que a criterio de sus cabezas de chorlitos les parecen peligrosas, erradas, ofensivas o inadmisibles. Suspender una cuenta en Twitter, denunciar o bloquear a alguien por un mensaje ofensivo, repudiar en Facebook a alguien que hace comentarios considerados racistas o sexistas, o incitar a que se deje de seguir a un influencer en Instagram o, como en el caso que nos ocupa, conminar a una plataforma de streaming a que retire un podcast por difundir ideas políticamente incorrectas, todo ello forma parte de la llamada «cultura de cancelación», un fenómeno alarmante de censura que amenaza pasar del mundo virtual de las redes sociales al mundo real de las relaciones humanas interpersonales. 

Es indignante que en nombre de esa «cultura de la cancelación» se censure a científicos como Malone, Mikovits, Mullis o Montagnier —estos dos últimos fallecidos— por expresar opiniones disidentes que no están alineados con el «consenso manufacturado». Que censuren otros puntos de vista científicos que podrían contribuir a la información de la opinión pública, hace que se disparen todas las alarmas ante una situación que parece estar ya fuera de control. Y el hecho de que artistas internacionales, como Neil Young, presten su apoyo incondicional a estrategias de comunicación que pretendiendo informar, desinforman o no dan una información completa, sumándose al «consenso manufacturado» de la cultura de la cancelación, es todavía más inquietante. Aunque no causa extrañeza, produce una honda consternación, que LinkedIn y Twitter hayan suspendido las cuentas del Dr. Malone con la pretensión de condenarlo a esa suerte de ostracismo mediático que es la «cultura de la cancelación». No sorprende digo,  porque desde hace un tiempo las redes sociales disponen de sus propias plataformas de fact-checking que se encargan de poner en marcha un aparato de censura que elimina cualquier contenido que, fundada o infundadamente, se considere ofensivo, lesivo o engañoso. El problema que plantean estas medidas arbitrarias de censura es que, dentro de estas dudosas «categorías» de verificación, se clasifica aquella información que tiene un genuino interés público impidiendo que se reduzcan los daños; mientras que, mutatis mutandis, no se ejerce el mismo control sobre la información intencionalmente falaz que es la materia prima de la llamada «posverdad». 

No es ninguna novedad sostener que redes sociales como Facebook, Twitter, Youtube, WhatsApp, ponen en prácticas formas de control policíaco que filtran la información veraz y dejan pasar la información falsa; censuran y eliminan publicaciones, personas, grupos y páginas, que cuestionan el «consenso manufacturado» de la información oficial haciendo pasar lo verdadero como falso y lo falso como verdadero. Un «consenso manufacturado» —siguiendo a Lippman, Hermann y Chomsky— que, en la práctica, es un dictum autoritario o un imperativo absoluto que ordena a sus guardaespaldas periodísticos como deben proceder ante una información sobre la covid-19 o los efectos adversos de las vacunas, sobre todo, cuando hay expertos que centran sus opiniones tanto en las dudas sobre la eficacia de las vacunas como en los posibles riesgos. 

Cuando una agencia de fact-checking desacredita como falsa la información emitida por un científico se está censurando su derecho como experto a cuestionarlas en público y se clausura el derecho democrático de las personas a escuchar otras opiniones distintas de la oficial. Y esto es lo que está ocurriendo, por desgracia, con el Dr. Malone. También se lo difama diciendo que su crítica a las vacunas que usan la técnica ARNm es por despecho, por el resentimiento de no haber sido reconocido como su inventor o precursor. Y hay quienes aceptan este argumento pueril sin formular ninguna clase de reparo ético o cuestionamiento científico. Lo que este científico llama crítica al uso de la técnica ARNm en las vacunas, habiendo sido uno de sus precursores y voces más autorizadas, no obstante, de manera asombrosa, es vista por muchos en la comunidad científica como «desinformación». Su credibilidad proviene de su formación médica y experiencia científica, por esta razón se intenta desacreditarlo ante la opinión pública diciendo que es un científico que busca minar la confianza del público en las vacunas al propagar «información falsa» o «medias verdades», a veces mezcladas con hechos, muy matizadas, para dar autoridad a su voz.

En un artículo titulado «Mediocracia» publicado el 23 de enero de 1995 en una columna de opinión del diario El País, el sociólogo español Manuel Castells acuñó el término que da título a su texto. En dicho artículo sostiene que, en las sociedades democráticas desarrolladas los medios de comunicación no son el cuarto poder, sino el espacio en el que se genera, se mantiene y se pierde el poder. Eso significa que los medios de comunicación de masas no son un poder en sí mismos, sino que más bien son un espacio en el que los sectores y grupos que representan distintos intereses ideológicos, políticos y económicos, disputan el poder, convirtiéndolo en una suerte de campo de batalla para influir en la opinión pública. En cuanto a la motivación de los medios de comunicación es simple. En palabras de Castells: «es su negocio, tanto en ventas como en influencia. Dicha lógica crea un nuevo tipo de profesional para quien la producción de información ocultada se convierte en la vía más rápida de promoción. Ciertamente, los medios de comunicación no son neutros, pertenecen a grupos financieros importantes, tienen alianzas políticas y están anclados con frecuencia en afinidades ideológicas y religiosas. Las conspiraciones existen, pero son múltiples, se contradicen y se entrecruzan y tienen que respetar la autonomía y la credibilidad del medio sin las cuales el instrumento de comunicación se hace inservible. Es una lógica semejante a la que tiene lugar en los mercados financieros: los especuladores pueden suscitar movimientos importantes, pero no controlan las fluctuaciones de un mercado cuya inestabilidad refleja la geometría variable de la economía global. Tanto en las finanzas como en la comunicación el poder de los flujos prevalece sobre los flujos del poder».

Esta misma lógica opera, desde ya, en las plataformas de fact-checking que tampoco son neutras, pertenecen a grupos financieros importantes. El término acuñado por Castells permite también identificar el tipo de periodismo que llevan a cabo las distintas plataformas de verificación de datos (fact-checking) que se aboca a la defensa de una causa, por lo general, un consenso mediático regulado por un grupo de poder por lo que siempre se intenta incluir los intereses de la parte. Profundizando en el concepto implicado en el término «mediocracia», sostengo que el fact-checking es un tipo de periodismo que usa la big data como una herramienta de propaganda cuya orientación informativa, la selección de contenidos y su tratamiento valorativo está al servicio de un lobby financiero cuyos intereses representa. La «mediocracia» desplaza el poder político hacia estos grupos financieros por lo que este control de la información que busca influir en la opinión pública plantea el viejo problema de quién controla a los controladores o quien verifica a los verificadores. Reformulando algunas de las preguntas que se hace Castells, ¿cómo desactivar las campañas sesgadas que responden a la manufacturación de un consenso mediático? ¿Cómo prevenir la calumnia, la difamación, el descrédito? Y, sobre todo, ¿cómo evitar una continua desorientación de la opinión pública a la que la desinformación malintencionada puede conducirla a la cultura de la cancelación?


Filantrocapitalismo y fact-checking: El control punitivo de la información sobre las vacunas


Con el florecimiento de grandes fortunas financieras al abrigo oportunista de la globalización, se está registrando la expansión de una nueva manera de acrecentar las riquezas a través de ese fenómeno denominado «filantrocapitalismo». En el siglo XXI, el filantrocapitalismo está desplazando a la Organización Mundial de la Salud (OMS) como actor fundamental en la salud pública internacional, y usa a este organismo mundial para establecer las políticas sanitarias según los intereses económicos y las prioridades de inversión de sus propias empresas. La ausencia de una estructura democrática y transparente les permite encubrir sus negociados bajo la engañosa apariencia de un acto filantrópico que, entre otros beneficios, les permite ejercer un control sobre instituciones públicas y privadas sin tener  que rendir cuentas a  la justicia ni a  la sociedad, porque sus votos están legitimados por la cuantía de sus aportaciones o de los donantes que reúnen.  A grandes rasgos, podemos definir el filantrocapitalismo como una forma de falso altruismo  en la que las personas ricas intentan controlar las políticas públicas y sanitarias utilizando métodos similares a los que podrían usar en sus empresas. El filantrocapitalismo extiende sus tentáculos sobre todo objeto que tenga un fuerte valor de inversión como la biotecnología, la industria farmacéutica, los derechos de autor de obras musicales y, por supuesto, la producción de información. 

A ello se debe que las plataformas de fact-checking se hayan convertido en un floreciente negocio de los magnates tecnológicos y digitales de las redes sociales que financian a estas agencias periodísticas bajo el engañoso rótulo de «apoyo filantrópico». Engañoso porque bajo el rótulo de «Filantropía», «Solidaridad», «Humanitarismo» se oculta un falso altruismo que privilegia el bien propio en detrimento del bien común. A diferencia de la solidaridad, que se basa en una relación horizontal de beneficios recíprocos y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba abajo y jamás altera ni un ápice las relaciones de poder. Detrás de la beneficencia se oculta una lucrativa porción de negocios controlados por los propios donantes. Nunca mejor empleado aquel refrán que dice «la caridad bien entendida empieza por casa», ya que, para estos magnates tecnológicos, lo natural es pensar en su propio beneficio antes que en el ajeno. Su hipocresía consiste en subvertir el buen uso del lenguaje llamando «filantropía» a lo que hacen en beneficio propio; términos de noble origen como «beneficencia» o «caridad» son tergiversados y usados por el filantrocapitalismo como eufemismos que encubren el beneficio económico que obtienen de sus millonarias donaciones que sería más exacto denominar «inversiones». 

Raquel Rondón ha presentado un detallado informe en su bien fundamentado artículo «Falsa Filantropía. El Juego de Poder detrás del Negocio de la Beneficencia» (2021), publicado originalmente en Ethical Entis y que 360º ha compartido en sus propias páginas (Véase aquí).  Al respecto, Raquel Rondón asienta esta importante observación: 

«En los últimos años ha habido una explosión del número de multimillonarios filántropos. El mejor ejemplo es «The Giving Pledge», una iniciativa de Bill Gates y Warren Buffett a la cual se han adherido 216 personas con el compromiso de donar gran parte de sus propios activos con fines benéficos. Solo el 18% del total de las donaciones se destina a organizaciones que operan en el campo, mientras que la mayor parte del dinero, el 82% termina en fundaciones familiares privadas. Las fundaciones disfrutan de generosas ventajas fiscales, «Por cada dólar invertido en su propia fundación privada, el multimillonario recupera hasta 74 centavos en exenciones fiscales». Para optar a estas ventajas, solo tienen una obligación: invertir al menos el 5% de su presupuesto cada año en obras benéficas. El  95% restante puede conservarse en las arcas de la fundación, lo que las convierte de facto, en fondos de ahorro e inversión. Se estima que a la fecha hay aparcados más de 1200 millones de dólares en fondos fiduciarios de este tipo. La fundación Bill & Melinda Gates es la principal fuente de financiamiento de la Organización Mundial de Salud, OMS, lo que trae como consecuencia su influencia en la agenda de la OMS y le permite determinar las políticas sanitarias a seguir a nivel global. Siguiendo el rastro del dinero de esta falsa filantropía, se observa como las personas más ricas del mundo participan en un juego de poder, donde el dinero es un vector de peso ante la toma de decisiones de las políticas públicas».

Como bien señala Raquel Rondón, el «filantropismo» como una forma de falso altruismo es utilizado por estos empresarios millonarios no solo para favorecer sus propios intereses e incrementar sus ganancias sino, sobre todo, para influir sobre la agenda de la Organización Mundial de la Salud y determinar las políticas sanitarias que se deben seguir a escala global. La investigadora canadiense Anne-Emanuelle Birn, profesora de la Universidad de Toronto, historiadora y experta en Salud Internacional, había abordado antes esta misma cuestión en su artículo «Philanthrocapitalism, past and present: The Rockefeller Foundation, the Gates Foundation, and the setting(s) of the international/ global health agenda» (2014). En este artículo, la profesora Birn señala que la Bill and Melinda Gates Foundation [BMGF] es la mayor empresa filantrocapitalista del mundo y su presupuesto dedicado a la salud global (60% del total), supera el de la OMS, convirtiéndola en el primer actor de la salud global. 

De acuerdo a su división de salud global, la meta de la BMGF es «promocionar el avance en la ciencia y tecnología para reducir las desigualdades en salud». Sin embargo, la falta de una estructura democrática y transparente de esta empresa filantrocapitalista hace sumamente difícil acceder a documentos que den cuenta de sus procesos operativos y de sus decisiones, por ejemplo, en su interés de impulsar una campaña agresiva de vacunación universal. Los esfuerzos de la BMGF en materia de salud mundial incluyen el apoyo al desarrollo de vacunas. En 2010 se comprometió a destinar 10.000 millones de dólares para  sostener por diez años la investigación, el desarrollo y la distribución de vacunas. No cabe duda de que las vacunas son herramientas importantes y eficaces de la salud pública pero es esencial tener en cuenta la naturaleza de las inversiones de Bill Gates en las técnicas génicas para la producción de vacunas contra la Covid-19. Según la Prof. Birn, el enfoque del BMGF es reduccionista, y quizás el mejor ejemplo sea el discurso de Bill Gates en la 58ª Asamblea Mundial de la Salud, en mayo de 2005. Observa la Prof. Birn: 

«El hecho de que un orador del sector privado se dirigiera a esta reunión anual, en la que los países miembros de la OMS establecen la política y votan sobre asuntos clave, no tenía precedentes; su osadía al invocar el modelo de erradicación de la viruela basado en la vacunación (obviando su condición de no patentado) para marcar el rumbo de la OMS hacia el futuro fue asombrosa: “Algunos señalan la mejor salud del mundo desarrollado y dicen que sólo podemos mejorar la salud cuando eliminamos la pobreza. Y eliminar la pobreza es un objetivo importante. Pero el mundo no tuvo que eliminar la pobreza para eliminar la viruela, y no tenemos que eliminar la pobreza para reducir la malaria. Tenemos que producir y suministrar una vacuna”. Sorprendentemente, Gates apeló a su audiencia con una solución tecnológica engañosamente sencilla para un problema enormemente complejo sólo dos meses después de que la OMS pusiera en marcha su Comisión de la salud, creada precisamente para contrarrestar la concepción excesivamente biomédica de la salud y para investigar y abogar por abordar la gama de factores estructurales y políticos fundamentales que influyen en la salud. Además, la afirmación de Gates contradice directamente una gran cantidad de investigaciones demográficas y de salud pública que demuestran que el descenso moderno de la mortalidad desde el siglo XIX ha sido consecuencia, en primer lugar, de la mejora de las condiciones de vida y de trabajo, seguida de una combinación de estos planteamientos sociopolíticos con las tecnologías médicas surgidas a partir de la Segunda Guerra Mundial». [La traducción del inglés me pertenece

Como señala oportunamente la profesora Birn, la erradicación de la pobreza y el descenso de la mortalidad en los países pobres se puede lograr a través de una mejora de las condiciones de vida y de trabajo, antes que con la inoculación a nivel global de vacunas fabricadas con técnicas génicas que todavía están en una fase experimental. No se debe olvidar que Pfizer y BioNtech son dos empresas vinculadas a Bill Gates. El peligroso uso de eufemismos en el lenguaje del filantrocapitalismo hace sospechar que la expresión «erradicación de la pobreza» podría aludir al uso de la biotecnología en la producción de vacunas como una herramienta eugenésica para reducir drásticamente la población mundial, independientemente de la escasa credibilidad que para los fact-checkers pueda inspirar como «teoría conspirativa». Lo que en cambio no pueden desacreditar, pero tampoco se molestan en verificar, es que la empresa filantrocapitalista BMGF ha incrementado su patrimonio durante la pandemia. 

En su artículo «While the Poor Get Sick, Bill Gates Just Gets Richer» [Mientras los pobres se enferman, Bill Gates se enriquece] (2020), publicado en The Nation, el periodista independiente Tim Schwab ha señalado, basándose en los cálculos de Forbes, que «el patrimonio privado de Bill Gates, que se estima en aproximadamente US$115. 000 millones, registró un aumento de más de US$10.000 millones durante la pandemia». Si bien al momento de escribir su artículo, Tim Schwab admite que «desconoce si los Gates tienen inversiones personales en empresas dedicadas a COVID», información posterior publicada en agosto del mismo año, daba a conocer la asociación comercial de la BMGF con la Global Alliance for Vaccines and Immunization (GAVI), considerada como la mayor fabricante de vacunas del mundo, creada en el 2000 «para mejorar el acceso a vacunas para niños en países menos favorecidos», según la organización, que ahora tiene a la BMGF como uno de sus patrocinadores principales. 

No obstante, era un dato conocido que BioNtech, la empresa de biotecnología alemana trabaja con la BMGF desde el 2019, pocos meses antes de que se declarase la pandemia, cuando firmaron varios acuerdos para trabajar en la investigación de vacunas de inmunoterapia supuestamente para prevenir el VIH y la tuberculosis. La BMGF, está detrás de la alianza de la farmacéutica estadounidense (Pfizer) y la empresa de biotecnología alemana (BioNTech). En febrero de 2020, la farmacéutica Pfizer puso en su Consejo de Administración a una aliada clave de Gates, la exconsejera delegada de su fundación, Susan Desmond-Hellman. Esta elección se hizo mientras se investigaba la COVID-19. Apenas puesto un pie en Pfizer, la BMGF, reforzó sus vínculos con el gigante farmacéutico estadounidense de casi 100.000 empleados, que en 2018 ya había establecido una asociación de investigación y desarrollo con esta pequeña compañía alemana fundada por una pareja de investigadores alemanes de origen turco, Ugur Sahin y Özlem Türeci, que en ese entonces tenía unos 1500 empleados, para la concepción de vacunas que usaran la tecnología ARNm destinadas a prevenir la gripe, que desembocó en el desarrollo de la vacuna contra la covid-19. BioNtech nunca había producido una vacuna ni puesto en el mercado tratamientos médicos autorizados, porque estaba especializada en el desarrollo de terapias individuales para el tratamiento del cáncer y de enfermedades graves o hereditarias, adaptadas a cada enfermo. Parado sobre los hombros del gigante norteamericano, ahora el pulgarcito alemán se puso a la delantera en la carrera para producir vacunas contra el coronavirus, «gracias a su tecnología innovadora». ¿Cuál es esta tecnología innovadora? La misma que el Dr. Malone desarrolló de manera precursora, pero nunca pensada para utilizarse en la producción de vacunas. 

La tecnología del ARN mensajero (ARNm) tiene la particularidad de desarrollarse rápidamente, sin crecimiento celular, por medio de la inoculación de una molécula en el cuerpo humano que le permite crear proteínas virales que supuestamente desencadenarán una respuesta inmunitaria cuyos riesgos, a largo plazo, nadie está en condiciones de predecir, pero estudios recientes han registrados algunos efectos adversos graves luego de la inoculación de vacunas con ARNm, particularmente, Pfizer y Moderna. Y esos riesgos habían sido previstos y advertidos por el Dr. Robert Malone a quien se acusa, falsamente, de propagar «teorías de la conspiración» e «información falsa». Es obvio que detrás de esta poderosa alianza entre la BMGF, Gavi, Pfizer y BioNtech, hay algo más que un simple interés humanitario y filantrópico. No existen lobos veganos que hagan campañas contra el consumo de carne de cordero así como tampoco existen filantrocapitalistas que por altruismo renuncien a sus propios intereses en beneficio de la humanidad. Amigo lector, si usted cree que es un «negacionismo» afirmar que no existen lobos veganos ni filantrocapitalistas altruistas, prepárese para ser devorado sin piedad por estos depredadores: usted es el cordero.

En otro de sus artículos, orientador desde el título «Journalism’s Gates keepers» (2020), Tim Schwab informaba entonces que la Fundación Bill y Melinda Gates había «donado» (eufemismo que sustituye a la palabra «invertido») más de 250 millones de dólares a empresas de medios de comunicación como: BBC; NBC; Al Jazeera; ProPublica; National Journal; The Guardian; Univision; Medium; Financial Times; The Atlantic; Texas Tribune; Gannett; Washington Monthly; Le Monde; PBS NewsHour; y Center for Investigative Reporting. Otras organizaciones periodísticas también han recibido subvenciones por parte de la Fundación Bill y Melinda Gates. Entre ellas podemos mencionar: Pulitzer Center on Crisis Reporting; National Press Foundation; International Center for Journalists; Solutions Journalism Network; y Poynter Institute. Y como este «filantrópico» multimillonario nunca da puntada sin hilo, se aseguró también de firmar acuerdos con la editorial de libros de medicina y literatura científica Elsevier. Cualquier investigación financiada por la fundación debe publicarse como «acceso abierto» para que puedan consultarse de forma gratuita, lo que maximiza la exposición de esos estudios. Esto significa que todas las investigaciones patrocinadas por la Fundación Gates sobre los efectos adversos de las vacunas o los peligros de la técnica ARNm, en caso de que sean reconocidos, pueden ser minimizados o desestimados argumentando que, comparados con los de la enfermedad, es mayor el beneficio que el daño. Sin embargo, esta comparación es engañosa, porque al no existir en muchos casos autopsias es difícil determinar a priori cuáles daños fueron producidos por la enfermedad y cuáles por las vacunas.

Este control global de la BMGF sobre la industria farmacéutica, las editoriales médicas y de literatura científica y las organizaciones periodísticas, explican bien su influencia para amordazar a científicos políticamente incorrectos como el Dr. Malone cuyas declaraciones resultan tan peligrosas para el sistema global de poder que ya controla el 99% de los grandes medios de comunicación y redes sociales manda a censurarlo, obligando a Twitter que cierre definitivamente su cuenta o que Neil Young cuyos derechos de autor están en manos de una compañía de inversiones vinculada a Pfizer, a través de Blackstone, haya iniciado su cruzada contra la plataforma sueca Spotify conminando a que elimine el podcast con la entrevista a Malone, bajo la infundada acusación de difundir una supuesta «información falsa». Pareciera que pocos son los lúcidos que advierten el tremendo peligro que se cierne sobre el futuro de la humanidad cuando hombres que concentran en sus manos tanto poder financiero, industrial y mediático, como Bill Gates, se convierten en una potencial amenaza para la democracia, pues este control casi absoluto sobre las políticas sanitarias y la información podría ser la antesala de una próxima gran dictadura mundial. 

Y es que la BMGF también está detrás de los festivales globales organizados por Global Citizen, de la que antes he hablado. Edición tras edición, el festival Global Citizen LIVE, una transmisión en vivo de 24 horas con actividades y actuaciones de numerosos artistas que se transmite a todo el mundo, se va consolidando como la banda sonora del globalismo progresista. La última edición del Global Citizen LIVE 25 de septiembre de 2021 contó con la participación estelar de Neil Young y el apoyo de más de 35 gobiernos y líderes mundiales, entre ellos la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyden, el primer ministro de Italia y presidente del G20, Mario Draghi, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, el presidente de Chile, Sebastián Piñera, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, la canciller alemana, Ángela Merkel, la primera ministra de Noruega, Erna Solberg, el primer ministro de Croacia, Andrej Plenković. 


La segunda carta de Neil Young: ¿En nombre de la verdad o de la posverdad?


A esta altura de los acontecimientos nadie ignora que el mundo entero se encuentra en manos de psicópatas megalomaníacos que han puesto a toda la humanidad en medio de un colosal experimento sin precedentes: el rápido desarrollo y despliegue de las vacunas génicas contra la Covid-19, que aún no han superado la prueba del tiempo, han tomado a personas de todas las edades, desde niños hasta ancianos, como cobayos de un gigantesco laboratorio global. Poco a poco, comienzan a conocerse varios efectos secundarios graves, como la detección de trombos (coágulos de sangre) en aquellas personas que recibieron las vacunas de AstraZeneca y Johnson & Johnson o miocarditis y pericarditis en aquellas otras que recibieron las vacunas de Pfizer y Moderna. Por lo general, en todas las vacunas, con mayor o menor frecuencia, se han detectado ciertos efectos secundarios que por su gravedad no han podido ser acallados. Esta constatación ha llevado a algunos gobiernos a suspender o limitar ambas inyecciones, y ha aumentado razonablemente las dudas sobre las vacunas. Por esta razón, es una decepción que un influyente artista internacional, como Neil Young, que abrió un importante debate sobre la biotecnología aplicada a la agricultura, poniendo en el centro de su discusión a Monsanto, no haya trasladado esta misma iniciativa al terreno de la industria farmacéutica para cuestionar la producción de vacunas génicas con la misma tecnología que emplean las agroquímicas. 

En vez de ello, Young parece haber renunciado a defender la libertad de expresión, pasando a engrosar las filas de los que,  en nombre de la verdad, censuran las opiniones disidentes. No cabe dudas de que en tiempos signados por la posverdad, la falsedad termina confundiéndose con la verdad misma.  Hablar «en nombre de la verdad» supone la existencia de una coincidencia entre la afirmación que se hace y los datos a que se hace referencia, manteniendo una fidelidad incuestionable en lo que se transmite al público. El relativismo que se ha instalado en la sociedad actual ha calado la cultura occidental a distintos niveles, desde los comunicacionales hasta los sociales, desde los tecnológicos hasta los científicos, desde los académicos hasta los jurídicos, desconociendo a la verdad, tanto como objeto del conocimiento como de su aplicación ética; y la manipulación de la noción de verdad, a nuestro criterio, es actualmente la expresión más grave de ese proceso. Que un acreditado científico como el Dr. Robert W. Malone —sigue siéndolo pese a todos los intentos de desacreditarlo—, sea censurado y amordazado por intentar prevenir a la opinión pública internacional acerca de los riesgos que conlleva la inoculación de vacunas fabricadas con tecnología ARNm, nos parece grave.  

Sostener que las vacunas que usan la tecnología ARNm como Pfizer y Moderna deberían haber pasado por muchas más etapas de testeo antes de ser liberada al público, especialmente porque nunca esta técnica había sido usada en vacunas para la población masiva, como lo reconocen las mismas empresas farmacéuticas, nos parece una opinión sensata y atendible. Según Malone, las vacunas de ARNm de Pfizer y Moderna engañan al cuerpo haciéndolo creer que está contagiado del virus, y lo obliga a producir proteínas que fomentan la creación de anticuerpos contra el SARS-CoV-2. Asegura Malone que estas proteínas pueden ser dañinas, especialmente en los más jóvenes o los deportistas de alto rendimiento, toda vez que pueden provocar daños permanentes en los órganos críticos del cuerpo. El retiro prematuro de futbolistas de alta competición o la muerte de jóvenes atletas que habían sido inoculados con estas vacunas demuestran el acierto de su predicción. También se han comprobado científicamente que ambas vacunas se encuentran como causa de algunas patologías cardíacas, sobre todo en jóvenes, como la miocarditis y la pericarditis. ¿Y con estas evidencias se acusa al Dr. Malone de difundir información falsa sobre las vacunas? 

La reacción de Young por las declaraciones de Malone en el podcast #1757, emitido a fin de año, en  Joe Rogan Experience ha tomado a muchos por sorpresa. Su postura de censor no encaja con el retrato histórico de firme defensor de la libertad de expresión. Verlo abogar por la censura y el silenciamiento de una opinión disidente, decepciona, porque se solidariza con actitudes retrógradas y oscurantistas. ¿Qué pasó con aquel viejo hippie contestatario de «Ohio» o «Soldier» que solía abrir debates en todos los frentes cuestionando las políticas del establishment? El Young actual es un censor que contribuye activamente para que se amordace y silencie a científicos que solo intentan advertirnos sobre ciertos riesgos no declarados por los fabricantes de vacunas y que pueden aportar a la opinión pública una información alternativa a la información oficial acordada por el consenso manufacturado del poder global. La reacción de Young provocó otras reacciones en cadena. Que el príncipe Harry y su consorte Meghan Markle simpaticen con el boicot de Young a Spotify haría desternillar de risa a aquel viejo hippie, se encuentre ahora donde se encontrase. Un hippie que predicaba el sexo libre, fumaba porros, haciendo buenas migas con la realeza imperial hace evidente que hay algo que no cuaja. 

Harry y Meghan Markle tienen firmado un acuerdo de exclusividad con Spotify para publicar podcast en la plataforma sueca por valor de 24 millones de dólares. Pese a ello se pronunciaron contra Spotify. Conocidas son las campañas «filantrópicas» de los duques de Sussex  para impulsar la vacunación masiva en los países pobres. El matrimonio ha contribuido poniéndose al frente de la campaña VAX LIVE —lanzada por el australiano Hugh Evans a través de su organización Global Citizen—, alentando al sector privado a hacer donaciones a COVAX, el pilar de vacunas de la Aceleradora ACT, para garantizar que todos, en todas partes, puedan acceder a las vacunas contra la Covid-19. Ambos manifestaron su adhesión a Young repudiando la entrevista que Rogan hizo al Dr. Malone. No dudaron en ponerse del lado del músico que inició un boicot a Spotify para apoyar una carta firmada por 270 matasanos —nunca el término estuvo mejor empleado—exigiendo a Spotify que tome las acciones necesarias para evitar que Rogan siga divulgando «información falsa sobre el coronavirus» en su plataforma. Después de que su música —o la mayoría de ella, al menos— se eliminara de Spotify, el 26 de enero de este año, el voluble cantautor canadiense publicó una nueva carta en su sitio web con el extraño título de «Spotify: In the name of truth». Escribe Neil Young: 

«SPOTIFY se ha convertido recientemente en una fuerza muy dañina a través de su desinformación pública y sus mentiras sobre la COVID. Me enteré de este problema por primera vez al leer que más de 200 médicos habían unido sus fuerzas, enfrentándose a las peligrosas falsedades sobre la COVID que se encuentran en la programación de SPOTIFY y que ponen en peligro la vida. La mayoría de los oyentes que escuchan información falsa y engañosa sobre la COVID en SPOTIFY tienen 24 años, son impresionables y fáciles de inclinar hacia el lado equivocado de la verdad. Estos jóvenes creen que SPOTIFY nunca presentaría una información groseramente falsa. Desgraciadamente, se equivocan. Sabía que tenía que tratar de señalar esto. Toda mi música está disponible en SPOTIFY y se vende a estos jóvenes, que creen lo que oyen porque está en SPOTIFY, y gente como yo apoya a SPOTIFY presentando mi música allí. Me di cuenta de que no podía seguir apoyando la desinformación de SPOTIFY que amenaza la vida del público amante de la música». [Mayúsculas en el original. La traducción del inglés me pertenece].

Young incurre en el argumentum ad hominem, un tipo de falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una determinada afirmación, a saber: la supuesta «desinformación pública y mentiras sobre la Covid», tomando como base la afirmación del emisor (Malone) pero sesgada por los contradictores (los 270 médicos firmantes). Otro grosero error cometido por Young es subestimar al joven auditorio de Rogan al que descalifica por su edad al afirmar: «La mayoría de los oyentes que escuchan información falsa y engañosa sobre la COVID en SPOTIFY tienen 24 años, son impresionables y fáciles de inclinar hacia el lado equivocado de la verdad. Estos jóvenes creen que SPOTIFY nunca presentaría una información groseramente falsa. Desgraciadamente, se equivocan». Semanas antes de que Young escribiera su carta-ultimátum, se conoció la carta abierta firmada por 270 médicos, enfermeros y otros empleados sanitarios estadounidenses que  advertía a Spotify que estaba habilitando la difusión de teorías que dañan la confianza pública en la investigación científica y en las recomendaciones sanitarias. Allí, remarcan que el podcast de Rogan, tiene una audiencia de once millones de oyentes por episodio, con una edad media de 24 años. 

Haciéndose eco del argumento de los firmantes, Young incurre en la misma falacia, la falacia de la apelación a la edad, que consiste en justificar algo que no se puede defender por méritos reales, como, por ejemplo, que la mayoría de esos jóvenes de 24 años sean oyentes y seguidores del influyente y exitoso podcaster Joe Rogan. La falacia de apelación a la edad no solo reduce el nivel argumentativo de quien la usa, sino porque se permite descalificar en masa a la joven audiencia de Rogan sin siquiera tener en cuenta que grado de formación académica o conocimiento científico tienen dichos jóvenes. El hecho de que el promedio de edad de  la mayoría de esos jóvenes sea el de 24 años no implica que, necesariamente, todos sean fáciles de influir o de engañar, pues, es posible que entre ellos se encuentren médicos, bioquímicos, biólogos, ingenieros genéticos o investigadores científicos, que tengan una mayor información y conocimiento que el que posee el propio músico que no duda en descalificarlos, sin más argumento que el de la falacia de apelación a la edad. Presuponer que estos jóvenes de 24 años no piensan o carecen de suficiente información porque escuchan a un presentador de podcast que Young desprecia es una forma de autoritarismo que se hace eco de la «cultura de la cancelación» impulsada por esos 270 médicos firmantes que solicitaron a Spotify el retiro del podcast con la entrevista a Malone. 

Erradamente Young cree que por ser un veterano que ha sobrevivido varias batallas y acumula más experiencias y años vividos que esos jóvenes, se encuentra en posesión de un mayor conocimiento, de una información más precisa o puede hablar «en nombre de la verdad» sin ningún cuestionamiento. Poco importa la edad de la joven audiencia de Rogan si el conocimiento y la información están del lado de ambos, vale decir, tanto del emisor de la información como del receptor. El hecho de que una abrumadora multitud de jóvenes hayan elegido escuchar la entrevista que Rogan le hizo a Malone ¿no es indicio suficiente de que están  mejor informados que Young? Porque nadie que conozca mínimamente la posición del Dr. Malone respecto a la vacunación universal, podría seguir con interés esa entrevista que le hizo Rogan si no compartiera sus mismos puntos de vista. A esta altura de su vida, Young debería estar cierto de que así como la vejez no es garantía de sabiduría, tampoco la juventud es demostración de ignorancia por la falta de años vividos. Que alguien tenga en su haber más años vividos que otros no siempre es prueba fehaciente de un mayor conocimiento ni de una experiencia de vida mejor aprovechada, pero en cambio puede inducir a sesgos al suponer que todo joven es incapaz de pensar por sí mismo o de estar mejor informado que el propio músico. 

En apariencia el berrinche de Young podría considerarse una noticia frívola más del mundillo glamoroso de la farándula, pero no lo es. Young se labró en el pasado cierta fama como un defensor de la libertad de conciencia y la libertad de expresión, actitud que le permitió convertirse en un importante referente de la contracultura y el contrapoder, por eso resulta contradictorio que intente censurar a Rogan exigiendo a Spotify que retire su polémico podcast. El hecho de que Young  pretenda amordazar a Rogan y, peor aún,  avanzar sobre los derechos de los oyentes a elegir libremente lo que desea escuchar, es algo grave, pero coherente con la corrección política del globalismo progresista de la izquierda norteamericana, que así como en el pasado adhirió a la cultura de protesta contra el establishment, ahora que es el establishment impulsa la cultura de la cancelación como un instrumento para amordazar a sus críticos y disidentes. 

Neil Young siempre se erigió como un defensor de las libertades individuales, desde su juventud, por eso aquella actitud contrasta con la actual al impulsar una cruzada para que los usuarios y la sociedad entera cancelen a Spotify. Su obsesión por destruir a la plataforma sueca se ha intensificado en los últimos días, de nada vale que Joe Rogan y Daniel Ek se haya disculpado públicamente.  

Engolosinado con la resonante respuesta que su denuncia ha tenido, amplió su ofensiva pidiendo a los empleados de Spotify que renuncien a sus trabajos —una locura si se tiene en cuenta las condiciones actuales—, a los suscriptores que den de baja sus cuentas, a los usuarios de las plataformas de streaming, a los músicos que retiren su música de la plataforma sueca y hasta hizo un llamamiento a las distintas generaciones pidiendo que se unan a su causa: 

«En la era de la comunicación, la desinformación es el mayor problema de todos. Desháganse de los desinformadores. Encuentren un buen lugar, una empresa limpia para apoyar con sus cuotas mensuales. Tienen el verdadero poder, usénlo. A los “baby boomers”, les digo que el 70 por ciento de los activos financieros del país están en sus manos en comparación con solo el cinco por ciento de los “millennials”. Ustedes y yo necesitamos liderar este movimiento. A los músicos y creadores del mundo les digo esto: deben encontrar un lugar mejor que Spotify para que sea el hogar de su arte».

En Waging Heavy Peace: A Hippie Dream (2012), su libro de memorias, refiere que de niño fue enfermizo. Siempre tenía problemas de salud.  Primero contrajo poliomielitis en 1951. Young narra la experiencia traumática que significó la poliomielitis durante su infancia al verse tendido sobre una mesa metálica donde se lo colocó para hacerle una punción lumbar. Sin dudas, esta experiencia debió ser altamente estresante por las secuelas psicológicas que su solo recuerdo dejó en su mente. El músico refiere que la punción con la aguja le dolió muchísimo y lo asustó lo indecible. Esa experiencia dolorosa fue su «primer gran trauma». Tiempo después fue la difteria, el sarampión y otras enfermedades contagiosas. Luego la epilepsia. En el libro Neil and me (1984), su padre, el escritor y periodista canadiense, Scott A. Young, dedica todo el capítulo octavo a la epilepsia que afecta a su famoso hijo: 

«Alrededor de la época que acabo de describir, Neil empezó a tener ataques epilépticos. Cuando él y Rassy me lo contaron, me pregunté por otras ocasiones en las que supe que estaba enfermo pero no pude estar lo suficientemente cerca como para conocer los detalles. Antes me pasó por la cabeza una enfermedad en Fort William y la vez que, pasando unos días en Toronto, se estrelló mientras trabajaba en Coles que podrían haber estado relacionadas con las drogas de alguna manera; mi conocimiento sobre las drogas en aquella época se limitaba bastante a la expresión "malos viajes", que a veces oía o leía, pero que nunca experimenté ni siquiera de segunda mano. Pero Neil, siendo el único experto en su propio caso, dice que su primer "gran", ataque del mal, se produjo en Los Ángeles justo cuando las cosas empezaron a marchar para Buffalo Springfield. Bruce Palmer sospechaba en retrospectiva que el colapso de unas semanas antes en Albuquerque "era como mínimo un aviso neurológico", pero también estuvo presente el día en que se acabaron las conjeturas. "Estábamos junto a una multitud que se había reunido alrededor de alguien que hacía una demostración con un Vegematic o algún otro tipo de artefacto para picar verduras, y cuando me giré para decirle algo a Neil no estaba a mi lado. Entonces le vi tirado en el suelo con temblores que desembocaron en convulsiones. Estuve muy asustado". También lo estuvo Neil. La agitación mental en las siguientes semanas, meses, incluso años, fue tal que hasta que no aceptó la condición rara vez pudo olvidar que un ataque era siempre una posibilidad, cada día de su vida. Cuando parecía errático entonces, en las relaciones con los demás, hombres y mujeres, tenía una buena razón. Una vez le sugerí a Neil que el curso de su vida hasta su primer ataque podría haberle llevado a ese punto. Se había esforzado mucho, desde la mitad de la adolescencia, expresando esperanzas y temores e incluso pesadillas a través de su música. Cuando llegó al punto de tener éxito o casi éxito, de ser reconocido, de encontrar su meta en cierto grado alcanzada, el repentino llegar allí pudo haber causado algún tipo de reajuste de las energías que se manifestó como epilepsia, ¿no? Resistió amablemente la tentación de reírse y decir: "Podría tener razón, doctor", pero dijo: "Quizá". En aquel momento, tomó una medicación diaria para controlar la epilepsia, y le disgustó tanto el efecto de la medicación que, unos años más tarde, dejó de usarla, al sentir que en su caso el control tenía que ver más con la estabilidad personal que con la medicación. No es que sienta que ha dejado atrás la epilepsia. "Forma parte de mí. Pero sólo forma parte de mí de vez en cuando"» [Cfr. YOUNG, Scott A. (1984): Neil and me, Toronto: McClelland & Stewart. La traducción del inglés me pertenece].

Según testimonio de su padre, el músico ha dejado de usar la medicación, al sentir que en su caso tenía que ver más con la estabilidad que con los medicamentos. ¿Cuándo saber cuándo la epilepsia forma parte de Young? En una nota a su estudio sobre la poliomielitis en el caso de Neil Young, el Dr. Christopher J. Rutty señala: «Neil Young, de adulto, empezó a padecer una leve epilepsia; más tarde sería padre de dos hijos, a través de dos madres diferentes, que tendrían parálisis cerebral; el primero, Zeke, tendría un caso relativamente leve, mientras que su hermano Ben se vería gravemente afectado por la enfermedad, hasta el punto de que Neil dejaría de lado durante tres años de su carrera musical para poder cuidar a su hijo tiempo completo, junto con su esposa Pegi». [Cfr. RUTTY, Christopher J. (1988): Helpless: The 1951 Ontario Polio Outbreak. The Neil Young Case, n. 53, p. 23. La traducción del inglés me pertenece]. 

En enero del 2006, el periodista Calvin «Cal» Fussman entrevistó a Neil Young para la revista Esquire tras superar un aneurisma cerebral en abril de 2005. En el diálogo con su entrevistador, Young confiesa: «La epilepsia me enseñó que no tenemos el control de nosotros mismos». Y es verdad, Young demuestra poco control sobre sí mismo, es visceral e impulsivo. Habla sin filtros, expresa lo que piensa tal como lo siente, suelta lo primero que le viene a la cabeza, no se controla, quizás convencido que habla «en nombre de la verdad». Pero entendiendo por «verdad», su propia verdad. De ahí que no haya sorprendido a nadie que Young, que se labró una fama de cascarrabias o de alguien que  tiene la mecha corta —expresión usada por mexicanos y salvadoreños para describir a una persona de poca paciencia y carácter explosivo— cuando en el programa de Rogan, su entrevistado, el Dr. Robert W. Malone, cuestionó la utilidad de las vacunas. Todas sus experiencias de niño con enfermedades infecciosas posiblemente hayan desarrollado en él un carácter hipocondríaco, un miedo exagerado a los contagios.

En medio de la polémica de Spotify, comenzó a circular en las redes sociales la cita de una opinión de Young, en la que ventilaba puntos de vista homofóbicos en torno a la epidemia del SIDA. La cita había sido recogida antes por Arthur Lizie, profesor de comunicación y estudios de medios de comunicación en la Bridgewater State University, en un libro reciente sobre el músico canadiense: Neil Young on Neil Young: Interviews and Encounters (2021). Lizie cita textualmente las palabras que el músico canadiense expresó a Adam Sweeting en «Neil Young: Legend of a Loner», una entrevista que le realizó para Melody Maker, revista musical británica ya desaparecida, publicada en el número del 7 y 14 de septiembre de 1985. En la entrevista, el músico de Toronto utiliza un lenguaje homofóbico para referirse a la epidemia del VIH haciendo responsables de su propagación del virus del síndrome de inmunodeficiencia adquirida a los homosexuales: 

«Da miedo. Si vas a un supermercado y ves a un maricón detrás de la maldita caja registradora, no quieres que toque tus papas. Es paranoico, pero así son las cosas, a pesar de que no son solo los homosexuales, ellos se están llevando la culpa. Hay mucha gente religiosa, por supuesto, que siente que esto es obra de Dios. Dios está diciendo, ya sabes, no más sexo anal o te vamos a atrapar. No sé lo que es. Es natural, eso es una cosa. Es un organismo vivo o un virus, lo que sea. Espero que encuentren algo para detenerlo. Es peor que las abejas asesinas». [La traducción del inglés me pertenece].

Imaginamos lo que puede significar para Young la actual pandemia de coronavirus comparado con aquella epidemia de VIH que a él le pareció «peor que las abejas asesinas». Si analizamos este llamamiento de Neil Young vemos que en su activismo extremado pueden intervenir distintos factores como los antes señalados, pero al hacer un llamamiento a todas las generaciones diciéndoles «ustedes y yo necesitamos liderar este movimiento» habla como un hombre providencial que se siente llamado por alguna misión importante, lo que puede encuadrarse dentro de un sentido del destino personal aumentado que, junto con la obsesión, es uno de los trastornos de la epilepsia. 

La epilepsia es una enfermedad psiquiátrica que, dependiendo de su grado de gravedad, puede presentar trastornos comunes como la depresión, la ansiedad y la psicosis. Los trastornos psicóticos producen algunas alteraciones mentales severas que dan origen a una percepción y un pensamiento desmesurados. Los individuos psicóticos pierden la relación con la realidad. Dependiendo de la gravedad del padecimiento, la epilepsia puede eventualmente presentar otro tipo de trastornos tanto psicológicos como emocionales, entre ellos, tendencias maníacas, depresión, carencia del sentido del humor, alteraciones de la sexualidad, ira, hostilidad, agresión, sentido del destino personal aumentado, paranoia, culpa y obsesión. 

Y decimos que se ha obsesionado con Spotify porque no ha lanzado este llamamiento en contra de otras plataformas de streaming como Amazon, Apple y Qobus. ¿Es posible que el músico esté atravesando por una especie de deterioro mental del que no es consciente y que el mismo sea aprovechado de manera oportunista por su compañía de inversiones y las plataformas de streaming competidoras de Spotify? Más allá de cualquier factor de orden personal o psicológico, también incide un interés marcadamente comercial, como enseguida veremos. El número de reproducciones de sus canciones en streaming han estado aumentando constantemente durante estas dos semanas de conflicto con Spotify.  Desde el 27 de enero (el día siguiente a la retirada de su repertorio en Spotify) hasta el 3 de febrero, esta cifra alcanzó los 5,6 millones (un aumento de un cuatro por ciento) frente a los cuatro millones semanales que venían siendo habituales. Además, las ventas de sus discos se han disparado un 80 por ciento, y la de sus canciones, un 74 por ciento. Todo esto podría tener bastante que ver con las tres plataformas de streaming antes señaladas que han aprovechado la coyuntura para hacer una fuerte campaña de promoción de su catálogo. Las ventas de sus discos en un soporte material también se han acrecentado un 102 por ciento. 

Pero Young va por más.  Decidido a boicotear a Spotify al máximo, pide cancelar a la plataforma sueca pidiendo a los usuarios que eliminen sus suscripciones y borren la App de la plataforma sueca de sus dispositivos, como una manera de castigarla por promover la desinformación sobre el coronavirus. De este modo Young se alinea con la corrección política del progresismo global que es un retoño de las rebeliones contraculturales de los años 60 y 70. Young nunca dejó de estar parado en la vereda de la «corrección política», es decir, del lado del progresismo global. Posiblemente puede sorprender a algunos el hecho de que Young, un artista emblemático de la cultura de la protesta y la contracultura, haya devenido ahora en un referente de la cultura de la cancelación al amenazar a la plataforma sueca de streaming Spotify con retirar su música si no cancelaba un podcast de Rogan que a su juicio difunde mensajes antivacunas y teorías conspirativas sobre la pandemia.

Desde joven Young ha abrazado distintas causas sociales con el mismo fervor que ahora impulsa su cruzada contra Spotify a la que acusa de promover la desinformación sobre el coronavirus. Young nunca dejó de ser un activo militante contracultural, por esta razón no sorprenderá que ahora sea un importante impulsor de la agenda política del progresismo global que, entre otras cosas, brega por las mismas causas de equiparación de libertades de etnia y de género,  con el agregado adicional de la igualdad de las vacunas, el cambio climático, la salvación del planeta y la supresión del hambre y la pobreza. Teniendo en cuenta este antecedente, tampoco sorprenderá que la haya emprendido contra la plataforma sueca de streaming a la que acusa de difundir «información falsa» sobre la covid-19 y las vacunas a través de un podcast del programa The Joe Rogan Experience, muy popular en Estados Unidos y que también puede verse a través de YouTube, donde el cómico y actor, entre otras cosas, exhibe actitudes «políticamente incorrectas» (léase no alineadas con el progresismo global) que parecen haber molestado demasiado al músico de Toronto. 


Neil Young: ¿En nombre de la verdad o de la marca?


En ningún momento Neil Young hizo el intento de explicar al público por qué, a su juicio, Spotify difunde «información falsa» sobre la covid-19 o por qué los jóvenes que escuchan a Rogan están siendo engañados. Esta explicación es importante porque podría revelarnos cuáles son sus fuentes de información o desde que lugar o posición de autoridad hace estas aventuradas afirmaciones  que solo han servido para justificar el retiro de su música de la plataforma sueca. Pero su reacción ¿es realmente en defensa y en «nombre de la verdad» o en nombre de la marca Neil Young? ¿Es posible que el músico canadiense haya usado el argumento de la «información falsa» como una excusa para retirar su música de la plataforma sueca y de ese modo evitar que se lo demande por incumplimiento de contrato? Digamos a priori que el contenido del párrafo que citaremos a continuación es bastante curioso porque mezcla un aparente altruismo con un sentido comercial demasiado oportunista. Escribe Neil Young: 

«Spotify representa el 60% de la transmisión de mi música a los oyentes de todo el mundo, casi todos los discos que he publicado están disponibles —la música de mi vida— una gran pérdida para mi compañía discográfica para absorber. Sin embargo, mis amigos de WARNER BROTHERS REPRISE se pusieron a mi lado, reconociendo la amenaza que la desinformación de COVID en SPOTIFY suponía para el mundo, especialmente para nuestros jóvenes, que creen que todo lo que oyen en SPOTIFY es cierto. Desgraciadamente no lo es. Gracias a WARNER BROTHERS  por estar a mi lado y asumir el golpe —perder el 60% de mis ingresos de streaming a nivel mundial en nombre de la Verdad. SPOTIFY se ha convertido en el hogar de la desinformación COVID que amenaza la vida. Mentiras que se venden por dinero. Hay un lado positivo para mis oyentes, personas que pueden estar escuchando los 60 años de música que he hecho durante mi vida hasta ahora. Es esto: muchas otras plataformas, Amazon, Apple, y Qobuz, por nombrar algunas, presentan mi música hoy en toda su gloria de alta resolución —la forma en que está destinado a ser mientras que, por desgracia, SPOTIFY sigue vendiendo la calidad más baja de reproducción de música. Esto es lo que pasa con el arte. Pero ahora eso forma parte del pasado para mí. Pronto mi música vivirá en un lugar mejor».

Neil Young tituló a su carta Spotify: In the name of truth. ¿Pero en nombre de qué verdad está hablando? ¿En nombre de la verdad o de su propia verdad? ¿En todo caso a qué verdad está haciendo referencia? ¿Aquella que afirma que «Spotify se ha convertido en el hogar de la desinformación sobre la Covid que amenaza la vida» o aquella otra que sostiene que las plataformas «Amazon, Apple, y Qobuz, por nombrar algunas, presentan mi música hoy en toda su gloria de alta resolución —la forma en que está destinado a ser mientras que, por desgracia, Spotify sigue vendiendo la calidad más baja de reproducción de música»? Formulemos la pregunta de otra manera: ¿Cuál es la verdadera razón por la que Neil Young solicitó el retiro de su música de Spotify —pese a que tiene firmado un contrato— su rechazo a la «difusión falsa de información sobre el coronavirus» o a «la baja calidad de reproducción de su música»? La inclusión de este curioso párrafo en su carta parece indicar que el cambio de plataforma para obtener una mayor calidad de reproducción de su música sería la verdadera motivación del retiro de la mayor parte de su catálogo de Spotify antes que la carta firmada por los 270 médicos. Si no mediara alguna poderosa razón comercial no habría obtenido el apoyo de su compañía discográfica Warner Brothers Reprise. 

Mientras estaba escribiendo este artículo, apareció con fecha del 6 de febrero una noticia que confirma mis sospechas. Todo hace pensar que el músico canadiense usó esa carta como un pretexto para retirar su música de la plataforma sueca sin tener la obligación de cumplir su contrato. La era de la «posverdad» le permite pasar lo verosímil por verdadero. La noticia a que hago referencia apareció en el suplemento económico Cinco Días del diario español El País que publicó un artículo firmado por Ana Muñoz Vita con el título «Neil Young frente a Spotify: una cuestión de marca» (2022). La autora comienza señalando que «el músico canadiense vendió hace un año la mitad de los derechos de su catálogo a un fondo de inversión. Esto, unido a su larga trayectoria, así como a lo poco que paga Spotify a los artistas provoca que el cantante sea consciente de que va a ganar más como marca retirando su música de lo que va a perder en términos económicos». 

Por mi lado, conocía esta noticia. Una nota de la agencia Reuters informó el 6 de enero de 2021 que Young vendió la mitad de los derechos de su catálogo completo de 1.180 canciones a la firma especializada en inversiones Hipgnosis Songs Fund, informó su fundador Merck Mercuriadis quien manifestó ser un fan de Neil Young desde los siete años. Los detalles financieros del acuerdo del fondo de inversiones con el músico no fueron revelados. El auge de los servicios de transmisión pactados con esa firma especializada de inversiones implica que Young puede llegar a una audiencia cada vez mayor de aficionados de una generación más joven. En su carta Young pone de relieve que la plataforma sueca «sigue vendiendo la calidad más baja de reproducción de música», una calidad que seguramente no conviene a los servicios de transmisión pactados con Hipgnosis, pero nos parece encontrar una pista en las declaraciones que hizo entonces Mercuriadis, exmanager musical, a Reuters: «Trabajaremos juntos para asegurarnos de que todos puedan escucharlas (las canciones) en los términos de Neil».

Ana Muñoz Vita ofrece otro dato interesante que hace sospechar que el ultimátum de Young a Spotify fue una movida de marketing tendiente a posicionar mejor su marca. Hoy día, la mirada de los inversores está puesta en las compañías que tienen una estrategia de negocio con criterios ESG. Como señalé antes el ecosistema de audio de  Spotify plantea un problema de ESG que ha sido señalado en 2011 por Greenpeace. Sin embargo, en el informe de sustentabilidad de octubre de 2021, Spotify  hizo varios cambios que muestran que la empresa está invirtiendo mucho esfuerzo en un enfoque holístico de la experiencia del cliente (CX). Sin embargo, la empresa reconoce la necesidad de aplicar un enfoque holístico de CX a todas sus partes internas, adoptando un criterio que sea más incluyente para tener en cuenta a todos. Por ello, sus empleados son la parte principal de este exhaustivo informe. La diversidad, la inclusión y la pertenencia fueron el centro de su iniciativa para apoyar a las personas en un momento de crisis durante la pandemia. 

Quizás no huelgue explicar que es el criterio ESG. Las siglas ESG (Enviromental, Social and Governance), en la nueva estrategia de los inversores, hacen referencia a los factores que convierten a una compañía en sostenible a través de su compromiso social, ambiental y de buen gobierno, sin descuidar nunca los aspectos financieros. El origen de este acrónimo se remonta a los inicios de la década de los 2000 y ha sido el resultado de la evolución de lo que se conocía como «Inversión Socialmente Responsable» (ISR) capaz de generar un impacto social o ambiental positivo y mensurable, así como rendimientos. La diferencia entre el criterio ISR y el criterio ESG es que éste último tiene un enfoque holístico de todos los procesos de una compañía, permitiendo ver el alcance del impacto que trasciende al negocio. Señala la autora que «la significación de las marcas en cuestiones políticas o sociales han cobrado más relevancia en el debate público en los últimos tiempos».

No cabe duda que la significación de la marca Neil Young como activista inveterado en cuestiones políticas, sociales y ambientales es de gran interés para los inversores porque se ajusta bien al criterio ESG, de ahí que  la firma especializada en inversiones Hipgnosis Songs Fund haya adquirido la mitad de los derechos de su catálogo completo. Una consulta que la autora del artículo hizo a la directora general de Brand Finance Institute y profesora de ESIC, Gabriela Salinas, pone en duda que sean los consumidores los que están impulsando este cambio que pretenden seguir los inversores: «En este sentido, la experta asegura que aunque las encuestas suelen concluir que los consumidores prefieren las marcas que funcionan como activistas, esto se debe a un error de diseño. “Prácticamente nadie va a decir que prefiere una marca que no apoye los derechos sociales”, ilustra. Pero la realidad es que a la hora de analizar las campañas, la ciudadanía reacciona peor a las campañas orientadas al propósito», señala Muñoz Vita. 

Y citando las palabras de Salinas, la autora del artículo agrega que los inversores «desde hace tiempo exigen a las compañías en las que van a invertir que cumplan con los criterios ESG. “En ocasiones, es una cuestión incluso legislativa. Cumplir con estos principios minimiza los riesgos y asegura una mayor rentabilidad”, desarrolla. Lo que nunca puede ocurrir es que un posicionamiento social enmascare u oculte una mala gestión desde el punto de vista empresarial. Hace unas semanas, el principal accionista de Unilever, Terry Smith, cargaba contra la marca Hellmann’s (propiedad del grupo) por presentar una mayonesa con propósito, pero descuidar sus cifras de negocio. Así, la profesora de ESIC apunta a los directores de marketing de las propias marcas como los responsables de impulsar esta narrativa por diferentes intereses. Uno de ellos es la conciencia personal. “Educan a la población sobre determinadas causas porque consideran que son importantes. También es cierto que si, poco a poco, todas las compañías empiezan a seguir este mismo camino, al final la gente lo va a abrazar, pero ya no es un distintivo de marca”, plantea. No obstante, Salinas insiste en que es más útil para comunicarse con otras audiencias, como futuros empleados, que con el grueso de los consumidores». 

En la última arremetida de  Neil Young contra Spotify, sobre todo después de que la compañía anunciara que va a mantener el programa del popular locutor Joe Rogan pese a condenar los insultos racistas que contiene, ahora pide a los empleados de la plataforma sueca nada menos que renuncien a sus puestos de trabajo, y al resto de ciudadanos, que retiren su dinero de los grandes bancos del país, en protesta por la desinformación relacionada con el coronavirus y el cambio climático. Cuando se habla de ESG, no solo se hace referencia a los factores medioambientales que incluyen el impacto que una inversión puede tener en los recursos naturales, como el agua, o en los niveles de contaminación al desarrollar sus actividades, sino que también tienen en cuenta los aspectos sociales que pueden abarcar desde temas sensibles como la trata de personas, la explotación laboral, la equidad de género o la discriminación racial, hasta los derechos de los consumidores o la seguridad y salud de los empleados en el trabajo. 

En tanto que el análisis del gobierno corporativo evalúa la gestión de la empresa en temas como la independencia de su consejo administrativo, sus políticas contables y remunerativas, la claridad e integridad de la información y la equidad en el trato hacia los inversionistas.  De ahí que Young en su cruzada personal contra la plataforma sueca ponga de relieve los aspectos ambientales, sociales (discriminación racial) y de gobernanza apuntando las baterías de sus críticas al consejero delegado de la plataforma sueca, Daniel Ek, a quien Young acusa de ser «el principal problema» de la polémica generada en torno al podcast subido por Joe Rogan, que ha generado gran controversia con sus opiniones sobre las vacunas contra el coronavirus y por sus insultos racistas. Como se puede ver, lo que intenta hacer Young es cuestionar el criterio ESG de Spotify acusando a su cofundador y CEO, Daniel Ek, de ser el principal problema al propiciar la desinformación y el racismo. De ahí que Young, ahora intente deslindar la responsabilidad de Rogan de la del consejero delegado, aconsejando a sus empleados: «Daniel Ek es el gran problema, no Joe Rogan. Sal de ese lugar antes de que se coma tu alma».

Muñoz Vita señala claramente que acertar en la identificación, gestión y medición de los criterios ESG dentro de una empresa tiene repercusiones directas en su capacidad para recibir inversión, en su reputación y, por extensión, en la sostenibilidad del negocio. ¿El escándalo de Neil Young contra la plataforma sueca fue una estrategia ideada por el Asesor Senior de Blackstone, Jeffrey B. Kindler, que invirtió mil millones para adquirir la propiedad intelectual de obras musicales y está asociada a la firma de inversiones Hipgnosis Songs Fund con la que ha pactado un servicio de transmisión de su música a las nuevas generaciones o por su  empresa discográfica Warner Brothers Reprise para mostrar el activismo del músico canadiense como una marca atractiva para los inversores? Todo parece indicar que esa podría haber sido la idea, como veremos luego. 

Young es conocido como un activista politizado que siempre se ha posicionado a favor de las causas ambientales, sociales y humanitarias. Young cultivó siempre un perfil que enmarca bien dentro de los lineamientos del criterio ESG exigido por los inversores. No es casual que en la pestaña del sitio web que describe la ESG de Hipgnosis Songs Fund aparezca la imagen de Neil Young de fondo. Si leemos atentamente la carta de Young, parece que detrás del boicot a Spotify hubo una situación arreglada mediante algún acuerdo secreto que beneficiaba a todas las partes involucradas. ¿Qué gana Young con la ejecución de esta estrategia? Potenciar comercialmente su nombre como marca. No hablamos de una «conspiración», sino de un Business Plot (Complot de Negocios), pergeñado posiblemente por Jeffrey B. Kindler, un astuto viejo zorro de los negocios, y en el que pueden encontrarse involucrados, además de Blackstone e Hipgnosis Songs Fund, Warner Brothers Reprise, Amazon, Apple y Qobuz, vale decir, todos los que Young menciona como mejores opciones que Spotify o agradece por apoyar su boicot. 

¿Por qué Young atacó a Rogan de una manera tan dura y despiadada? Rogan tiene una audiencia mayor que todas las cadenas informativas de la CNN, MSNBC, el New York Times y el Washington Post, juntas. No es una exageración. La misma carta abierta que firmaron los 270 profesionales y trabajadores de la salud mencionan que los podcast de Rogan son escuchados por más de once millones de usuarios, suscriptores y oyentes. ¿Está Pfizer detrás de los  ataques a Rogan por su postura respecto a las «vacunas»? El objetivo de ese ataque no era Rogan precisamente, sino su invitado, el polémico científico, Dr. Robert W. Malone, inventor de la técnica ARNm que Pfizer y Moderna utilizan para fabricar sus vacunas génicas. Hay decenas de miles de millones de dólares en juego, para Pfizer y la Big Pharma. No pretendieron silenciar a Rogan, a quien querían censurar es al Dr. Malone. Tanto Rogan como Spotify entendieron el mensaje mafioso de la Big Pharma. El CEO de Spotify, Daniel Ek, en un comunicado donde la compañía ha querido salvar la nave del naufragio dijo: «Según los comentarios de las últimas semanas, queda claro que tenemos la obligación de hacer más para proporcionar equilibrio y acceso a información ampliamente aceptada de las comunidades médicas y científicas». 

Rogan se disculpó por usar insultos raciales, eliminó  79 podcast que se prestaban a controversia; mientras que el gigante sueco del streaming anuncio que están trabajando para «agregar un aviso de contenido a todo episodio de un podcast que incluya una discusión sobre Covid-19». Como respuesta, Spotify ha publicado por primera vez sus normas y marcará el contenido relacionado con la pandemia. Amplió aquellas líneas rojas que no deben transgredirse, poniendo en claro que contenidos se pueden publicar o comentar en los programas o música. Está prohibido difundir «contenido peligroso, falso o engañoso sobre la atención médica que pueda causar daño fuera de línea y/o representar una amenaza directa para la salud pública», también se prohíbe negar la existencia del SIDA o la Covid-19 o fomentar el contagio voluntario de enfermedades graves. Sugerir que el uso de mascarillas puede causar «daño físico inminente y potencialmente mortal al usuario» o promover el consumo de dióxido de cloro para curar enfermedades, así como insinuar que «las vacunas están diseñadas para causar la muerte». Todas estas declaraciones fueron una forma de decirles que entendieron el mensaje mafioso del boicot, que de ahora en adelante Spotify se comprometía a alinearse con el consenso manufacturado de la Big Pharma

Con este boicot de Young, lo que se logró es forzar a Rogan y Spotify a dar la vuelta y seguir la línea del consenso manufacturado de la Big Pharma, que con esta estrategia buscaba proteger sus miles de millones de dólares de ingresos y beneficios. Se logró también desacreditar a Malone. Todo este asunto sirvió para matar varios pájaros de un solo tiro y de paso, capitalizar sus inversiones en derechos de propiedad intelectual de obras musicales. Nada se pierde, todo se transforma. Este uso vulgar de la primera ley de la termodinámica, formulada el químico Antoine Lavoisier también puede aplicarse al continuo reciclaje del mundo financiero. Esa constante transformación del capital en todo tipo de valores es la materia prima de lo que George Soros denominó The Alchemy Of Finance (La alquimia de las finanzas), tal el título de su bien conocido libro.  

Lo que acabamos de señalar no está encuadrado en el marco de una «teoría de la conspiración». El Business Plot (Complot de Negocios) es una práctica común en todas las empresas que, incluso, puede emplearse contra los gobiernos para obligarlos a tomar la dirección que más convenga a sus intereses comerciales. Como estos intereses financieros nunca llevan a cabo sus acciones a cara descubierta siempre quedan a salvo de la condena de la opinión pública o, peor todavía, de la justicia penal. Si usamos la pura lógica, nos percataremos que ninguna firma de inversiones se arriesgaría a perder dinero apoyando el boicot de su artista estrella, si no tuviera la certeza que esa acción servirá para incrementar sus ganancias. 

¿Por qué otra razón Young agradecería a la firma inversora que compró los derechos de propiedad intelectual del 50% de su catálogo y  a su sello discográfico por el apoyo recibido para salir de la plataforma sueca? Como argumento no es creíble, máxime cuando este boicot representa —supuestamente— un grave perjuicio económico. Según Young, el 60% de los ingresos por su música en servicios de streaming provenía de Spotify. Sin embargo, la discográfica se puso del lado del cantautor y éste lo agradeció públicamente: «Gracias Warner Bros., por estar junto a mí y soportar el golpe de perder el 60% de mis ingresos mundiales de streaming en nombre de la verdad». 

Si nuestras sospechas están bien orientadas, el boicot fue una situación arreglada por el constructor de la estrategia narrativa de Young. Seguramente habrá un grupo de inescrupulosos depredadores financieros que estarán frotándose las manos por el impacto que esta estrategia narrativa tuvo ante la opinión pública. Pero cualquier persona que tenga un mínimo de decencia, no puede sentir más que repugnancia por estos psicópatas amorales que a todo le sacan rédito, no importa que sea a expensas de una crisis sanitaria —que, como dice Robert F. Kennedy Jr, ellos mismos contribuyeron a crear—, o de la reputación de un científico, pero disimulando sus reales propósitos detrás de una estrategia narrativa que pretende hacer pasar una maniobra financiera por una acción altruista. 

Previo al boicot lanzado por Young, Spotify venía creciendo a un ritmo sostenido en el mercado del streaming dejando bastante atrás a sus competidores norteamericanos. Apple, Amazon, Youtube Music, Qobuz, Tindal, por mencionar algunas de las plataformas que ahora aparecen subidas al carro triunfante de Young, se alegraron por la zancadilla que le pusieron al primer gigante digital europeo para hacerlo caer. La prensa mundial informó, por ejemplo, que Apple «troleó» a Spotify por la pérdida de todo el catálogo de Neil Young anunciándose como el nuevo hogar de su música.

El boicot a Spotify fue una situación arreglada que involucró a varias partes. Ricardo Pérez, director del estudio Kantar BrandZ en España, recogidas por Muñoz Vita en su artículo antes citado, señala que, entre los posibles motivos para boicotear a la plataforma sueca, es que hasta ese momento Spotify vivía sus horas más altas, manteniéndose al margen de acusaciones de desinformación y difusión de fake news, desprotección de menores y recopilación de datos personales, entre otras denuncias e imputaciones que afectaban a otras empresas digitales, especialmente a Google, Facebook o Twitter. En cambio, el boicot de Young a Spotify ha provocado el mayor peligro de reputación que Daniel Ek ha tenido que afrontar hasta ahora. Spotify era, hasta ahora, de las pocas tecnológicas que habían escapado a la polémica. Al respecto Ricardo Pérez, portavoz de Kantar, comenta: 

«No tener contenido y centrarse solo en la música les había permitido mantenerse al margen, Mientras que Twitter y Facebook ya se habían tenido que enfrentar a medidas para frenar las fake news o a tomar partido en cuestiones como suspender la cuenta de Donald Trump tras el asalto al Capitolio, Spotify se había podido permitir mantenerse imparcial. La plataforma era una de las marcas que más crecía en valor en todos informes de Kantar, pero es probable que esta polémica le pase factura en las próximas ediciones». 

Sumado a todo ello, la «cultura de la cancelación» ha lanzado en las redes la campaña #DeleteSpotify, que llama a los usuarios a borrar la aplicación en señal de protesta. ¿Detrás de esta vendetta contra la plataforma sueca se encuentran también implicadas Twitter, Facebook y Yotube que se vieron obligados a tomar medidas como eliminar contenidos o suspender cuentas de políticos, artistas y científicos incómodos, para frenar las fake news,  mientras Spotify permanecía al margen de los escándalos? Me parece bastante posible porque no contraria la sana lógica. Como señala Pérez, de Kantar, Spotify al no «tener contenido y centrarse solo en la música les había permitido mantenerse al margen», hasta que un podcast de su principal estrella, Joe Rogan, el más popular presentador norteamericano, permitió que se la involucre y se cuestione su criterio ESG por contenidos que difunden mensajes antivacunas, raciales e información falsa sobre el coronavirus. Toda una pinturita, el que diseñó esta estrategia es un artista del Business Plot

¿Y pretenden que creamos que toda la estrategia narrativa de este bien maquinado Business Plot fue construida por Neil Young? Sin subestimar a Neil Young, un muy talentoso y prolífico compositor, con una inteligencia creativa que está fuera de discusión, diré, sin ninguna clase de prejuicios, que no creo ni por un momento que una estrategia narrativa tan bien maquinada y maquiavélicamente estructurada con un fuerte argumento, tan convincente y persuasivo, que produjo una de las mayores crisis de Spotify, haya salido de la mente de Young. Cuando digo sin prejuicios, no estoy haciendo alusión a aquellos comentarios sobre su vida privada que dicen que tiene la mente quemada por haber consumido drogas durante 40 años o que suele perder el control de sus impulsos por su epilepsia o que tomó ingentes dosis de Dilantin y Fenobarbital —medicamentos para la epilepsia— o que acaba de salir de una reciente operación por un aneurisma cerebral. Neil Young no pudo ser el diseñador de una estrategia narrativa organizada con la compleja precisión de un mecanismo de relojería, que puso en escena a una gran cantidad de actores y  un impresionante montaje mediático como telón de fondo. Para construir una estrategia narrativa tan bien maquinada, cuidada hasta en sus mínimos detalles, se necesita de una mente maquiavélica y perversa, digamos que se necesita de una mente como la de Jeffrey B. Kindler. 

Por supuesto, para que esta estrategia tuviera el éxito esperado, debían involucrarse en esta mise en scene, como principales actores, Neil Young y los 270 firmantes de la carta abierta que acusó a la plataforma sueca de no tener una política de control para la  desinformación sobre el coronavirus. Hasta que Young no atrajo la atención mundial sobre la carta abierta de los 270 firmantes, casi nadie estaba enterado de que existía. Esta carta abierta es clave para que la estrategia resultara. Todo lleva a concluir que se trató de una situación arreglada. Si las maniobras no fueran tan siniestras, pues como parte de esta situación arreglada se usó la estrategia narrativa de la defensa contra la desinformación sobre el coronavirus y la desacreditación de un científico, no me importaría en absoluto ningún Business Plot contra Spotify o cualquier otra empresa que pertenezcan a los magnates tecnológicos y digitales. Que un cardumen de barracudas de mar profundo ataque un tiburón que nada solitario en el océano del streaming no me preocupa, porque es lucha entre voraces depredadores. 

Como dije, desde un comienzo, este artículo es en defensa del Dr. Malone, no una crítica deliberada  a Young ni una toma de partido por una plataforma sueca de streaming que jamás escuché ni escucho ni a la que tampoco estoy suscripto. La paradoja es que el boicot de Young a Spotify logró que escuche el podcast de Rogan con su entrevista a Malone. Que alguien como el autor de este trabajo, que jamás tuvo el menor interés en las plataformas de streaming se haya tomado el trabajo de registrarse y abrir una cuenta gratis en Spotify para escuchar al Dr. Malone en su entrevista con Rogan es sin dudas un backfire effect de esta estrategia narrativa que puede verse como una falla. 

Ninguno de estos magnates digitales es inocente, ninguno de los 270 médicos que desacreditaron a Malone son inocentes, Neil Young no es inocente, ni las firmas de inversores ni el sello discográfico que lo apoyaron, pero sí son inocentes los millones de muertos durante la pandemia, por las causas que fueren, incluidas los efectos adversos de las vacunas o los casos de iatrogenia o mala praxis médica por el incentivo económico de conectar a pacientes innecesariamente a respiradores; el único inocente es el Dr. Robert W. Malone con quien se han ensañado haciéndolo objeto de una constante campaña pública de descrédito profesional y científico. ¿Quién lo compensará por semejante daño? ¿Qué abogados se animarán a defenderlo por todas las injurias y calumnias recibidas? ¿Qué juez internacional se atreverá a tomar imparcialmente su causa en abierto desafío al poder global de la Big Pharma? Insisto: lo que me repugna es que para implantar y ejecutar una estrategia financiera se aprovechara una circunstancia luctuosa como una pandemia que causó millones de muertos y la ocasión para acallar la voz crítica de un científico que no está en línea con el consenso manufacturado de la mafia médica y farmacéutica. 

En 1994 la Dra. Ghislaine Saint Pierre Lanctôt (1941), médica canadiense, nacida en Montreal, Canadá. Hija y nieta de farmacéuticos, publicó La Mafia Médicale un fuerte alegato contra la corrupción a escala mundial del complejo sanitario formado por la medicina privada y la industria farmacéutica que terminó costándole la expulsión del Colegio De Médicos y el retiro de su licencia para ejercer la medicina. Su denuncia sostiene que esta corrupción está permitida y amparada por médicos y gobiernos en beneficio de las grandes empresas farmacéuticas y en detrimento de los ciudadanos. De ahí que propugne la vuelta a la soberanía individual sobre la salud como forma de acabar con esa mafia. Tres años más tarde el periodista alemán, Joachim Schäfer (1945), realizó una entrevista a la Dra. Lanctôt de la que resultó el interesante libro Le procès de la mafia médicale (1997), donde se aborda las razones de su expulsión del Colegio de Médicos, entre otros temas. La Dra. Lanctôt sostiene que el poder económico controla totalmente la Medicina y que lo único que de verdad interesa a quienes manejan este negocio es ganar dinero. 

¿Y cómo ganar más? Pues haciendo que la gente esté enferma, porque las personas sanas no generan ingresos. La estrategia consiste, en suma, en tener enfermos crónicos que se sientan inducidos o forzados a consumir todo tipo de productos paliativos, es decir, para tratar sólo síntomas; medicamentos para aliviar el dolor, bajar la fiebre, disminuir la inflamación, pero nunca fármacos que puedan resolver una dolencia. Eso no es rentable, no interesa. La medicina actual está concebida para que la gente permanezca enferma el mayor tiempo posible y compre fármacos; si es posible, toda la vida. 

La Dra. Lanctôt dice que el llamado sistema sanitario es en realidad un sistema de enfermedad. Se practica una medicina de la enfermedad y no de la salud. Una medicina que sólo reconoce la existencia del cuerpo físico y no tiene en cuenta ni el espíritu, ni la mente, ni las emociones. Y que además trata sólo el síntoma y no la causa del problema. Se trata de un sistema que mantiene al paciente en la ignorancia y la dependencia, y al que se estimula para que consuma fármacos de todo tipo.

Lo más inquietante de las denuncia de médicos, biólogos y virólogos internacionales como Lanctôt, Mikovits, Gøtzsche, Malone, Montagnier, Mullis, o nacionales como Brandolino,  Martínez o Leonardo González Bayona, por supuesto, todos desacreditados y acusados de promover «teorías de la conspiración», es la común denuncia de que el negocio está en tener enfermos crónicos que consuman fármacos durante toda su vida. El Dr. Gøtzsche, acusa a estas mafias sanitarias de ser más peligrosas que los cárteles de la droga. 

Con todo esto por delante, me parece que no es descabellado pensar que el boicot a Spotify es una situación arreglada que involucró a los 270 médicos, a Neil Young, sus inversores, su sello discográfico, las empresas de la Big Pharma y las plataformas de streaming competidoras de Spotify, para hacer sufrir a Rogan y a la plataforma sueca las consecuencias de invitar a un científico peligroso para los intereses de estas empresas, el Dr. Malone. Dicho de otra forma fue un castigo por no alinearse con el consenso médico y farmacéutico global.  Este tipo de montajes tienen éxito gracias a ese fenómeno cultural puesto de actualidad por toda la sofistería mediática de las redes sociales que se conoce como post-truth (posverdad). 

La «posverdad», definida como una «mentira emotiva»,  señala que entre la verdad y la mentira hay una divisoria de aguas que escapa a esas dos definiciones. «Posverdad» es el término ideal para definir ese «mundo del revés», ese «otro lado del espejo» que muestra la realidad engañosa  de los hechos aparentes, de lo verosímil confundido con lo verdadero o la falsedad elevada a la categoría de verdad. Porque para la posverdad no importa tanto si un hecho es verdadero o falso, si el emisor de esa falsedad consigue que sus receptores la consideren emocionalmente verdadera es suficiente para que se imponga como algo verosímil en la opinión pública.  

La post-truth (posverdad) va unida a las alternativa facts (hechos alternativos). ¿Qué es un hecho alternativo? Simplemente, una mentira. Pero con un leve matiz: los «hechos alternativos», a diferencia de las mentiras en general, tienen detrás un potente aparato mediático y propagandístico que los respalda y que hará todo lo posible por hacer que esas falsedades parezcan explicar la realidad o, al menos, que sean verosímiles y no parezcan mentiras. A fin de cuentas, para que algo sea se convierta en un «hecho alternativo» necesita algo que le dé impulso y que le permita generar un relato paralelo a la realidad que se proponga como otro modo de entenderla. De otro modo, no sería la alternativa de nada. 


Neil Young, Blackstone & Pfizer: El lucrativo negocio de  los derechos musicales


Tranquilizadas las aguas que Young enturbió al remover el sedimento barroso del fondo, algunos desprevenidos se preguntan qué motivos lo sacaron del sopor psicodélico de su «hippie dream» llevándolo a sacrificar el 60% de sus ingresos al retirar toda su música de Spotify. Nadie cree la narrativa pueril sobre el motivo solidario por el que supuestamente decidió a retirar su música de Spotify en apoyo a los 270 trabajadores de la salud y en protesta contra la plataforma sueca por la carencia de una política de control que evite la difusión de un podcast que contiene «información falsa sobre el coronavirus». 

Más que el periodismo de datos (eufemismo para designar a una agencia de propaganda), las fuentes periodísticas que me permitieron entrever mejor los motivos reales del boicot de Young a Spotify, fueron las publicaciones especializadas del periodismo musical y el periodismo económico y de negocios. Las publicaciones especializadas en análisis financiero fueron de gran utilidad para que pudiera escribir este artículo y comprender qué tipo de oscuros intereses se ocultan detrás de ciertos negocios como, por ejemplo, las inversiones en derechos de propiedad intelectual de obras musicales. Los artistas se desprenden así de los derechos de autor sobre su propia obra a cambio de sumas millonarias y otros beneficios. 

Según Billboard, los ingresos editoriales de Young procedentes de Spotify ascendieron el año pasado a 308.000 dólares, lo que suponía alrededor del 19% de sus ingresos. Por  más altruistas que hayan sido las motivaciones que lo impulsaran a boicotear a Spotify, resulta difícil creer que Young decidiera unilateralmente, sin previo acuerdo con la firma financiera que es dueña del 50% de los derechos musicales de su obra y la compañía discográfica que publica sus discos, retirar todo su catálogo completo de la plataforma sueca de streaming. Tampoco es creíble que un músico que se queja de lo poco que paga Spotify  —una media de 0,0033 dólares por reproducción—, renunciara a embolsarse 308.000 dólares por defender una causa pro-vacunación. 

Más difícil de creer resulta cuando es pública la información que ha vendido el 50% de su catálogo a la firma de inversiones Hypgnosis Songs Fund en enero de 2021. Young nunca podría haber tomado esa decisión sin contar con un previo acuerdo de sus inversores y su sello discográfico, ya que no puede seguir ejerciendo su derecho de autor sobre la mitad de un material que ya no le pertenece. Ese acuerdo, sospecho, se habrá pactado antes de que los 270 profesionales y trabajadores de la salud enviaran la carta abierta a Spotify y que a Young le calzó como anillo al dedo para boicotear a la plataforma sueca de streaming. Detrás de este Business Plot contra Spotify hay muchos intereses e individuos implicados. Pueden contarnos esta historia como les parezca, pero de ahí a que les creamos existe un largo trecho. 

En «Músicos que se van de Spotify: ¿quién pierde más?», un interesante artículo publicado hace unos días en la edición española de Forbes, Miguel Ángel Bargueño, periodista madrileño de dilatada trayectoria, hace esta interesante observación: «El concepto vender el catálogo hace referencia a diferentes operaciones. Los artistas perciben ingresos por sus canciones por dos vías: a través de las ventas y reproducciones de sus discos y, solo en caso de que sean además compositores, por los derechos de autor que aquellas generen. Son estos derechos de propiedad intelectual los que de un tiempo a esta parte se están traspasando, parcialmente o en su totalidad, a cambio de suculentas cantidades». 

Con este tipo de transacciones, por supuesto, nadie pierde. Victoriano Darias de las Heras, experto en propiedad intelectual y coordinador del máster de Gestión Empresarial en la Industria Musical en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) —citado por Bargueño— señala que las empresas de inversión como Hypgnosis Songs Fund  buscan activos que tengan estabilidad «a la hora de generar rentabilidad. Con catálogos antiguos encuentran una trazabilidad, un histórico, una seguridad. Se fijan en cuánto generaban el año pasado, cuánto hace diez años, y se dan cuenta de que son activos previsibles». Artistas veteranos, como Neil Young, saben que sus herederos podrán disfrutar de 70 años más por sus derechos autorales por eso prefieren  «tener ese dinero ahora en el bolsillo».

Aunque no lo hagan explícito, es interesante que tanto Bargueño como Darias de las Heras descreen que Young haya retirado su música de Spotify motivado por la falta de una política de control de la información falsa y que lo más lógico es pensar que sus estímulos fueron comerciales y financieros. Y coincido con este modo de ver las cosas.  Decisiones como las que Young ha tomado nunca pueden ser unilaterales. Existen contratos y derechos de las empresas discográficas y de los inversionistas que, al menos, obliga a un acuerdo entre todas las partes. Por esta razón sostengo que el boicot fue una cortina de humo para ocultar una situación arreglada. Darias de las Heras aporta mayor luz cuando señala: «Muchos artistas de larga trayectoria establecen relaciones ad hoc con sus discográficas. También hay una cuestión que podríamos llamar de responsabilidad social corporativa, de intentar proyectar una determinada imagen de artists friendly, porque estas empresas, relativamente jóvenes, necesitan ganarse el afecto de la industria». 

Por su lado, el abogado Manuel López, director de Sympathy For The Lawyer, bufete especializado en la industria musical —también citado por Bargueño— hace ver que el retiro de un catálogo musical de una plataforma streaming como Spotify, pueden hacer entrar en juego los denominados «derechos morales». El director del bufete lo explica de este modo: «Son derechos irrenunciables que cualquier autor puede ejercer. Aunque si en nombre de esos derechos morales obligas a retirar una canción de un anuncio o una plataforma, a lo mejor el dueño de esos derechos que cediste en su momento puede pedirte que lo indemnices, pues va a dejar de ganar dinero».

Esto hace suponer a los expertos que detrás de la ejecución de esta maniobra que tuvo a los 270 profesionales de la salud y a Neil Young como principales protagonistas, se mueven otra clase de intereses que permanecen invisibles porque operan entre bambalinas, moviendo los hilos de sus marionetas puestas sobre el escenario sin ser notados, como corresponde a los hábiles titiriteros. Manuel López explica mejor: 

«No estamos hablando de que se queje porque Heart of gold [único sencillo de Young que ha llegado al número uno de ventas en Estados Unidos, en 1972] salga en un anuncio del Partido Republicano, sino de que todo su catálogo desaparezca de Spotify porque aloja un podcast, un argumento un tanto flojo. O bien está echando un pulso al fondo de inversión para hacer valer la eficacia de una cláusula, o bien puede que incluso el propio fondo sea tolerante con Young porque busca medir fuerzas con la plataforma. Su catálogo ya empieza a tener un peso importante en Spotify». 

Para decirlo con otras palabras, la salida de Spotify nunca pudo ser una decisión unilateral de Young. Debió existir un previo  acuerdo con la firma de inversiones, el sello discográfico y otras plataformas de streaming que albergarán su catálogo una vez retirado de la plataforma sueca.  Como explica Darias de las Heras: «si tienes un contrato discográfico no puedes decir alegremente: “Quiero retirar mi repertorio”. Lo podrá decir la discográfica, que es la titular. Ahora bien, la discográfica puede querer tener contento al artista». 

En un comunicado, Young agradeció tanto a Hypgnosis como a Reprise/Warner Music, por su apoyo en su supuesta decisión de retirar todo su catálogo de Spotify por difundir «información falsa sobre el coronavirus», en alusión a la participación del Dr. Malone en el podcast de Rogan. Al parecer la venta de catálogos de canciones se ha convertido en un negocio en auge durante la pandemia de Covid-19 ya que los inversores ven la música como un activo relativamente estable. El presidente de Hipgnosis Songs Found, Mark Mercuriadis, declaro que las canciones son «tan invertibles como el oro o el petróleo». El acuerdo de Young con esta compañía de inversiones se hizo conocer apenas un mes después de que trascendiera la noticia que Bob Dylan vendió los derechos de autor de sus más de 600 canciones a Universal Music Publishing Group (UMPG).

El culebrón mexicano en qué se ha convertido la controversia de Young con Spotify tiene ahora varios episodios y otros actores. Como actor de reparto aparece Blackstone, una compañía de inversiones vinculada a Hipgnosis, y cuyo director tiene vínculos importantes con industrias farmacéuticas de la Big Pharma como Pfizer. En una nueva carta publicada en su sitio web, Young salió a desmentir que Pfizer tenga parte de la propiedad sobre su obra musical, calificando a la noticia, era de esperarse, como una «teoría conspirativa». 

Señala Young que «Pfizer no ha invertido en Hipgnosis Private Fund. Pero un antiguo director general de Pfizer es un asesor senior de Blackstone». Jeffrey B. Kindler, fue presidente y director general de la empresa farmacéutica Pfizer, dejó su cargo de forma inesperada en diciembre de 2010. En un comunicado de prensa, Kindler declaró que la necesidad de pasar más tiempo con la familia le llevó a anunciar su retirada a la edad de 55 años. Ese mismo año, el consejo de administración de Pfizer nombró al director de productos farmacéuticos globales de la empresa, Ian Read, para sustituir a Kindler. En 2013, Kindler se convirtió en director general de Centrexion Corp, una empresa de biotecnología con sede en Baltimore (Maryland). 

Young pretende tomarnos el pelo al querer hacernos creer que su boicot a Spotify surgió de una espontánea reacción como un apoyo solidario a los 270 médicos, enfermeras y otros trabajadores de la salud que firmaron la famosa carta abierta. Está claro que en esta situación arreglada los 270 médicos y trabajadores de la salud eran clave para implantar y ejecutar toda la estrategia narrativa de Young que, supuestamente, actuó por cuenta propia. El problema es que el argumento de Young no es creíble. 

No es posible que ignore que en octubre de 2021, The Blackstone Group, una empresa de gestión de inversiones alternativas, anunció a través de varios medios que se asociaría con Mercuriadis para invertir 1.000 millones de dólares estadounidenses en la adquisición de catálogos de canciones, música grabada, propiedad intelectual musical y derechos de autor. 

No es producto de la casualidad que justo un mes antes de la fusión, Blackstone anunció que había nombrado al antiguo presidente y director general de Pfizer, Jeffrey B Kindler, como Asesor Senior de la empresa. También anunció que Blackstone tomaría una participación en Hipgnosis Song Management. El vínculo de Young con Pfizer no sería directo, pero existe a partir de la asociación de Blackstone e Hipgnosis. 

El sitio Holdings Channel vincula a la empresa de inversiones The Blackstone Group con la empresa Blackrock Inc. Son dos empresas diferentes pero están muy entrelazadas porque BlackRock se fundó como Blackstone Financial Management en 1988 y se escindió de Blackstone en 1992. Blackstone Financial Management cambió su nombre por el de BlackRock Financial Management. Después de que BlackRock se separara de Blackstone en 1992, sus activos bajo gestión pasaron de 17.000 millones de dólares en 1992 a 69.000 millones de dólares en 1995, cuando aceptó una compra de 240 millones de dólares de The PNC Financial Services Group. 

PNC fusionó BlackRock con los PNC Funds y los Compass Funds para crear una organización de gestión de activos unificada y obtener las ventajas de escala de una organización más grande. La dirección de BlackRock poseía el 18% de la organización combinada y PNC la sacó a bolsa en octubre de 1999. Al 31 de diciembre de 2021, todas las acciones mantenidas por BlackRock Inc., con otras empresas la vinculan tanto con The Blackstone Group, como con Microsoft, Apple, Amazon, Pfizer, BioNtech, Moderna Inc., Astrazeneca PLC, Johnson & Johnson, Abbott Labs.,  J. P. Morgan Chase & Co. —el banco al que Young llama a boicotear por financiar empresas petroleras—, Exxon Mobil Corp —que a través de «donaciones» filantrocapitalistas de la Familia Rockefeller subsidia a Greenpeace—, Chevron Corp New, y una interminable lista de otras empresas.

Si bien Young lo menciona al pasar, sin nombrarlo, como si se tratase del portero del edificio que le abre la puerta, que Kindler es un antiguo director general de Pfizer y un Asesor Senior de Blackstone. Según Zippia, un sitio que asesora y orienta a los profesionales, los Asesores Senior son responsables tanto de la política como de las cuestiones operativas de una empresa. Sus funciones abarcan la administración, el análisis y la orientación sobre cuestiones de estrategia y política, el análisis y el seguimiento de los planes operativos y la coordinación interna. 

Jeffrey B. Kindler reúne todos los requisitos para perfilarse como el principal candidato a ocupar el puesto de diseñador de la estrategia narrativa que permitió todo el montaje mediático del boicot. Como antiguo CEO de Pfizer tiene los recursos humanos, los medios y los contactos tanto en la industria farmacéutica como la industria médica y empresas de servicios médicos. Es probable que Jeffrey B. Kindler haya «aconsejado» a los grupos de inversión que tienen los derechos de autor de los músicos la conveniencia de posicionarse en contra de Spotify por albergar un podcast que ha sido crítico con las vacunas Covid-19, especialmente porque Rogan llega a once millones de personas por episodio. 

Eso podría afectar significativamente a los bolsillos de las grandes corporaciones farmacéuticas y, por supuesto, los intereses de las empresas vinculadas al grupo Blackstone. Lo cierto es que detrás del gigante farmacéutico Pfizer se encuentran, además de BlackRock, los megafondos financieros como Vanguard Group y Rothschild Asset Management. Aunque  Jeffrey B Kindler ya no forma parte del consejo de administración de Pfizer, es probable que todavía posea acciones de Pfizer, ya que no se ha informado de que el ex Director General haya vendido ninguna de sus participaciones. En cualquier caso, Kindler sigue estando muy vinculado a las grandes farmacéuticas, ya que es el CEO de Centrexion Therapeutics, una empresa farmacéutica privada valorada en unos 70.000 millones de dólares. De ahí que el ultimátum de Young a Spotify pidiendo a que elija entre él y Rogan, cobra otro sentido a la luz de todos estos datos. Demostraría, por ejemplo, que la causa humanista defendida con mayor ímpetu por Young es la de su propio bolsillo. 


Neil Young: El largo camino del antiestablishment al establishment


La pandemia ha dividido aguas también entre los músicos. A diferencia de otros colegas como Eric Clapton y Van Morrison, Neil Young prefirió posicionarse del lado del establishment. En la década del ’60 y todavía en la del ’70, los representantes de la canción de protesta o canción social eran izquierdistas que solían ser anti-sistema. Salvo contadas y honrosas excepciones, ahora son el establishment y se permiten acusar a quienes no son «políticamente correctos» de sostener puntos de vista falsos o engañosos. Young es tan izquierdista como Rogan a quien desprecia tanto que se niega a permitir que su música se distribuya en Spotify a menos que censuren su muy popular podcast. Sin embargo, los que apoyan a Young han acusado al popular podcaster de fascismo por dar lugar a otras opiniones, no censurarlas ni amordazarlas. Pero ¿quién es más fascista, Young que pretende amordazar a quienes no comulgan con sus opiniones personales, o Rogan que permite que aquellos médicos que no están en línea con el consenso manufacturado, como Malone, expresen libremente sus ideas? 

Más allá de la estrategia narrativa antes señalada, parece que Young siente verdadera aversión por Rogan. Según se dijo, lo que enfureció a Young no es que Rogan adoptara un enfoque diferente con respecto a la vacunación, sino que el haya tenido la temeridad de invitar  a Malone para discutir abiertamente en su programa sobre la eficacia de las vacunas. Fue la discusión abierta de ideas lo que enfureció al ex contestatario devenido en un reaccionario que hace lobby con otros músicos para que retiren su música de Spotify. La idea del progresismo global es castigar a cualquiera que no se ponga en línea con el consenso manufacturado sobre la covid-19. Joni Mitchell y Nils Lofgren, el guitarrista de Crazy Horse, la banda de Young, comunicaron su apoyo al cantautor canadiense invitando a otros músicos a eliminar su música de la plataforma sueca acusada de prestarse a la desinformación de sus usuarios. 

Joni Mitchell, aquella rebelde canadiense que en 1969 compuso «Woodstock», un tema que, interpretado por Crosby, Stills, Nash & Young,  pronto se convirtió en un himno generacional de la contracultura, expresó su solidaridad a su viejo amigo y compatriota escribiendo en su página web: «He decidido retirar toda mi música de Spotify. Personas irresponsables están difundiendo mentiras que le están costando la vida a otras. Me solidarizo con Neil Young y la comunidad médica y científica global en este asunto».  Es significativo que Joni Mitchell hable de solidarizarse con la «comunidad médica y científica global» en vez de la comunidad médica que firmó la carta abierta que en su casi totalidad son norteamericanos. Mientras que Lofgren, al igual que su patrón, salió a dar su apoyo al colectivo de médicos diciendo: «Cuando estos heroicos hombres y mujeres que han pasado sus vidas sanando y salvando las nuestras piden ayuda, no les das la espalda por dinero y poder. Les escuchas y apoyas». 

De lado contrario también hubo reacciones. Luego del anuncio, varios grupos de personas que siguen a Rogan acusaron a Young de aprovechar la entrevista con el Dr. Malone para censurarlo. Ted Nugent, un músico tan exitoso como Neil Young, pero enfrentado ideológicamente con el canadiense pues como conservador pone al progresista de Toronto en la vereda de enfrente. Firme militante del Partido Republicano, Nugent ha generado controversia por sus opiniones políticas conservadoras, en particular por su defensa de los derechos de la caza y de la tenencia de armas. Nugent también es conocido por su postura contra el consumo abusivo de las drogas y el alcohol. 

Después de que Young retirara su música de Spotify en protesta por el mundialmente conocido cómico Joe Rogan, Nugent arremetió contra el músico de Toronto refiriéndose a él, en forma despectiva, como un «stoner birdbrain punk que ofrece información errónea». He optado por traducir la expresión usada por Nugent como «porrero desaseado cabeza de chorlito» para mantener la fuerza ofensiva del insulto.  En el inglés americano el término «stoner» se usa coloquialmente para describir a una persona que consume regularmente drogas, especialmente marihuana o es fumador de porros, cigarrillos armados con hojas de marihuana o que están rellenos con cogollos picados y mezclados de cannabis. Mientras que la expresión «birdbrain» puede significar «cabeza de pajarito»; «cabeza de chorlito»; «cabeza hueca»; «mentecato»; en tanto que el término inglés «punk» tiene un significado despectivo que, aplicado a objetos, puede significar «basura», «suciedad»; o a personas, puede significar «vago»; «despreciable»; «sucio»; «basura» y «escoria». Debido a esta diversidad de matices negativos, el término «punk» a menudo se ha asociado a actitudes de descuido personal, desaliño, desaseo, por lo que también puede ser una referencia a su pasado hippie.

No faltan tampoco aquellos partidarios de Rogan que sostienen que Young armó este  escándalo para promocionar sus discos ante las nuevas generaciones, porque el viejo cantautor canadiense es un músico acabado y poco escuchado, ya que la mayoría de sus oyentes están muertos. Ante estas acusaciones, Young se vio obligado a reiterar su apoyo a la libre expresión, haciendo esta curiosísima declaración: «Nunca he estado a favor de la censura. Las compañías privadas tienen el derecho de elegir cómo obtienen ganancias, al igual que yo puedo elegir no tener mi música en una plataforma que difunde información peligrosa. Estoy feliz y orgulloso de solidarizarme con los trabajadores de la primera línea de la salud, quienes todos los días arriesgan sus vidas para ayudar a otros». 

La referencia a «las compañías privadas tienen el derecho de elegir cómo obtienen ganancias», es un intento de eximir a las firmas de inversión y no para justificar Spotify a la que acusa de difundir «información peligrosa». Está claro que no es una alusión a la plataforma sueca sino a las compañías financieras, lo que refuerza la idea de que el boicot a Spotify fue una estrategia narrativa para retirar la música de Young que, gracias al escándalo, tuvo la perfecta excusa para «irse con su música a otra parte» sin cumplir su contrato. Pero, ¿por qué información peligrosa? ¿«Peligrosa» para quienes? ¿Qué conocimientos científicos tiene Young para decidir si la información difundida por el Dr. Malone es peligrosa o no? Por su lado, Rogan aseguró que no intenta «promover desinformación» ni «ser controversial», aclaró que su decisión de invitar al Dr. Malone a su podcast es para «balancear estos puntos de vista controversiales con los de otras personas, con eso tal vez podríamos encontrar una mejor perspectiva», dice en un videoclip de diez minutos en su cuenta de Instagram.


Los cuatro presupuestos falsos de la vacunación según Robert W. Malone


Desde los inicios de la medicina como profesión, hace más de dos mil años, el Código Hipocrático ha dado especiales indicaciones respecto a cuál debe ser el trato entre colegas en el ámbito profesional. Posteriormente, la Declaración de Ginebra (1948), actualizada en Chicago (2017), establece de manera explícita que «debo considerar como hermanos y hermanas a mis colegas». Los manuales de deontología médica y los códigos éticos enseñan que la confraternidad entre los médicos es un deber primordial. Sobre ella sólo tienen preferencia los derechos del paciente. La colegialidad, la condición de colegas, debe ayudar a superar las diferencias o distanciamientos de cualquier tipo que puedan separarles o incluso enfrentarles. La enemistad profesional entre los médicos puede causar perjuicios serios a los pacientes y, por ende a la profesión médica.  ¿Es ético que 270 trabajadores de la salud, entre ellos algunos médicos, acusen públicamente a un colega de difundir «información falsa»? Malone sostiene —sin que se preste mucha atención a sus impactantes declaraciones— ciertas «verdades» incómodas para el establishment de la «nueva normalidad» que se intenta imponer post-covid 19 y que Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial, ha denominado «Gran Reinicio». 

Malone justifica su activismo actual asegurando, en su propia web, que él no es «antivacunas» (de hecho se vacunó con Moderna) pero, con gran decepción, ha comprobado cómo el gobierno de EE. UU., la FDA, los NIH y los CDC se han puesto al servicio de la industria farmacéutica permitiendo la autorización de la técnica ARNm en la fabricación de vacunas sin haber completado los procesos de evaluación y sin respetar exigencias éticas y metodológicas. Otra denuncia importante que a nadie se le ocurrió investigar y que no fue desmentida ni invalidada, solamente desacreditada por los fact-checkers como fake news, es la existencia de un acuerdo secreto entre Pfizer y el gobierno de Israel para ocultar los «verdaderos» efectos adversos de la vacuna fabricada por el primero. Según Malone, el verdadero peligro proviene de las vacunas génicas y no tanto del SARS-CoV-2. Respecto a su afirmación de que él es un «antivacunas», se sabe que, en febrero de 2020, contrajo el virus y por ello recibió la vacuna. Malone denunció que sus  síntomas poscovid aumentaron luego de recibir, casi un año después, la vacuna de Moderna, a la que atribuye el origen de la HTA (Hipertensión Arterial) y otros trastornos que sufre desde entonces. 

Malone, precursor histórico de la tecnología de vacunas de ARNm —insistamos en ello— no es un «antivacuna» —subrayemos esto también—, las razones por la que se volvió un crítico abierto de los mandatos y reglas de la «nueva normalidad» Covid-19, es que se considera una víctima de la vacuna Moderna. Habla desde su doble experiencia, como científico y como damnificado por la inoculación de lo que él mismo ha denominado «terapia transgénica» pues ha sido éste su campo de investigación desde su época en que trabajaba en los laboratorios del Instituto Salk. 

La Terapia Génica (TG) involucra la transferencia de material genético a una célula para conseguir un beneficio terapéutico, por lo que definir a esas vacunas como «terapia génica» no es inexacto. La  TG no consiste únicamente en la introducción de una copia sana de un gen, sino que existen muchas otras estrategias complementarias, algunas de las cuales los fabricantes de vacunas con tecnología ARNm no informan, por lo que nadie puede asegurar porque algo sobre lo que nunca comentan los detractores de Malone es que ocurre con la TG de línea germinal. Distintos artículos sobre la TG de línea germinal informan que si se alteran genéticamente las células de la línea germinal, todas las células del organismo presentarán la modificación y todo cambio introducido pasará a la descendencia, razón por la que el uso de la tecnología ARNm debe hacerse necesarios planteos éticos sobre la alteración de la herencia humana. Sus denuncias acerca de que las vacunas ARNm están siendo manipuladas por las élites mundiales para hacer más virulento al virus es algo que sostienen otros científicos, además, admite que denunciando esto pierde todas las opciones al premio Nobel que merece. 

Otros importantes señalamientos hechos por Malone que merecen tenerse en cuenta es que el ARNm inyectado «reinicia» el sistema inmunológico del vacunado, dejándole indefenso ante nuevos contagios. Señala también que la proteína S producida por las células tras la vacunación se distribuye por todo el cuerpo, perdurando en el tiempo y produciendo efectos citotóxicos directos en diversos órganos con graves consecuencias. Es curioso que quienes salieron al cruce ante estas declaraciones de Malone no fueran científicos, a través de alguna fundada refutación en artículos de especialidad, sino como era lógico prever fueron los infaltables fact-checkers financiados por el filantrocapitalismo. Los criterios sesgados que utilizan para clasificar como falsa una información ponen en serias dudas su confiabilidad, objetividad y neutralidad. Malone fue uno de los primeros en denunciar que la miocarditis podría hallarse entre los efectos adversos de estas vacunas, causando numerosas muertes que están siendo ocultadas. Debido a esta afirmación fue acusado de alentar las «teorías de conspiración». Malone sostuvo ese argumento basado en un artículo publicado en la revista médica Vaccines que es editada por el Multidisciplinary Digital Publishing Institute (MDPI), una editorial de revistas científicas de acceso abierto con cargos por procesamiento de artículos. 

A fines de junio, Vaccines  publicó un artículo revisado por pares y firmado por los doctores Harald Walach, Rainer J. Klement y Wouter Aukema, titulado «The Safety of COVID-19 Vaccinations—We Should Rethink the Policy» (2021). En este trabajo, los autores concluían que las inyecciones contra el covid-19 estaban causando la muerte de dos personas por cada tres que se salvaban. Este informe se difundió rápidamente en las redes sociales. Un tuit sobre este artículo del Dr. Malone obtuvo miles de retuits. La amplia difusión del artículo en las redes sociales, la presión de algunos de sus revisores, obligó a que la revista Vaccines se retractara del artículo que había publicado, diciendo que contenía «varios errores que afectan fundamentalmente la interpretación de los hallazgos», pero sin señalar cuáles serían específicamente esos errores.

Al menos cuatro miembros de la junta de Vaccines dimitieron como resultado de la publicación de ese estudio, incluida la Dra. Katie Ewer, profesora asociada e inmunóloga principal del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford. Ewer, quien no había participado en su publicación, sostuvo: «Deberían haber sabido que este documento tendría un gran impacto. Que nadie en la revista se haya dado cuenta de eso (...) es muy preocupante, especialmente para una revista dedicada a las vacunas». Nótese que la especialista no invalida el artículo, solo se limita a señalar que los editores «deberían haber sabido que este documento tendría un gran impacto» («It should have been recognized that this paper would have a big impact»). 

Dicho con otras palabras, la retractación del artículo publicado por la revista Vaccines es porque ninguno de los revisores se dio cuenta del impacto que ese dato tendría ante la opinión pública internacional, no porque lo que allí se diga sea falso.  He verificado las fuentes consultadas por los autores del artículo y, en efecto, allí aparecen indicados fielmente aquellos datos sobre los que basaron sus conclusiones. ¿Por qué entonces la revista Vaccines se retractó del artículo publicado?  Si las inyecciones contra la covid-19 causaron más muertes que el virus las cifras de la pandemia cambiarían radicalmente y fue sobre estos datos que Malone pudo sostener que numerosas muertes estaban siendo ocultadas. 

Malone también señaló que las vacunas de ARNm no han superado las pruebas necesarias para su autorización y uso especialmente en personas jóvenes y sanas. La FDA miente al no reconocer que la vacuna aprobada de Pfizer & BioNTech es distinta a la molécula estudiada en los ensayos clínicos y que ha eximido de responsabilidad penal a los fabricantes. Salvo que también se consideren como abonados a las teorías de la conspiración a las autoridades del Ministerio de Salud de Japón que recientemente han confirmado que se ha detectado, entre los efectos adversos de las «vacunas» ARNm de Pfizer y Moderna, sobre todo en los más jóvenes, miocarditis y pericarditis. 

Estos datos coinciden con los casos de miocarditis notificados oficialmente en Israel. Un estudio científico titulado «Myocarditis after Covid-19 vaccination in a large healthcare organization» publicado en The New England Journal of Medicine, sostiene que se ha descubierto que la vacuna de Pfizer provoca 21,3 casos de miocarditis por cada millón de personas en la población general. En la prestigiosa revista científica The BMJ, llamada British Medical Journal hasta 1988 y BMJ entre 1988 y 2014, una revista médica publicada semanalmente en el Reino Unido por la Asociación Médica Británica, han aparecido varios artículos como «Myocarditis after vaccination against covid-19» (2021) del Dr. W. F. Gellad, profesor de medicina y director del Center for Pharmaceutical Policy and Prescribing, University of Pittsburgh School of Medicine y «SARS-CoV-2 vaccination and myocarditis or myopericarditis: population based cohort study» (2021) del Dr. Anders Husby et Alt, que informan sobre algunos daños colaterales. 

El 12 de julio de 2021, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) informó de la existencia de un posible vínculo entre las vacunas de Pfizer y de Moderna con la miocarditis y la pericarditis. Tras la reunión del Comité de Evaluación de Riesgos de Farmacovigilancia (PRAC) de la EMA del 5 al 8 de julio, éste concluyó que se pueden dar «casos muy raros» después de la administración de estas vacunas de ARNm frente a la COVID-19. Por tanto, el PRAC ha recomendado incluir la miocarditis y la pericarditis como nuevos efectos secundarios de Comirnaty (vacuna de Pfizer) y Spikevax (vacuna de Moderna). 

La miocarditis y la pericarditis son afecciones inflamatorias del corazón que pueden provocar dificultad para respirar, latidos cardíacos fuertes que pueden ser irregulares (palpitaciones) y dolor en el pecho. El comité de seguridad de la EMA lanzó esta advertencia para crear conciencia entre los profesionales de la salud y las personas que reciban estas vacunas de modo que estén atentos a los signos y síntomas de miocarditis y pericarditis. El 6 de diciembre de 2021, la EMA actualizó datos sobre la miocarditis y la pericarditis tras la vacunación de la covid en adolescentes y jóvenes luego de que se hiciera un estudio de casos y controles centrado en las personas de 12 a 50 años hospitalizadas en Francia por miocarditis o pericarditis entre el 15 de mayo y el 31 de agosto de 2021: fueron 919 casos de miocarditis y 917 de pericarditis. 

Estos casos se emparejaron respectivamente con 9190 controles para miocarditis y 9170 para pericarditis de la misma edad, sexo y lugar de residencia. Este nuevo estudio confirma que la vacunación con Comirnaty (Pfizer) y Spikevax (Moderna) aumenta el riesgo de miocarditis y pericarditis en los 7 días posteriores a la vacunación. Este riesgo parece ser más marcado en hombres jóvenes menores de 30 años, en particular después de la segunda dosis de Spikevax. En cuanto al riesgo de pericarditis, también aparece más marcado tras la vacuna Spikevax en menores de 30 años, en particular tras la segunda dosis. En nuestro país, todavía no se informa a la población sobre la miocarditis y la pericarditis provocada por Comirnaty (Pfizer | BioNtech) y Spikevax (Moderna), tales los nombres comerciales de ambas vacunas. 

En una nota publicada con fecha del 5 de febrero de 2022, el diario argentino El Cronista, «COVID: todos los efectos adversos de la vacuna Sputnik, AstraZeneca, Pfizer y Sinopharm que se dan en Argentina» respecto a la primera, se señalan como efectos adversos, entre los locales: dolor, edema y/o hinchazón en el sitio de la inyección (muy frecuentes); eritema en el sitio de inyección (frecuentes) y prurito en el sitio de la inyección, dolor en el brazo (poco frecuentes) y entre los generales: cefalea, diarrea, fatiga, fiebre transitoria, escalofríos, mialgias, artralgias. Algunos de estos efectos adversos pueden ser más frecuentes en adolescentes de entre 12 y 15 años de edad que en adultos (muy frecuentes); náuseas, vómitos (frecuentes); insomnio, malestar, linfadenopatía (poco frecuentes); parálisis facial aguda periférica, edema facial (raros). 

En relación con la segunda, se registraron los siguientes efectos adversos, entre los locales: dolor, edema y/o hinchazón en el sitio de la inyección, linfadenopatía axilar homolateral (aumento del volumen de uno o varios de los ganglios linfáticos de las axilas) (muy frecuentes); eritema, reacción urticariana o rash cutáneo local, reacción retardada en el sitio de inyección (dolor, eritema, hinchazón) (frecuentes);  prurito en el sitio de la inyección (poco frecuentes); y entre las generales: cefalea, náuseas, vómitos, fatiga, fiebre transitoria, escalofríos, mialgias, artralgias (muy frecuentes); rash o exantema (frecuentes); parálisis facial aguda periférica, edema facial (raro). 

Los riesgos de eventos adversos potencialmente graves y de muchos otros eventos adversos graves, como la miocarditis y pericarditis, especialmente en niños y jóvenes, tal como han sido reportados por el Ministerio de Salud de Japón, el de Italia y el de Israel, por citar algunos países, no se incluyen ni se tienen en cuenta o si esos episodios han ocurrido, no han sido registrados como efectos adversos de las vacunas que usan la tecnología ARNm.

En otro artículo publicado con fecha del 16 de febrero de 2022 por el mismo diario, se informa que un estudio basado en datos suministrados por la mayoría de los países que avanzan con campañas de inmunizaciones que incluyen, en algunos casos, hasta la colocación de una cuarta dosis de la vacuna contra el coronavirus, los resultados muestran que la proporción de mujeres que declararon efectos secundarios tras recibir su primera, segunda o tercera dosis de ese suero fue casi el doble (1,9 veces) que entre los hombres, según la investigación de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Haifa (Israel) y publicado en la revista Vaccines. El investigador principal del proyecto, profesor Manfred Green sostiene: 

«No sabemos qué mecanismo está implicado, pero puede estar relacionado con las diferencias entre los sexos en el sistema inmunitario o en la percepción de los efectos secundarios. Existe la posibilidad de que el sistema inmunitario de las mujeres responda con más fuerza que el de los hombres a los antígenos extraños». 

Los resultados mostraron que la notificación de efectos secundarios tras la primera, segunda y tercera vacunación es aproximadamente 1,9 veces mayor entre las mujeres que entre los hombres.  Además, las frecuencias más altas se presentaron entre todos los participantes tras la segunda inoculación. Algunos de los efectos secundarios que se manifestaron con mayor frecuencia después de la aplicación de la vacuna de Pfizer fueron dolor en el punto de inoculación o en todo el brazo, fiebre, debilidad, fatiga y parestesias en diversas partes del cuerpo. 

El análisis de los resultados mostró que la proporción de mujeres que declararon dolor en todo el brazo tras recibir la vacuna fue 7 veces mayor que entre los hombres tras la primera vacunación y 4,2 veces mayor que entre los hombres tras la segunda vacunación; la proporción de mujeres que sufrieron este efecto secundario tras la tercera vacunación fue 4,1 veces mayor que entre los hombres. Además, quienes declararon debilidad fue 30 veces mayor que la de los hombres después de la primera dosis; 2,6 veces mayor después de la segunda dosis y 1,6 veces mayor después de la tercera. Asimismo, la cantidad de mujeres que sufrieron dolores de cabeza también fue 9 veces mayor que entre los hombres después de la primera dosis, 3,2 veces mayor después de la segunda dosis y 2,45 veces mayor después de la tercera dosis. Según los investigadores, los resultados del estudio subrayan la necesidad de informar sobre los efectos secundarios de las vacunas desglosados por género.

Varias de estas advertencias fueron hechas por Malone quien anticipó que el uso de la técnica ARNm en las vacunas génicas podrían producir efectos adversos de distinta gravedad. Sin embargo, pese a sostener criterios similares a los señalados en estos informes científicos, Malone fue desacreditado y tratado de «negacionista», acusado de ser antivacunas, de fomentar «teorías de la conspiración» o difundir «noticias falsas». Entre otras cosas, Malone asegura que la vacunación universal —que tantos gobiernos quieren hacer obligatoria y que todos ellos están forzando a la población a vacunarse por medio de medidas restrictivas y anticonstitucionales—, podría ser contraproducente. 

Recientemente, en una entrevista que el diario El Cronista hizo a Pablo Goldschmidt, publicada el 15 de febrero de 2022 en su columna de Economía y Política con el título «COVID: "No hay final del virus y la vacuna no es vacuna", las polémicas definiciones de un virólogo argentino», el notable especialista argentino se mostró muy crítico de las medidas sanitarias tomadas por los gobiernos y la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde que se desató la pandemia de coronavirus.  

Goldschmidt posee una sólida formación médica y científica. Ejerció en la Facultad de Medicina del centro hospitalario de la Pitié-Salpetrière de París, donde también obtuvo los diplomados de farmacocinética, farmacología clínica, neuro-psicofarmacología y farmacología de antimicrobianos y en la Université Pierre et Marie Curie París VI se doctoró en farmacología molecular. Como voluntario en la OMS trabajó muchos años en campañas de vacunación en África e integró misiones humanitarias en Guinea Conakry, Bissau, Pakistán, Ucrania, Camerún, Mali y la frontera de Chad con Nigeria.

Goldschmidt coincide con Malone en que no habrá fin de la pandemia del Covid-19, que las vacunas no son vacunas, que los gobiernos «actuaron bajo el miedo al poder judicial con medidas de encierro» y que tanto en el país como en buena parte del mundo se desplegó «un pensamiento único» para enfrentar la pandemia. 

En diálogo con El Cronista este virólogo argentino de larga trayectoria declaró que le llamó la atención «el pensamiento único en diferentes gobiernos en todo el mundo a la hora de definir las cuarentenas y encarar la pandemia. Hubo peritos nombrados por los gobiernos que ni siquiera tenían una especialidad en virología». Una de sus observaciones más críticas es aquella que sostiene que «se percibió mucha falta de transparencia en el manejo de la pandemia y en muchos casos los equipos que asesoraban a los presidentes sólo copiaban y pegaban las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sin reparar en ellas». 

Al analizar las medidas de confinamiento que hubo en muchos países y que en la Argentina se extendieron más de la cuenta Goldschmidt remarcó que «en muchos casos los políticos actuaron por temor a los costos políticos y a represalias del poder judicial. Pero el poder judicial pudo juzgar por lo que no por haber hecho demasiado. Nadie va a juzgar a los gobiernos por haber encerrado a la gente, por los tratamientos de quimioterapia que no se pudieron hacer, por las familias que no pudieron despedir a sus seres queridos, los que murieron en los geriátricos de tristeza o los suicidios por depresión al encierro». 

Otra de sus definiciones polémicas que subrayó Goldschmith sobre las vacunas contra el Covid es la afirmación lapidaria de que «no existen las vacunas como tales. Yo no las llamo vacunas ya que se trata de preparaciones farmacéuticas que actúan como profilaxis del virus y ayudan a ir menos a terapia intensiva pero no se trata de vacunas que eliminan el virus como pueden ser otras vacunas conocidas de enfermedades históricas».  En cuanto a las medidas sanitarias que la mayoría de los gobiernos del mundo tomaron para prevenir los contagios, el connotado científico argentino señaló que «todo respondía a un mandato determinado donde los poderes sólo hacían lo que el temor mandaba desde el poder judicial».

En una abierta crítica al sistema sanitario que se impuso en buena parte del mundo, el virólogo argentino declaró: «Acá hay claras restricciones a las libertades. No sé si llamarlo una dictadura de la sanidad o sino un sanitarismo extremo. Se mezcla la ignorancia con el temor y el sanitarismo extremo creando miedos en la sociedad». Tampoco está de acuerdo con aquella medida que obliga a todo el mundo a vacunarse. Observa Goldshmidt: 

«Hoy vemos que los médicos que eran aplaudidos en su momento por enfrentar el tratamiento del virus con máscaras y guantes son rechazados porque no aceptan las denominadas vacunas. Eso es inmoral retener el salario de un médico porque no se quiere vacunar. Recomiendo que cada uno verifique con un médico su nivel de vulnerabilidad y si hay riesgos que eso lo evalúe el médico. Pero no podemos actuar con una decisión general de obligar a todo el mundo a vacunarse. No podemos actuar con una decisión general de obligar a todo el mundo a vacunarse. No hace falta vacunar a todo el mundo para terminar con esto. Para los virólogos esto no es pertinente porque no hay eliminación del virus. No se entra o sale de esta pandemia ya que cuando alguien se resfría. Se puede proteger a la gente vulnerable con estos tratamientos como se hace con la vacuna antigripal. Todo lo demás es fantasía. Los científicos no tenemos respuestas aun sino muchas preguntas. Solo estamos agregando infelicidad».

En esencia, Goldschmith está haciendo las mismas advertencias que Malone. Para Malone la estrategia de vacunación universal se basa en cuatro presupuestos falsos. El primero es que la vacunación universal puede erradicar el virus y garantizar la recuperación económica al lograr la inmunidad de grupo en todo el país (y todo el planeta). Según Malone, el virus está ya tan enquistado en la población mundial que, a diferencia de la polio o la viruela, la erradicación no es factible. Coincide con  Goldschmith en señalar que, desde el punto de vista científico, no se acabará esta pandemia. 

El segundo presupuesto es que las vacunas funcionan casi perfectamente, pero no es eso lo que se está viendo. Quienes aseguran que las vacunas son eficaces para impedir la versión grave de la enfermedad y la muerte, en el mejor de los casos solo reducen, no eliminan, el riesgo de infección, replicación y transmisión, y, en el peor, causan trastornos graves e irreversibles o incluso la  muerte. 

El tercero es que la vacuna no tiene efectos secundarios, o que estos son insignificantes. Lo que se ha observado hasta ahora confirma que, a corto, plazo, los efectos secundarios son, sí, muy minoritarios, pero algunos bastante graves o mortales; en cuanto al largo plazo, es difícil determinarlo porque las vacunas no se han aprobado en ningún sitio, su uso solo ha sido autorizado dentro de una situación de emergencia. Este presupuesto ha sido constatado tal como él lo señaló. 

El cuarto y último es sobre sus efectos inmunizadores, vale decir, la duración de su acción protectora. Razonablemente, Malone sostiene que lo único que conseguiría la vacunación universal sería el progresivo debilitamiento del sistema inmunitario humano, porque las mutaciones del virus dentro del organismo humano irían dirigidas precisamente a burlar la protección de la vacuna. Vale decir, a mayor aumento de dosis, mayor resistencia habría por parte del virus, creando nuevas cepas más resistentes para defenderse. 

Quien tiene la audacia —mejor sería decir valentía— de poner en duda el menor punto del cambiante mensaje de las autoridades sobre la pandemia es calificado de «negacionista», amordazado por la prensa y clausurado socialmente por la comunidad científica, pese a la evidencia de que la lucha contra el covid-19 tiene a nivel mundial más de estrategia política y manipulación verbal de la opinión pública que de evidencia científica. 

Porque la ciencia avanza por contradicción y duda, no por desmentidas ni descalificaciones mediáticas de científicos de primera línea como Robert Malone o dos premios Nobel, el inventor del PCR, Kary Mullis, recientemente fallecido, y el primer investigador en aislar el virus VIH, Luc Montagnier, quien acaba de fallecer también. 

El bioquímico estadounidense Kary Banks Mullis que en 1993 compartió el Premio Nobel de Química con Michael Smith, debido a la invención de la reacción en cadena de la polimerasa, conocida como PCR (la sigla en inglés de Polymerase Chain Reaction), una técnica que marcó un antes y un después en la biología: la reacción en cadena de la polimerasa, una especie de fotocopiado molecular que permite copiar millones de veces un pequeño segmento de ADN. 

Su revolucionario descubrimiento permitió leer el genoma humano, diagnosticar trastornos genéticos, identificar cadáveres por su ADN. Poco antes de su muerte, Mullis declaró que la prueba PCR no debe usarse como una herramienta de diagnóstico por la simple razón de que es incapaz de diagnosticar una enfermedad. Una prueba positiva no significa realmente que haya una infección activa. 

De inmediato Ignacio «Nacho» Corral, uno de los fact-checkers que trabaja para Chequeado, plataforma argentina financiada por el filantrocapitalismo, publicó el 13 de agosto de 2020 un artículo con el título «Es falso que el creador de los PCR haya dicho que estos testeos no detectan el nuevo coronavirus». Por supuesto que nunca dijo eso. Lo que sí dijo es que la prueba PCR no servía como herramienta de diagnóstico, por ende, algunos médicos y bioquímicos concluyeron que, por lógica, tampoco servía para detectar el coronavirus. 

Sin embargo, en su artículo, Corral sostiene que «las pruebas PCR son el método más fiable que existe para descartar o confirmar la enfermedad de la COVID-19, recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS)». Lic. en Ciencias de la Comunicación (UBA), Ignacio Corral no deja lugar a ninguna duda acerca de su total incompetencia para evaluar un juicio científico, empezando por señalar que ni siquiera posee una experiencia mínima como divulgador de temas médicos y científicos, porque su fuerte es el periodismo deportivo y, en menor medida, el periodismo político. 

Detengámonos en su afirmación de que «las pruebas PCR son el método más fiable que existe para descartar o confirmar la enfermedad de la Covid-19, recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS)». Si bien es cierto que en el inicio de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendaba «testear y aislar» como el método más eficiente para enfrentar la Covid-19, esta postura inicial cambió y es así que, justo un mes antes de que Corral escribiera su artículo, una publicación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. (CDC) sobre el coronavirus y las pruebas PCR con fecha del 13 de julio de 2020, señaló que la detección de ARN (ácido ribonucleico) viral no indicaría la presencia de virus contagiosos o que el 2019-nCoV es el agente causante de los síntomas clínicos. Esta prueba no ha sido establecida para controlar el tratamiento de la infección por 2019-nCoV. Vale decir, en buen castellano, que esta prueba no puede descartar enfermedades causadas por otros patógenos bacterianos o virales. 

Y no solo eso, apenas pocos meses después, en un comunicado emitido el 14 de diciembre de 2020, la OMS finalmente debió reconocer que la prueba de PCR utilizada para diagnosticar COVID-19 es un proceso impredecible con demasiada frecuencia. En algunas circunstancias, la distinción entre ruido de fondo y presencia real del virus objetivo es difícil de determinar. Transcribo el texto en inglés: 

«As the positivity rate for SARS-CoV-2 decreases, the positive predictive value also decreases. This means that the probability that a person who has a positive result (SARS-CoV-2 detected) is truly infected with SARS-CoV-2 decreases as positivity rate decreases, irrespective of the assay specificity. Therefore, healthcare providers are encouraged to take into consideration testing results along with clinical signs and symptoms, confirmed status of any contacts, etc. (...) The design principle of RT-PCR means that for patients with high levels of circulating virus (viral load), relatively few cycles will be needed to detect virus and so the Ct value will be low. Conversely, when specimens return a high Ct value, it means that many cycles were required to detect virus. In some circumstances, the distinction between background noise and actual presence of the target virus is difficult to ascertain». 

Ergo, terminaron dándole la razón a Kary Banks Mullis de que la prueba PCR no debe usarse como una herramienta de diagnóstico.  Pese a ello, vemos que continúa utilizándose como una prueba para diagnosticar el covid-19. Lo peor que puede hacerse con el conocimiento científico es abrazarla como una fe dogmática, que es lo que está ocurriendo con la información oficial del «consenso manufacturado» de las autoridades mundiales que diseñan las estrategias para combatir, supuestamente, la covid-19. Y esta  «verdad» es sostenida como una fe dogmática que tiene en los verificadores de noticias, como dijimos en un artículo anterior, a sus inquisidores mediáticos que, organizados en esa suerte de Santo Oficio del periodismo de masas que es el fact-checking, declaran «hereje» a quienes no la abrazan con el mismo fervor fanático. Inquisidores, sí, sobre todo cuando se meten a verificadores científicos, marcando como errores y bulos toda información que ponga en tela de juicio el consenso manufacturado sobre la eficacia de las vacunas. 


El boicot de Neil Young a Spotify: la estrategia narrativa de una cortina de humo


A la luz de todos nuestros anteriores desarrollos quedan patentes la multitud de factores personales, psicológicos y financieros, que influyeron en la decisión de Neil Young, en primer lugar, para acusar públicamente a Joe Rogan de «difundir información falsa» y, en segundo lugar, para amenazar con retirar su música de Spotify. Está claro que el motivo esgrimido para retirar su música de la plataforma sueca, unirse a la demanda de 270 médicos y científicos que estuvieron en contra el contenido del podcast de Rogan, fue el pretexto usado por la estrategia narrativa para justificar la salida de Young de la plataforma sueca e irse con su música a otra parte, concretamente, para albergarlas en plataformas como Amazon y Apple que, según Young, tienen un mejor sistema de reproducción, pero que además están asociadas a los capitales financieros de las empresas de gestión de inversiones alternativas y en propiedad intelectual de música, Blackstone e Hipgnosis Songs Fund. Hace poco más de un año, Young vendió el 50% de sus publicaciones a Hipgnosis Songs Fund, un fondo de inversión con sede en el Reino Unido, en un acuerdo por un valor de 150 millones de dólares.

Hipgnosis se hizo con los derechos de autor y los ingresos de las 1.180 canciones compuestas por Young en todo el mundo. Este fondo de inversión se dedica a adquirir todos los catálogos de artistas que pueda conseguir, y luego recupera su inversión a través de los derechos de autor, mediante el streaming, las ventas y la colocación de anuncios. 

Como señalamos anteriormente, en octubre del año pasado, Blackstone, un gigantesco fondo de inversión, compró una participación mayoritaria en Hipgnosis, desplegando cerca de mil millones de dólares para comprar derechos musicales y grabar canciones a medida que el streaming online gane en popularidad y se vuelve más lucrativo. La pandemia y la falta de conciertos en directo han llevado a los artistas, entre ellos Bob Dylan, a monetizar algunos de sus trabajos más antiguos, en un momento en el que los servicios de streaming han acaparado oyentes.  

El Grupo Blackstone se describe como «un negocio de inversión global líder que invierte capital en nombre de fondos de pensiones, grandes instituciones y particulares. Nuestra misión es crear valor a largo plazo para nuestros inversores mediante una cuidadosa gestión de su capital. Invertimos en todas las clases de activos alternativos en capital privado, inmobiliario, crédito y fondos de cobertura, así como en infraestructuras, ciencias de la vida, seguros y capital de crecimiento. Nuestros esfuerzos y nuestro capital hacen crecer a cientos de empresas y apoyan a las economías locales». 

La definición como «empresa de gestión e inversiones alternativas», como imaginarán, es un eufemismo para designar a un fondo de capital riesgo o fondo de inversión libre que invierte en una deuda pública de una entidad que se considera cercana a la quiebra, mejor conocido como fondo buitre (vulture fund). Para muestra basta un botón. Después de la crisis de las hipotecas subprime de 2007-2010 en Estados Unidos, Blackstone Group LP compró más de 5.500 millones de dólares en viviendas unifamiliares para alquilarlas y luego venderlas cuando los precios subieran. 

Las hipotecas de alto riesgo, conocidas en Estados Unidos como crédito subprime, eran un tipo especial de hipoteca, preferentemente utilizado para la adquisición de vivienda, y orientada a clientes con escasa solvencia, y por tanto con un nivel de riesgo de impago superior a la media del resto de créditos. Blackstone hizo su agosto adquiriendo barrios enteros de viviendas unifamiliares en zonas que sabían que iban a estar de moda, y pusieron los precios de los alquileres por las nubes. Una vez que los precios de los alquileres se dispararon y la compra se convirtió en una alternativa mejor para las familias jóvenes, incluso a precios inflados, recurrieron a la venta. Así que entre las inversiones, las hipotecas subprime, vivienda, y ahora los derechos intelectuales de la música, Blackstone ha diversificado sus inversiones. 

Con la adquisición de suburbios enteros de viviendas en dificultades a ambos lados del Atlántico, Blackstone se convirtió en pocos años en el mayor arrendador del mundo. Primero creó varias empresas de alquiler como Invitation Homes en Estados Unidos, Sage Housing en el Reino Unido o Fidere en España, antes de vender acciones de estas empresas a otros inversores o de agrupar las rentas de miles de inquilinos en oscuros fondos financieros. La incursión del capital privado tras la crisis de 2007 supuso la desaparición de las esperanzas de los futuros propietarios de conseguir una vivienda económica, ya que los agentes de Wall Street superaron la oferta de las familias jóvenes. 

En los años de recuperación tras recesiones anteriores, los compradores de primera vivienda subieron con el mercado inmobiliario, pero a partir de 2010, todo el aumento de la riqueza fue captado por los agentes financieros, según una investigación de la Universidad Estatal de Georgia. Sin embargo, los inquilinos fueron los más perjudicados, exprimidos por sus nuevos propietarios corporativos, cuya misión era maximizar el rendimiento de los inversores mediante el aumento de los alquileres y la reducción de los costes de mantenimiento, convirtiéndose en propietarios brutales y ausentes en el proceso. 

La ex experta en vivienda de la ONU, la valiente abogada Leilani Farha, activista canadiense especializada en derechos humanos económicos y sociales y que desde 2014 hasta 2020 fue la relatora especial de las Naciones Unidas sobre vivienda adecuada, denunció sin éxito a Blackstone por violaciones de los derechos humanos, acusación que, por supuesto, la megaempresa de fondos buitres ha rechazado.

Si el lector no queda impresionado con estos datos que muestran quienes están detrás del boicot de Neil Young a Spotify, quizás este dato pueda ayudar a conocer el lado oscuro de Blackstone, señalando que esta empresa es la que compró el rascacielos de 47 plantas y de 174 m de altura, el World Trade Center 7, en el 2000, poco antes de su demolición producida por el supuesto atentado terrorista del 9/11. 

Y por si este dato no fuera, por sí mismo, lo suficientemente escalofriante, quizás este otro dato lo sea. En 2020, Blackstone nombró a Jeffrey B. Kindler como su Consejero Senior o Asesor Superior. Antes de desembarcar en Blackstone, Kindler ya era un consumado ejecutivo de la C-suite, que había ocupado altos cargos en General Electric y McDonald's. Pero, sobre todo, fue director general de Pfizer Pharmaceuticals y posiblemente continúe teniendo acciones en esta empresa. 

Es muy probable que, como vengo señalando, Jeffrey B. Kindler sea quien diseñó la estrategia narrativa para desacreditar a Spotify aconsejando a los grupos de inversión que tienen los derechos de autor de los músicos para que se posicionen en contra de Spotify utilizando como excusa que la plataforma sueca incumplía con las normas de restricción de propaganda antivacunas al albergar un podcast que ha sido crítico con las vacunas Covid-19, especialmente porque Rogan llega a once millones de personas por episodio. 

Como dije anteriormente, Blackstone invirtió cerca de mil millones de dólares para comprar derechos musicales asociándose con Hipgnosis, pero su objetivo a largo plazo es  el streaming online a medida que este tipo de plataformas gane en popularidad y se vuelve más lucrativo. Los mercados bursátiles son extremadamente nerviosos, sensibles y volátiles, reaccionan con locura ante las malas y las buenas noticias, haciendo que las acciones de una empresa suban y bajen como estuvieran montadas sobre una montaña rusa. Desde que Neil Young cumpliera con su amenaza de retirar su música de Spotify, la gran plataforma sueca de música, el valor de mercado de la compañía ha disminuido en más de 2.000 millones de dólares y cayó a lo largo del mes de enero un 32% en el precio de sus acciones.

¿Y cómo encaja Neil Young como pieza dentro de este puzzle de intrigas financieras?  No cabe duda que detrás del boicot de Young a Spotify se encuentra Blackstone, la megafirma de inversiones multinacional que aprovechó la imagen de hombre común que el músico canadiense ha cultivado a lo largo de toda su carrera, involucrándose como un activo defensor de las causas perdidas, enfrentándose lanza en ristre a Monsanto como Don Quijote a los molinos de viento. 

Pero ¿con qué propósito? ¿Desplomar el valor de las acciones de Spotify para luego comprarlas a menor precio y hacerse de una buena porción de la plataforma sueca de streaming como en 2007 se hicieron de barrios enteros de viviendas unifamiliares durante la crisis de las hipotecas subprime? ¿Fue el boicot a Spotify una cortina de humo para incrementar el porcentaje de reproducciones de la música de Neil Young en streaming

Podrían ser ambas cosas. A la primera pregunta, respondo que no me parece inverosímil que se trate de una estrategia para inducir una crisis financiera al gigante sueco del streaming para potenciar a las plataformas vinculadas a Blackstone, concretamente Amazon y Apple, particularmente esta última, que luego que Spotify decidiera prescindir de la música del músico canadiense en favor del podcast de Joe Rogan, «troleó» a la plataforma rival anunciándose como la nueva «casa de Neil Young». 

Con Jeffrey B. Kindler ocupando el cargo de Consejero Senior de Blackstone se puede esperar cualquier artimaña. Y a lo segundo respondo con una observación sencilla. Lo que comenzó inicialmente como una declaración política de Young terminó convertido en la estrategia narrativa de una situación arreglada pergeñada por sus inversores y amañada por su sello discográfico y las plataformas de streaming asociadas. 

Sin el objetivo comercial de incrementar el porcentaje de reproducciones de su música en streaming y la venta de sus álbumes, no se entiende el sentido del boicot de Young a Spotify cuando se sabe que el músico canadiense no es el dueño del 100% de su propia música. Según Merck Mercuriadis, CEO del fondo que posee el 50% de los derechos del catálogo y publica su música, el interés en la música de Young aumentó desde que solicitó al servicio de streaming que eliminara sus canciones. 

Mercuriadis que, al igual que el sello discográfico Warner Brothers|Reprise, respaldó la posición de Young contra la empresa de streaming el mes pasado,  declaro en  una entrevista con Francine Lacqua en Bloomberg Surveillance Early Edition, que «estamos un 38% arriba solo en streaming y estamos cientos de porcentajes arriba en términos de ventas de álbumes y eso». 

Quien haya visto en este apoyo de Hipgnosis y Warner Brothers|Reprise a Young como un posicionamiento a favor de una causa justa, se llevará un chasco al constatar que todo ha sido una maniobra fraudulenta, una suerte de engaño a los usuarios de Spotify que requería la situación arreglada de una puesta en escena, una mise en scene del músico canadiense representando su propio papel, mostrándonos su cara más popular —por otro lado, indisociable— la del contestatario, la del activista, la del contracultural. 

Hecha su fama de hombre común, de viejo hippie cascarrabias que reaccionó indignado cuando leyó una carta abierta a Spotify Technology SA, emitida por una coalición de 270 científicos y profesionales de la medicina  que instaba a la plataforma de streaming sueca a establecer una política de desinformación después de que un episodio de Joe Rogan Experience, uno de sus podcasts más escuchados, promoviera lo que, según ellos, eran «teorías conspirativas sin fundamento» o «información falsa» sobre la pandemia. 

La estrategia dio el resultado esperado. La puesta en escena de Young fue lo suficientemente convincente como para persuadir a otros colegas (que quizás hayan estado «persuadidos» de antemano) a que retiren su música de Spotify y a los usuarios de la plataforma sueca para que envíen las cancelaciones de sus suscripciones. 

Sin lugar a dudas fue una maniobra arriesgada que casi produjo un backfire effect entre los inversores que, según parece, no estaban al corriente de la jugada maestra de las firmas que administran sus fondos. Me explicaré mejor.  Kathleen Gallagher, en su artículo «Questions over music royalty trusts following Neil Young's Spotify row. Hipgnosis on 8.4% discount», publicado el  4 de febrero de 2022, a pocos días del escándalo,  en sitio de finanzas Investment Week, dice que cuando  Young retiró sus canciones de Spotify causo un revuelo entre los inversores que se mostraron asombrados y comenzaron a dudar sobre la utilidad de invertir en derechos musicales:

 «[…] los inversores del fondo se rascaron la cabeza al ver lo que eso significaba para ellos y lo que su dinero había pagado realmente. El fideicomiso Hipgnosis, de casi 2.100 millones de libras, ha caído hasta un 8,4% de descuento y el precio de sus acciones ha bajado un 2,2% en los últimos cinco días. Las ventas de fideicomisos de plataformas asesoradas están dominadas por Transact y Raymond James. Laith Khalaf, analista financiero de AJ Bell, lo expresó de forma sencilla, diciendo que la situación "plantea interrogantes sobre la importancia del control de los derechos musicales y, de hecho, la valoración de esos derechos cuando los artistas están retirando su trabajo de ciertas plataformas". Rob Morgan, analista de Charles Stanley, se mostró de acuerdo y dijo que la reciente discusión "podría tener consecuencias sobre las ganancias que los activos pueden alcanzar, y su valor". "Comprensiblemente, los artistas suelen ser sensibles a los usos de su obra y no es probable que adopten una visión totalmente mercenaria de cómo se monetiza", explicó. "Así que la relación entre el inversor y el artista es muy importante, al igual que los detalles de las condiciones acordadas". La relación añade una capa de riesgo que los inversores deben tener en cuenta y es algo que tendrán que preguntar y conocer a fondo, dijo. Parece que la reciente disputa ha hecho precisamente eso. El otro fondo de derechos musicales, Round Hill, también ha caído en los últimos días, pero sólo un 0,09% y su descuento es considerablemente menor, del 1,1%. Los descuentos de los fideicomisos se amplían en 2021, ya que la euforia posterior a Covid se ve afectada por nuevas variantes. Sin embargo, los inversores de ambos fideicomisos estarán atentos a los próximos resultados y avisos de Hipgnosis para ver cómo las batallas de titulares con Spotify van a afectar a sus inversiones en el futuro. "Son este tipo de complejidades, y la naturaleza incipiente de la clase de activos, lo que nos ha hecho dudar hasta ahora sobre el sector hasta que veamos cómo se desarrolla un poco más, aunque el concepto de una fuente de ingresos no correlacionada es atractivo", concluyó Morgan. Aun así, algunos inversores siguen confiando en el fondo y Fergus Shaw, gestor de la cartera del fondo TM Cerno Select, cree que este reciente debate podría "mejorar el valor de la música" a pesar del ruido a corto plazo. De hecho, según Shaw, Young se ha mostrado claramente satisfecho con el acuerdo, destacando el apoyo que tuvo de Hipgnosis en su decisión de retirar sus canciones de Spotify, lo que les haría perder el 60% de los ingresos mundiales por streaming en su blog. Shaw, titular del fideicomiso, lo ve como algo positivo para el mismo: "Consideramos que el apoyo que el equipo de Hipgnosis ha dado a Neil Young en relación con sus recientes declaraciones y acciones es una prueba de su voluntad de apoyar a los músicos cuando es necesario que se posicionen sobre cuestiones de reputación e integridad". El gestor de la cartera añadió que el importante descuento parece innecesario. "Es increíblemente difícil reunir un catálogo de música de alta calidad como han hecho los dos fondos de inversión que cotizan en Londres", dijo. "Dada la oportunidad de aumentar el valor a través de una gestión sólida, parece extraño que este fondo se ofrezca con un descuento significativo sobre el valor liquidativo", dijo». [La traducción del inglés nos pertenece].

Queda claro que Young nunca pudo retirar sus canciones de Spotify sin un previo acuerdo con los fondos de inversión que compraron el 50% de su catálogo. Es posible que Young haya planteado inicialmente su decisión de retirar sus canciones de Spotify molesto por el podcast de Rogan. Young tiene problemas para controlar sus impulsos debido a la epilepsia. A partir de ahí pudo construirse una estrategia narrativa con un argumento en favor de los médicos y profesionales de la salud que enviaron la carta abierta a Spotify. 

Toda estrategia narrativa necesita de un contenido, de una historia, un argumento fuerte que logre persuadir a la opinión pública, influirle y lograr su identificación. Lo importante de una estrategia narrativa es un argumento que emocione al oyente, toque su fibra sensible, promueva sentimientos de adhesión y active  su identificación con la causa, pero eso no ocurre de manera casual, sino que es necesaria la intervención de un diseñador que se encargue de planificarlo, construirlo, estructurarlo,  sistematizarlo e integrarlo con una causa y entonces es cuando el efecto multiplica su poder de influir en la audiencia, el lector o el espectador que es el receptor de esa narrativa. Fue esa estrategia narrativa que permitió a Young retirar su música de Spotify sin resistencia por parte de la plataforma sueca. 

La intencionalidad que tiene toda estrategia narrativa, precisa de una estudiada estructura que concluya en algo y que haga que el lector, el espectador o el oyente acompañe al hilo argumental y se identifique con él, completándolo y ampliando su contenido y su alcance mediante reacciones de simpatía y apoyo a la causa que propone el argumento. El efecto que derivó de la causa se hizo sentir de inmediato, lo que confirmó la fuerza de persuasión del argumento en que se estructuró toda la estrategia narrativa. Varios músicos salieron a apoyar a Young, manifestando su solidaridad con el retiro de sus canciones de la plataforma sueca (supongo que hubo un previo acuerdo con sus sellos discográficos, productores, inversores, etc.); seguido también de un éxodo de usuarios de la plataforma que enviaron tantas solicitudes para cancelar sus cuentas que, prácticamente, abrumaron al sistema que no dejó seguir cancelando suscripciones. 

El mediático abogado Tristan Snell conocido por sus apariciones como comentarista legal en CNN, MSNBC, Fox, Cheddar y por sus columnas en CNN, Entrepreneur, Above the Law y el Washington Post, informó en su cuenta de Twitter que Spotify había suspendido la cancelación de las suscripciones. Aunque aclaraba, que probablemente se debía a un colapso de su sistema. Poco después,  envió un duro mensaje a Daniel Ek, diciéndole que los accionistas y el directorio de Spotify deberían pedirle su renuncia como CEO.

Con tantos actores implicados en esta puesta en escena, vuelvo a mi pregunta anterior, ¿Y pretenden que creamos que toda la estrategia narrativa de este bien maquinado Business Plot fue construida por Neil Young? Young pudo ser el gestor de la idea, es bastante plausible que una iniciativa de este tipo haya partido de él, por algo se hizo fama de defensor de causas perdidas, pero encontrándose tantos intereses financieros en juego, necesariamente debió haber alguien más que tomando esa idea le dio la estructura y forma de una estrategia narrativa. Admito que fue una jugada muy arriesgada, pero un empresario es justamente eso, alguien que toma riesgos y apuesta a algo que puede resultar mal o bien. 

El retiro de las canciones de Spotify puso nerviosos a muchos de los inversores, muchos de ellos no se explicaban lo que eso significaba, hasta dudaron de la utilidad de invertir en derechos musicales si el valor de los mismos dependían del cambio de humor de los artistas. Hay en todo contrato comercial cláusulas que ponen a resguardo una inversión. No conocemos el contrato de Young con Hipgnosis ni el de Hipgnosis con Blackstone, estoy especulando, pero de algo podemos estar seguros y es que cosas así no se dejan libradas al azar. Baso también mi presunción en el hecho de que Young no puede tomar unilateralmente la decisión de retirar de una plataforma de streaming la totalidad de su catálogo cuando el 50% del mismo ya no le pertenece. Debe haber existido un previo acuerdo con los otros dueños de su música, Hipgnosis y Warner Brothers| Reprise, para llevar a cabo esa acción, más todavía cuando detrás de la compra de sus derechos musicales se encuentra Blackstone. 

Sería difícil establecer —mucho más demostrar— si los 270 médicos, científicos y profesionales de la salud fueron partícipes voluntarios o involuntarios de la puesta en escena de una estrategia narrativa que sirvió para matar varios pájaros de un tiro. Es suficiente con que un solo médico, aquel que se encargó de convocar al resto para firmar la carta abierta, esté implicado en la trama argumental de esta estrategia narrativa para que la misma resulte. Porque no solo apuntaron a Rogan y Spotify, sino también a su CEO, Daniel Ek y, muy especialmente, al Dr. Malone, porque es el crítico más peligroso para los intereses financieros de la Big Pharma, y un implacable cuestionador del consenso manufacturado de la información oficial. El caso es que esa carta abierta sirvió de estrategia narrativa para que Young montara su performance unipersonal, representando el papel de defensor de la información veraz. Young no representa el papel de un viejo hippie cascarrabias, no hay aquí una confusión entre el actor y su personaje. 

Nunca se sabe con Neil Young, un hombre que siempre ha hecho lo que le dictaba su imprevisible impulso epiléptico, potenciado por un explosivo cóctel de medicamentos, drogas alucinógenas y alcohol. En su segundo libro de memorias, el muy curioso Special Deluxe: A Memoir of Life & Cars (2014), Young, aparte de hablar sobre su pasión por los automóviles, vuelve a repasar algunos episodios de su infancia marcada por la poliomielitis, la epilepsia y otras enfermedades contagiosas. En el capítulo veintitrés refiere que para la epilepsia tomaba Dilantin —un tipo de anticonvulsivo, también conocido como fenitoína sódica— y Fenobarbital —un barbitúrico recomendado para cierto tipo de epilepsias— y que a mediados de los 70 se metió «de cabeza» en el estilo de vida de los actores y músicos de Malibú: «Estaba experimentando con la cocaína, seguía fumando mucha marihuana y bebía cerveza y tequila en dosis generosas» [La traducción del inglés me pertenece]. 

Posiblemente de esta época, le venga la fama de «porrero» a la que hizo reciente alusión el músico Ted Nugent. 

Como el lector podrá observar, el llamado «boicot» de Neil Young a Spotify es una vasta red entretejida con los sutiles hilos de muchos intereses financieros que ponen a la ponzoñosa araña global en el centro de toda esta imbricada telaraña. Sean cualesquiera que fueren las razones por la que Young se prestó a esta campaña de desprestigio contra el Dr. Robert W. Malone, sea porque le abrieron los ojos sobre la conveniencia artística y económica que significaría pasar su catálogo a otras plataformas con una mejor calidad de reproducción para su música y mayores posibilidades de llegar a un público mucho más joven,  lo que, por supuesto, de paso incrementaría más el valor del 50% del repertorio de canciones que todavía conserva sobre derechos de propiedad intelectual sobre su producción musical. 

Sea porque algún inversor le aconsejó que la mudanza de su música a otra «casa» aumentaría la calidad y cantidad de reproducciones o una mayor difusión entre las nuevas generaciones; lo que nos parece seguro es que Young no pudo montar solo toda esta mise en scene sin contar con un libreto (estrategia narrativa), un director de escena (diseñador de la estrategia narrativa) y un coro de partiquinos de la información (fact-checkers). Ese director de escena diseñó y montó esa estrategia narrativa como una cortina de humo para distraer a la inmensa audiencia de Joe Rogan que el 31 de diciembre de 2021 escuchó el podcast con su entrevista a Malone. Fue un intento, estéril por otra parte, de persuadir a la audiencia de Rogan de que Malone difunde «información falsa o errónea» sobre el coronavirus. Un acto de magia mediática ejecutado con el arte de birlibirloque de un  hábil prestidigitador que con rápido pase de manos supo ocultar el truco en su manga ante los ojos de todos. 

Podemos resumir todos estos anteriores desarrollos en una pregunta: ¿por qué sostengo que el boicot de Young a Spotify sigue el argumento de una estrategia narrativa arreglada con la finalidad de desacreditar al Dr. Malone? Porque como todo el mundo sabe,  ésta no es la primera vez que la plataforma sueca recibe las presiones de artistas de todos los niveles que se quejan en privado de sus luchas para hacer que la música genere ingresos. 

Antes del boicot de Young amenazando a Spotify de retirar su catálogo de canciones, hubo otras rebeliones esporádicas. En 2013, el vocalista y compositor principal del grupo de rock alternativo británico Radiohead, Thom Yorke, retiró su música en solitario de la plataforma debido a la ofensiva tasa de regalías de artista (Spotify todavía paga a los artistas tan solo US$0.003 por reproducción). Taylor Swift hizo lo mismo en 2014 y apenas regresó a la plataforma tres años después con la condición de que todos los artistas de su sello, Universal Music Group, obtuvieran una parte de las ganancias de Spotify. El descontento de los artistas con Spotify es real, pero ninguno de los artistas mencionados retiró su música encubriendo un interés comercial bajo la apariencia de una causa humanitaria. Por lo menos, tuvieron la suficiente honradez para reconocer que su causa era comercial y relacionada con su descontento por el pago por streaming de la plataforma sueca.

Si hablo de cortina de humo es porque el mundo de las finanzas es un peligroso océano donde abundan los depredadores de toda clase. Una campaña global de descredito contra una persona no sólo se construye a partir del poder corporativo y los lazos políticos, sino también a través de una intrincada red cloacal de subterráneos vericuetos por donde fluyen las oscuras corrientes de intereses financieros como nauseabundas aguas servidas. Esos mismos intereses financieros que han hecho de la enfermedad un negocio, son los que subsidian  a las plataformas digitales de fact-checking para que monten como una «verdad» mediatizada, supuestamente comprobada, el consenso manufacturado de la información oficial con que a diario bombardean a la opinión pública. 

Los paraísos fiscales, el poder financiero, suelen proteger sus intereses usando aquella estrategia que en la jerga periodística se denomina «cortina de humo», una maniobra de distracción que llama la atención de la opinión pública sobre un hecho para ocultar otro. Y si hablamos de estrategia es porque la expresión tiene su origen en el vocabulario castrense. Durante la Primera Guerra Mundial era común que los ejércitos, todavía enfrentados a una lucha cuerpo a cuerpo, utilizaran como táctica de encubrimiento la propagación de densas masas de humo para ocultar al enemigo el movimiento de las tropas y de esa forma, utilizar el factor sorpresa como parte del ataque. 

La cortina de humo era una maniobra de distracción que servía no sólo como ocultamiento, sino también como una artimaña para pasar al ataque. Y el verdadero objetivo de ese ataque no eran Rogan ni Spotify, ambos fueron solo daños colaterales, era el Dr. Robert W. Malone, pero esta combinación de factores y circunstancias sirvió para poner en línea a Rogan y a Spotify con el consenso manufacturado de la narrativa oficialmente acordada. 

Fue una típica jugada de billar francés, un clásico tiro a dos bandas que golpeó primero a Rogan para hacer carambola golpeando al mismo tiempo en los otros dos objetivos: Daniel Ek, CEO de Spotify, y el Dr. Robert W. Malone. El ataque a Rogan y Spotify fue un mensaje mafioso de la Big Pharma para escarmentar a quienes se atrevan a cuestionar el consenso manufacturado del poder corporativo global, pero como toda cortina de humo puede encubrir otros intereses ocultos, porque no existe ningún río revuelto donde no quieran echar sus redes y aparejos de pesca los oportunistas pescadores de siempre. 

En lo que a mi opinión respecta, no me cabe duda de que el que generó esta densa cortina de humo es también la eminencia gris que ha diseñado la estrategia narrativa de Young, el cerebro que ha controlado todo el operativo mediático, unificando criterios empresariales e intereses de variada procedencia, incluidos, desde ya, los del sector de la industria farmacéutica. Como dije antes, para maquinar una estrategia narrativa tan perversa y maquiavélica se necesita un diseñador experto como Jeffrey B. Kindler, Asesor Senior de Blackstone. Claro que no actuó solo, un operación de esta magnitud no se puede realizar sin la connivencia de otros actores, Hipgnosis Songs Fund, Warner Brothers|Reprise, Amazon, Apple, que convenientemente permanecieron ocultos entre las bambalinas.

Lo que causa consternación e indignación es que un músico que siempre se posicionó a favor de la libertad de expresión, ahora haya cambiado de bando para plegarse a la campaña de censura que pende como una espada de Damocles  sobre las cabezas de conspicuos médicos y científicos a los que se difama y calumnia endilgándoles rótulos injuriosos como los de «teóricos de la conspiración» o «poner en riesgo la salud pública al difundir información errónea».


Fact-checking y silenciamiento científico: filtración de información y censura


Empecé este artículo aclarando que no fue escrito para desprestigiar a Neil Young. Sobre su persona no dije nada que él mismo no haya dado a conocer públicamente en sus memorias o entrevistas o que no hayan sido testimoniados por su propio padre en la biografía sobre su hijo. Este extenso trabajo conlleva el modesto propósito de contribuir a la reparación de la reputación científica del Dr. Robert W. Malone, inventor o precursor de la técnica ARNm que la industria farmacéutica aplica en la fabricación de las vacunas génicas. Como descubridor de la técnica ARNm Malone es su principal referente histórico, hace ingentes esfuerzos para advertirnos que el uso de esta técnica en vacunas que no ha sido suficientemente probada. Y quienes dicen que es falso, que es una técnica que ha sido probada ampliamente por medio de la misma vacunación. Y ahí está el gran riesgo señalado por Malone, nadie sabe a ciencia cierta cuáles serán a largo plazo sus consecuencias en el organismo humano, vale decir, en los jóvenes vacunados y su descendencia. 

El hecho de que todos los intentos para desacreditar la autoridad científica del Dr. Malone partan de las empresas de fact-checking que son subsidiadas por el mismo filantrocapitalismo que está vinculado a las inversiones en la propiedad intelectual de obras musicales; plataformas de streaming rivales de Spotify; la mafia farmacéutica que se siente afectada y molesta por las declaraciones públicas de Malone que pone en duda la eficacia de las vacunas génicas; deben hacernos abrir los ojos de que se trata de una pantalla o cortina de humo. Las empresas de fact-checking no son independientes ni neutrales, en su mayor parte son subsidiadas por el filantrocapitalismo de los magnates tecnológicos que a su vez financian institutos que controlan a las agencias de verificación, los contenidos que publican en Internet y las redes sociales y supervisadas por académicos y profesionales de la medicina que las asesoran. 

Las empresas de fact-checking son rehenes de las mafias corporativas que controlan la salud y que han corrompido el sistema sanitario haciendo que hoy día vivir sea una enfermedad crónica. Estos datos deberían bastar para que se abran los ojos y se vea con lúcida claridad que las empresas de verificación tienen el compromiso de desacreditar las opiniones de médicos y científicos que no estén en línea con la narrativa oficial; también para desacreditar a artistas, filósofos, periodistas y abogados que sostengan opiniones disidentes del consenso manufacturado sobre la eficacia de las vacunas génicas que, según el prestigioso médico y virólogo argentino, Dr. Pablo Goldschmidt, no son exactamente «vacunas» sino «preparaciones farmacéuticas» con base en la técnica del ARNm o terapia génica. 

Las reiteradas advertencias de dos premios Nobel, el Dr. Kary Banks Mullis (1944-2019) y el Dr. Luc Montagnier (1932-1922); las evidencias presentadas por otros médicos que ponen en riesgo su reputación médica y sus carreras, como Judy A. Mikovits; Robert W. Malone; Ghislaine Lanctôt; Peter C. Gøtzsche; o los argentinos Dra. Chinda Brandolino, el Dr. Luis Marcelo Martínez o el Dr. Leonardo González Bayona, por citar algunos de ellos que han pasado del anonimato del consultorio al activismo público de Médicos por la Verdad, parece que aún no son suficientes para que una mayoría dormida se despierte antes que sea demasiado tarde. 

Desde hace muchos años, la salud está secuestrada por las grandes corporaciones de las mafias médicas y farmacéuticas, algo que no solo denunció la Dra. Ghislaine Lanctôt, sino también el médico danés, Dr. Peter C. Gøtzsche, que durante 30 años ha trabajado en ensayos clínicos y regulación de medicamentos para varias farmacéuticas y ha publicado más de setenta artículos científicos en las Big Five, las cinco principales revistas científicas. En su libro Tödliche Medizin und organisierte Kriminalität. Wie die Pharmaindustrie unser Gesundheitswesen korrumpiert (2014), el Dr. Gøtzsche, documenta de manera impecable que el consumo de medicamentos con receta es la tercera causa de muerte tras las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. 

En Estados Unidos, por ejemplo, la prescripción de medicamentos causa cerca de 200.000 defunciones todos los años. Con arreglo a estos datos, el Dr. Gøtzsche deja bien en claro que la industria farmacéutica está causando bastante más muertes que los cárteles de la droga. Y eso no es poco decir, porque se trata de una afirmación que no debe tomarse a la ligera. Directamente acusa a la industria farmacéutica de ser una organización criminal más peligrosa que los cárteles de la droga. 

Por supuesto, todos estos médicos son objetos de una constante desacreditación por parte de las plataformas digitales de Fact-Checking. En América Latina, plataformas digitales de fact-checking como la agencia peruana Salud con Lupa dirigida por su fundadora Fabiola Torres que se formó como periodista especializada en salud pública gracias a una beca otorgada por la Knight Foundation y el International Center for Journalists (ICFJ). 

Torres montó una plataforma digital de periodismo colaborativo dedicada a la salud pública en América Latina con el financiamiento del International Center for Journalists (ICFJ) bajo la forma de una donación del filantrocapitalismo de la BMGF. Como podrá suponer el lector —y supondrá bien— la objetividad y neutralidad de Salud con Lupa, haciendo honor al nombre de su sitio hay que buscarla con lupa y hasta con microscopio. Pero sus «verdades» microorgánicas tienen la misma fuerza de contagio que un virus o una bacteria. 

Bien adiestrada por el International Center for Journalists (ICFJ), mediante una de sus Knight International Journalism Fellowships, Fabiola Torres, aprendió bien el libreto del fact-checking en esta organización que hace algo más que formar periodistas. Una «donación» (léase inversión) del ICFJ sirvió para crear el sitio web del medio, más adelante, tras haber hecho uso del presupuesto inicial, Salud con Lupa postuló a «grants» (subsidios) para obtener financiamiento de otras fundaciones, entre ellas, según detalla la directora Fabiola Torres: «la Fundación Gabo, el Instituto Poynter, Google Initiative, la organización holandesa Hivos. Entonces hemos concursado para fondos y nos han sido otorgados por los proyectos que hemos presentado». A cambio de estos subsidios (grants), admite la directora de Salud con Lupa, se comprometió a adaptarse a las reglas estipuladas en las bases de los concursos para tratar de obtener una donación y realizar su proyecto. 

Los programas del International Center for Journalists (ICFJ) lanzan organizaciones de noticias, asociaciones de medios de comunicación, escuelas de periodismo y productos informativos. Sus nuevas Knight International Journalism Fellowships están diseñadas para inculcar en la opinión pública lo que denomina —siempre con un eufemismo— una «cultura de innovación y experimentación informativa» en todo el mundo, a buen entendedor, la agenda del consenso manufacturado del progresismo global.

 Los becarios del International Center for Journalists (ICFJ), además de ser adiestrados como siervos de los amos globales, aprenden como transmitir el consenso manufacturado como una verdad absoluta que no admite cuestionamientos ni críticas,  para lo que reciben aportes de las llamadas empresas emergentes y otras organizaciones que les ayudan a montar su negocio. 

El programa está financiado por la John S. and James L. Knight Foundation, también conocida como Knight Foundation, una organización «sin fines de lucro», como podrán imaginar, y que cuenta con el apoyo «desinteresado» de la Bill and Melinda Gates Foundation [BMGF], capacitando a jóvenes periodistas de todo el mundo para que aprendan a utilizar las últimas herramientas digitales «to tell compelling stories on health and development issues» [«para contar historias convincentes sobre temas de salud y desarrollo»]. 

Y es que de eso trata el fact-checking, sin excepciones, contar historias «convincentes», es decir, no interesa tanto contar la verdad como narrar una historia que convenza o persuada a la opinión pública de que es verdadera y que aquella otra historia que no se ajuste a ella es «falsa»; «dudosa» o «engañosa». 

Otro tanto podría decirse de similares plataformas digitales de fact-checking en las cuales la objetividad y la neutralidad van de la mano con el relativismo ético de sus directores que siempre se avienen a las reglas que les imponen las fundaciones y empresas emergentes que las financian mediante las llamadas «donaciones», pero que en los hechos no son otra cosa que «inversiones» diseñadas para incrementar los capitales de la falsa filantropía de los magnates tecnológicos. 

Por su importancia, este es un tema al que dedicaremos un artículo especial, si bien la incidencia del fact-checking en las cuestiones que trata nuestro medio nos obliga a salir a señalarlo en todas las ocasiones que nos sean posibles. Por otro lado, nos parece absurdo el intento del periodismo de datos de pretender verificar o refutar una información o una hipótesis científica con los burdos pertrechos del fact-checking porque esa es propiamente un trabajo de científicos. 

Lo primero que aprende cualquier científico es que la mejor verificación de una hipótesis es su proceder a su propia refutación. Ésta es la mejor forma que tiene un científico para asegurarse de la validez de una hipótesis. Pero si esta validación teórica fuese suficiente, cualquiera sería científico. Otras formas de verificación es a través de herramientas científicas y de métodos de investigación que permitan analizar los datos que se obtienen por medio de esas herramientas. Para verificar un criterio científico esos fact-checking debieran ser científicos, no periodistas. 

Como dice el Dr. Mario Bunge, las ciencias formales demuestran o prueban, en tanto que las ciencias fácticas verifican (confirman o desconfirman) hipótesis que en su mayoría son provisionales. Y señalaba esta importante diferencia, la demostración en las ciencias formales es completa y final; mientras que en las ciencias fácticas, la verificación es incompleta y por ello temporaria. La naturaleza misma del método científico impide la confirmación final de las hipótesis fácticas. 

Para verificar sus hipótesis, no solo procuran elementos de prueba de sus suposiciones multiplicando el número de casos en que ellas se cumplen; también tratan de obtener casos desfavorables a sus hipótesis, fundándose en el principio lógico de que una sola conclusión que no concuerde con los hechos tiene más peso que mil confirmaciones. Por tanto, que un médico o un científico sostenga que la afirmación hecha por otro científico es falsa o errónea por vía de una mera deducción lógica o por simple imputación no la invalida, porque no es posible verificar una hipótesis así formulada; para esto es preciso traducir la hipótesis conceptual a términos cuantificables, medibles y en definitiva analizables. 

El fact-checking no tiene ninguna de estas herramientas ni métodos como para verificar o refutar cualquier afirmación científica porque es una simple herramienta periodística no es una herramienta científica ni, mucho menos, el método o procedimiento de una ciencia factual. Entonces ¿qué valor científico tiene el criterio de un fact-checker para emitir un juicio de verdad o falsedad de una afirmación científica? Absolutamente ninguno, desde un punto de vista científico. 

Es simple opinología que tiene la pretensión de elevarse a la categoría de una ciencia, resultado del subjetivismo del periodista de datos. Que un sitio de fact-checking pretenda invalidar una afirmación científica sobre la base de otras afirmaciones científicas contrarias no validan ni invalidan nada, ni tampoco demuestra que esa afirmación sea falsa o errónea, solo expresan otros criterios diferentes igualmente cuestionables y discutibles porque utilizan otra «vara» para medir. 

El científico aprende de sus propios errores. La ciencia avanza mediante el ensayo y el error, no por la inyección de grandes capitales para la investigación, un mito hace poco derribado en un reciente artículo publicado en la prestigiosa revista Nature por un grupo internacional de investigadores que asegura que «la ciencia no está siendo impulsada por el talento de los académicos», poniendo en tela de juicio la afirmación de quienes dominan una de las plataformas científicas más usadas del mundo, Clarivate Analytics, sino «por los deseos de los hombres blancos y ricos, y de sus patrocinadores» [Cfr. SINAY, Laura; CARTER, Rodney William (Bill)  & FOGLIATTI DE SINAY, Maria Cristina, «In the race for knowledge, is human capital the most essential element?» (2020); Nature, pp. 1-7].

Considerada como la mejor herramienta ideada por el periodismo de opinión para combatir y contrarrestar el poder de las noticias falsas, para ofrecer a la ciudadanía un relato completamente ajustado a la realidad, en la actualidad, el fact-checking ha dejado casi de ser una herramienta periodística de verificación de datos para convertirse en la herramienta digital de un sistema automatizado que —al menos en las redes sociales— es el encargado de decidir lo que es verdadero y lo que es falso. El fact-checking se ha transformado en un ecosistema informativo donde muchas veces no caben el matiz o la reflexión, la objetividad y la crítica, sino el sesgo y la obsecuencia. El experto en big data ha reemplazado al periodista y mañana el experto en big data será reemplazado por la inteligencia artificial. 

¿Sirve el filtro burbuja del fact-checking para algo? La pandemia demostró que el periodismo de datos no está a salvo de los fenómenos de desorden de la información respecto a las diferentes formas de verificación y control de contenidos ya que si uno de los males que trajo aparejada la pandemia en el ámbito de la difusión de la información, sobre todo a través de redes sociales, fue la «infodemia» o «desinfodemia» (disinfodemic en inglés), esto es, la distribución viral de noticias falsas, un mal mayor ha sido el aprovechamiento oportunista que se hizo del concepto de «bulo» (fake news) para desacreditar cualquier tipo de información médica y científica que no estuviera en línea con la narrativa acordada por la OMS y la Big Pharma

Con el pretexto de que el usuario de las redes sociales queda muchas veces expuesto a la trampa de encontrarse con noticias sobre las que no puede chequear la veracidad de la información a la que está expuesto, mucha información difundida por médicos y científicos comenzó a sufrir ataques de los fact-checkers, a ser desacreditados, tratados de negacionistas, difusores de información falsa, adeptos a las teorías de la conspiración, porque aportaban puntos de vista diferentes sobre los tratamientos o la eficacia de las vacunas. Alineados con el consenso manufacturado del pensamiento único, los sitios de fact-checking amordazaron voces disidentes, combatieron la idea de buscar tratamientos alternativos a la vacunación, clasificándolos como falsos o no recomendados, a separar a la sociedad entre «provacunas» y «antivacunas», etc. 

La sensación es que el fact-checking escapó de las manos del periodismo para pasar a manos de los expertos de big data al servicio del filantrocapitalismo que subsidia la mayoría (por no decir todas) las agencias de fact-checking, convirtiéndose en una peligrosa forma de censura. La Organización Mundial de la Salud (financiada por Bill Gates) ha identificado la llamada «desinfodemia» como una «segunda enfermedad» que acompaña a la pandemia de la Covid-19, diagnosticándola como una «sobreabundancia de información, algunas veces precisa, otras no, que dificulta que las personas encuentren fuentes fidedignas y orientación confiable cuando la necesitan».

¿Qué es una fuente fidedigna y una orientación confiable para la OMS? La información oficial en línea con la narrativa acordada. Ningún medio de verificación de datos es independiente porque dependen de la financiación de empresas privadas, fundaciones internacionales y fondos recibidos en forma de «donaciones» filantrocapitalistas, pero, por si no fuera suficiente este margen mínimo, la International Fact-Checking Network (IFCN), es el organismo que se encarga de vigilar a los medios que se dedican a la verificación de hechos y datos. 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) utiliza la palabra «infodemia», neologismo que resulta de la combinación de las palabras «información» y «epidemia», para describir el exceso de «información, incluyendo información falsa o engañosa, tanto dentro como fuera de Internet, en el contexto del brote de una enfermedad. [Una infodemia] genera confusión y la adopción de comportamientos de riesgo. También genera desconfianza en las recomendaciones sanitarias y socava la respuesta de salud pública. Una infodemia puede intensificar o alargar los brotes cuando la población no está segura de lo que tiene que hacer para proteger su salud y la de su entorno». 

Otros términos que se usan como sinónimos de «infodemia», son «desinfodemia», «información errónea»; «desinformación», etc. El término «información errónea» suele utilizarse para describir la información falsa o inexacta que se difunde sin intención dolosa, mientras que el término «desinformación» se refiere a la información falsa o inexacta que se difunde con intención deliberada de engañar o confundir a la población. Sin embargo, en el contexto de la pandemia de la Covid-19, lo que se está atacando más no es la «desinformación» sino el derecho a la libertad de expresión, lo cual es mucho más peligroso que los bulos porque ha agravado los peligros de la crisis de salud pública, al utilizar el fact-checking como una herramienta de censura para silenciar a médicos y científicos que, antes de la pandemia, eran consideradas autoridades internacionales en su especialidad. 

Tratándose de la salud, un bien preciado para todos, censurar otros criterios basados en evidencias científicas no deben ser censurados porque el debate abierto entre profesionales de la salud contribuye a concienciar  al garantizar mayores niveles de confianza en las medidas de salud pública y no es silenciando ni desacreditando a los científicos que se contribuirá a combatir la  desinformación y a facilitar el intercambio de información necesario para identificar formas eficaces de abordar la crisis. La libertad de expresión es clave para exigir a los gobiernos que rindan cuentas de sus medidas políticas aplicadas como respuestas sanitarias a la crisis de salud.

Tradicionalmente, los periódicos y otros medios de comunicación cumplían la función de seleccionar, verificar y presentar la información relevante sobre la actualidad de forma contextualizada, de acuerdo con ciertos criterios periodísticos, tanto la elaborada en exclusiva por los redactores, como la suministrada por agencias de noticias y otras fuentes oficiales (institucionales, policiales, judiciales, sanitarias, gubernamentales, etc.) y no oficiales (vecinales, testigos directos, confidentes, autores del hecho, víctimas, familiares, etc.) y algunas de ellas eran citadas de forma reservada o confidencial para preservar el anonimato de sus informantes y el secreto profesional. Actualmente hay un saludable intento de retornar a los principios del periodismo, sobre todo a los principios éticos de la profesión.

Como dice el periodista económico y profesor de periodismo en la Universidad de Navarra, Ángel Arrese Reca, «Es necesario reconquistar la capacidad de los periodistas para salirse de ese flujo ingente de contenidos, para seguir buscando aquello que es necesario que se sepa y que se desconoce, para trabajar con agendas propias, para separar el grano de la paja en los fenómenos de actualidad, y dar un sentido contextualizado a los acontecimientos informativos más relevantes». [Cfr. ARRESE RECA, Ángel: «Retroperiodismo» en RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, Jorge Miguel  (coord.): Retroperiodismo, o el retorno a los principios de la profesión periodística (2016), Zaragoza: SEP, p. 22].

La herramienta periodística del fact-checking es útil cuando realmente se emplea para combatir la desinformación, pero es peligrosa cuando se encuentra en manos de los arribistas del periodismo de datos, financiados por el filantrocapitalismo, que la emplean para silenciar las opiniones de científicos y médicos que no concuerdan con la narrativa oficial. 

Faltos de toda probidad intelectual, ética profesional, objetividad en la práctica investigativa y neutralidad informativa del periodismo tradicional, no tienen ningún reparo moral para censurar la información científica que no está en línea con la narrativa acordada de la OMS y la Big Pharma. Lo más perverso del sistema es el control del poder global sobre las políticas sanitarias, la justicia y la prensa, que priva al damnificado de defender su reputación ante una acusación falsa o difamación de carácter por libelo o calumnia cuando una plataforma de fact-checking desacredita como «información falsa» una opinión médica fundada en el criterio y el conocimiento científicos, dañando o menoscabando la reputación, el carácter o la integridad ética del emisor de esa opinión experta. 

Esto es exactamente lo que le ocurrió a la Dra. Judy Anne Mikovits a quien se le impidió tener una buena defensa al retener su dinero bloqueando sus cuentas bancarias para no permitirle contratar un abogado o presentar sus testigos. Otro tanto ha ocurrido con aquellos médicos que se han negado a vacunarse o que ponen en tela de juicio el consenso científico sobre la eficacia de las mal llamadas vacunas.  


A modo de conclusión: la peligrosa confusión entre el hecho y el conocimiento científico


A modo de conclusión, diremos que el silenciamiento de médicos y científicos nace de la peligrosa confusión entre el hecho y el conocimiento científico; entre la desinformación y la información no oficial o extraoficial. El consenso entre todas las empresas de fact-checking, es el no sometimiento a la fuentes de información no oficial, la homogeneización del léxico para designar a los grupos o individuos que justifican o que difunden una información que no se ajusta a ese consenso y que al ser rechazada por una fuente oficial se la clasifica como «desinformación». 

En el periodismo tradicional, las fuentes son personas, publicaciones o documentos que proporcionan información oportuna sobre un tema determinado. Son, para expresarlo con otras palabras, el origen de las noticias. Por lo general, el uso de fuentes oficiales proviene de la autoridad del Estado o de una institución pública o privada que se suponen confiables y seguras, pero en ciertos  casos, la fuente de una noticia puede ser de una fuente no oficial o extraoficial, lo que no significa que sea necesariamente falsa sino que no se le reconoce validez oficial porque no está respaldada por una autoridad gubernamental o institucional. 

Sin embargo, como sabe bien todo buen periodista, el material clasificado como información «extraoficial», si bien no se aconseja que se utilice directamente, puede utilizarse como guía o referencia para establecer la dirección que seguirá una investigación periodística.  El fact-checking no pierde de vista que una  información extraoficial también puede ser una segunda fuente para confirmar la información obtenida en forma oficial, directamente la descarta, porque tiene prohibido consultar otras fuentes u oír otras voces que no sean las oficiales de sus patrocinadores, y esta es una importante diferencia con la verificación de hechos del periodismo tradicional. 

La única fuente confiable es la información oficial, esto es, el consenso manufacturado del pensamiento único, lo que no le da unidad de criterio, sino uniformidad. Para el periodismo tradicional, en cambio, puede ocurrir que, en ciertos casos, un dato sensible obtenido de una fuente extraoficial sea cierto aunque no se haya difundido de manera oficial, solo que sabiendo de esta manera, es una forma de información que estará sujeta a la especulación sobre todo cuando una fuente oficial no desea que esa información trascienda porque podría producir inquietud o pánico en la población. En este caso ese dato sensible se restringe al conocimiento público como «información clasificada» o «información reservada», según sean los niveles de clasificación que pueden variar de país en país, porque puede poner en riesgo la seguridad nacional de un gobierno. 

Sin embargo, cuando es la salud de la población mundial la que está en riesgo, que se apliquen filtros y protocolos para restringir la libertad de expresión es peligroso sobre todo cuando de lo que se trata no es de proteger a la población de la desinformación, sino de salvaguardar los intereses financieros de las grandes empresas farmacéuticas. La pandemia se ha convertido en una nueva excusa para utilizar las herramientas digitales del fact-checking con el objetivo de censurar y silenciar la crítica, el debate y el intercambio de información. 

Con qué métodos de validación científica, los medios que se dedican a la verificación de hechos y datos pueden clasificar como «desinformación» o «información errónea» una opinión médica o un criterio científico, cuando al día de hoy ningún Gobierno puede legislar contra la desinformación porque no hay una definición clara de qué es una fake-news. Desde el momento en que no existe esa definición, ¿qué valor tiene la calificación de verdadera o falsa una opinión médica? Absolutamente ninguna. 

El valor de esa calificación se la dará la credulidad o incredulidad del receptor de esa información, o sea, dependerá del grado de confianza que los receptores le atribuyen a los medios de verificación de datos, y el porqué de ello. Si ya de por sí, el modelo de negocio hace agua, en primer lugar, por su alta subordinación y sumisión a las empresas privadas que las financian, y, en segundo lugar, por las numerosas críticas que se enderezan también en su contra debido a que el mercantilismo prevaleciente les ha impedido mirar a la audiencia en su faceta de receptores críticos e influyentes. Es debido a esta subordinación y sometimiento pasivo a las normas mercantilistas de sus patrocinadores, que el método de validación del fact-checking carece de objetividad y neutralidad e imparcialidad de la información. La confianza en sus métodos de validación dependerá siempre más del subjetivismo y el relativismo ético tanto del emisor como del receptor acrítico, antes que de la recepción crítica de esa información. 

Sin embargo, esa falta de definición es lo que permite tanto a gobiernos como a las empresas farmacéuticas llegar a la censura para impedir que se escuchen otras opiniones médicas que no están en línea con el consenso manufacturado de la información oficial. Un ejemplo simple: cuando recién comenzó el programa de vacunación se  aseguraba que los efectos adversos eran mínimos, luego estudios científicos demostraron que Pfizer y Moderna eran las causantes de miocarditis y pericarditis o Astrazeneca de trombos. Entonces, qué fuentes eran las que realmente transmitían la desinformación y la información errónea ¿las oficiales o las extraoficiales? 

Si las fuentes extraoficiales son personas de profesión médica y formación científica que, preocupadas por la salud pública, envían información científica para advertir a la población sobre posibles riesgos a largo plazo o efectos adversos de las vacunas génicas que luego varios estudios científicos publicados en revistas arbitradas han demostrado que existen, merece que se tome en cuenta sin que los trolls del fact-checking desmantelen el consenso médico extraoficial para imponer el consenso manufacturado del lobby farmacéutico. Las empresas de fact-checkers que prestan servicios para Facebook –que se supone son organizaciones independientes que trabajan para la verificación de datos– tienen un sesgo marcado por la financiación de embajadas, fundaciones, organizaciones, que tienen sus propios intereses. 

No hay garantías respecto a la veracidad de la información que llega vía redes sociales, marcada como verdadera por los fact-checkers, de ahí que la única opción que nos queda, durante la pandemia, es desconfiar de lo que circula en el medio digital y buscar medios alternativos para contrastar la información. No hay empresa de fact-checking que al describir la naturaleza de sus servicios sostenga que su plataforma ofrece una información de calidad. 

Si eso fuese verdad, no habría nada que objetarles, pero lo cierto es que esa afirmación es la primera falsedad que cualquiera puede constatar porque la información que ofrecen no es objetiva ni neutral, mucho menos veraz, como mucha otra información contiene sesgos que hace que esa información sea engañosa o dudosa. Dicen que combaten la desinformación en defensa de la libertad de información, olvidando que ese es un derecho de doble vía pues el mismo debe proteger tanto la función de los informadores, como el derecho de los ciudadanos a recibir información de calidad. Por información de calidad se entiende la veracidad del dato así como la ética profesional y la probidad intelectual de no pasar una falsedad por verdad, condición que rara vez cumplen las empresas de fact-checking

Se trata en definitiva de evitar que se muestre como periodismo de datos un tipo de información que no es más que mera propaganda oficial que no cumple obviamente con las premisas de veracidad y probidad, porque están abducidas de diversas formas por el filantrocapitalismo, a través de concesiones de subsidios, becas, entre otros estímulos, cuando no directamente amenazados si se incumple con alguna de las condiciones. 

Todas las agencias de verificación de datos en los diferentes países están adscriptas al International Fact-Checking Network, una unidad del Poynter Institute for Media Studies, creada en  septiembre de 2015 para promover el periodismo de datos en todo el mundo, financiar a las empresas de fact-checking, incentivándolas por medio de subsidios y becas. El IFCN de Poynter  es financiado por la BMGF, Open Society Foundations de George Soros, Arthur M. Blank Family Foundation, Google, etc. Todas las empresas de fact-checking que mantienen un lazo con la Knight Foundation, el International Center for Journalists (ICFJ), el International Fact-Checking Network y el Poynter Institute for Media Studies, tienen también vínculos con las fundaciones antes mencionadas de las que reciben subsidios (grants) y otras formas de financiación como las «donaciones filantrópicas». 

Si, en el contexto del periodismo de datos, hablamos de objetividad y neutralidad tales términos no aparecen tan claramente definidos como en la ciencia. Según la idea dominante, la ciencia es objetiva porque refleja fielmente a los objetos tal y como son en sí mismos, sin agregarles ni quitarles nada. Esto implica que, para alcanzar la objetividad, el científico debe dejar o tratar de dejar de lado todos sus prejuicios o ideas previas, pero también todos sus intereses, pasiones y hasta valores, en breve, todo lo subjetivo que puede distorsionar su visión imparcial de la realidad. Sin embargo, la práctica de la investigación científica acepta que la producción de conocimiento tiene un cierto grado de error o imprecisión, que las verdades científicas son necesariamente transitorias y que en algunos casos la magnitud del error puede incluso ser tan grande como para tergiversar la observación misma. 

No obstante, no dudaríamos en admitir que cierto grado de objetividad es posible, sin que esa objetividad sea absoluta, ya que el científico en tanto que «sujeto investigante» influye sobre el «objeto investigado». La influencia del científico sobre el objeto es inevitable, pero ser consciente de la intervención de factores subjetivos en la observación científica no significa que la objetividad quede anulada. Siempre existe un grado de objetividad ya que, de otro modo, no podrían observarse el mismo objeto desde distintas perspectivas y confirmar la realidad del mismo.  Si el conocimiento científico fuera únicamente una construcción social, como pretenden los subjetivistas o constructivistas sociales, no existiría una objetividad propiamente dicha, sino distintas objetividades que dependerán cada una de los diferentes subjetivismos que observan un determinado objeto. 

El problema con el subjetivismo es que han transformado a la ciencia en una suerte de «vale todo», pero aun en el vale todo no existe arbitrariedad, sino que tiene reglas determinadas. El subjetivismo pretende que todo conocimiento resulta válido siempre que esté avalado por un grupo de personas que se ponen de acuerdo. Cuantas más personas estén de acuerdo con algo, mayor es el valor de esa afirmación. Ese acuerdo entre muchas personas es lo que se denomina consenso. Existe consenso científico en la medida que una teoría sea la mejor explicación sobre el fenómeno, pero no en tanto sea una teoría acabada. Lo que se llama consenso científico no es más que la representación de una explicación generalmente aceptada, en un momento dado, por la mayor parte de los científicos especializados en un campo determinado. 

Pero un consenso científico no es, como parecen entender la mayoría de los periodistas de datos, que todos los científicos sean unánimes, necesaria y saludablemente para el progreso mismo del conocimiento científico deben existir desacuerdos de modo que una posición respecto a lo que en ese momento resulte ser la mejor explicación sea definitiva, por el contrario, al fin de que el consenso pueda avanzar en función de los resultados de las nuevas investigaciones, son fundamentales las opiniones contrarias, las objeciones críticas y la disidencia teórica entre científicos. 

Porque consenso científico no es sinónimo de «verdad absoluta», sino una posición provisoria que se acepta cuando no se dispone del conocimiento científico suficiente para juzgar una posición científica, pero nunca es una posición definitiva e inamovible. Las verdades científicas no pueden decidirse, como en política, por un acuerdo tipo proceso eleccionario donde gana la idea más votada, pero aun si se entendiera el consenso científico como un  acuerdo mayoritario eso no implica que se desconsidere el criterio de la minoría disidente, ya que entonces no habría democracia sino una dictadura totalitaria. 

Las verdades científicas no se validan como las ideas políticas donde la más convincente es la que recibe una mayor cantidad de votos en una urna ni el discurso de los científicos es como el de los candidatos a una elección en la que gana el más votado y si una idea política resulta ser la más votada, no necesariamente debe ser la más cierta. En ciencia una idea será verdadera mientras tanto no exista otra explicación mejor que la rectifique, la refute o invalide como teoría científica, trabajo que corresponde, como es natural, a los científicos, no a los fact-checkers. El comunicador de la ciencia debe ser un científico, no un periodista dedicado a la divulgación de temas científicos.

Esta verdad de Perogrullo debo explicarse así, como una guía sencilla y básica como para periodistas dummies, porque los periodistas de datos, más que de otros géneros periodísticos, caen en ese absurdo de declarar como verdadera aquella explicación científica que cuenta con más adeptos y como falsa aquella que ha obtenido menos adhesiones. Y es que el fact-checking confunde flagrantemente los hechos con los conocimientos científicos. 

Por lo general, los teóricos que se ocupan de la epistemología periodística, la objetividad, en el contexto de la información, tiende a relacionarse con los conceptos de neutralidad e imparcialidad. La neutralidad pretende evitar un posicionamiento concreto del periodista a favor o en contra de alguna de las partes en conflicto, condición que en la actual pandemia no se cumple pues como vemos a diario ningún científico puede expresar un criterio disidente sin que no le salga al cruce un fact-checker a embestirlo como un rugbier para derribar su credibilidad o su valoración científica sobre la vacuna o el origen del coronavirus, tal como han hecho con el Dr. Robert W. Malone y muchos otros que hemos mencionado y citado a lo largo de este trabajo. 

A propósito de la objetividad y neutralidad valorativas, Karl Popper ponía de relieve la imposibilidad de prohibir o anular al científico sus valoraciones sin anularlo como hombre y también como científico, y es esta barbaridad sin precedentes en la historia de la ciencia ni en la historia del periodismo —excepción hecha de los regímenes totalitarios— la que vemos a diario cometer a todos los fact-checkers sin excepción. Si por noticia neutral se entiende, según sus características, ora una «información no sesgada» (unbiased, en inglés), ora una «información no partidista» (nonpartisan); ora una «información ajena a otros intereses» (disinterested), ninguna de las tres características se hallan en la práctica de la verificación de datos. Algunos autores entienden la neutralidad como una  falta de posicionamiento propio en el sentido de que el periodista debe saber tomar distancia de la noticia sobre la que informa y ceder el desacuerdo a las partes cuyas voces figuran en la noticia (Vid. BENTELE Günter et alt (2013): Lexikon Kommunikations und Medienwissenschaft, Wiesbaden: Springer VS, pp. 246-247; vid. asimismo DONSBACH, Wolfgang (ed.) (2008): The International Encyclopedia of Communication, Malden MA: Wiley-Blackwell, pp. 3207-3208). 

La neutralidad es una condición que tampoco se cumple en el tratamiento que el fact-checking da a la noticia en la que, además de sesgar su contenido, se echa en falta el desacuerdo a las partes las que lejos de permitir que se expresen, se censuran, por lo que tampoco existe imparcialidad que, según el DRAE, es la «falta de designio anticipado o de prevención en favor o en contra de alguien o algo, que permite juzgar o proceder con rectitud». En definitiva, en el fact-checking predomina una metodología de poca complejidad y alta estrategia que hace de la verificación de datos una práctica orientada al uso del hipersubjetivismo, puesto que su enfoque en el «hecho» y no en el terreno del conocimiento científico puede a veces ocultar el verdadero fondo del debate, sesgando la información, en la mayoría de las ocasiones. El fact-checking utiliza un método basado en grandes cantidades de datos para construir una narrativa que está más interesada en calificar que en chequear. La superficialidad con que se aborda la lectura de artículos científicos es tan burdamente simplista y reduccionista que, para ahorrar tiempo, el verificador de datos se concentra en enfocar el hecho dejando de lado el conocimiento científico sobre el que se sustenta, y aislando el dato del contexto, es como procede el fact-checking para calificar más que chequear la información. Se confunde así el hecho  con el conocimiento científico. No es lo mismo rastrear e identificar la información falsa en un discurso político que en un discurso científico. 

Sin embargo, las empresas de fact-checking que originalmente fueron creadas para corroborar fehacientemente hechos y datos que fueron mencionados por un político en un debate público. La pandemia obligó a hacer un giro hacia un enfoque para el que el fact-checking no tiene preparación ni método, por lo que cualquier pretensión en calificar como verdadera o falsa una información científica, por esa su misma incapacidad de verificar el discurso científico, termina desacreditando la honra del científico antes que refutar sus afirmaciones. 

Esta incapacidad del fact-checking para evaluar un discurso científico está muy bien resumida por Carlos Serrano, fact-checker y periodista multimedia colombiano de BBC Mundo, cuando admite que la metodología  que emplea el fact-checking para construir una narrativa convincente o una historia verosímil, hace un ligero barrido de superficie  antes que un sondeo a mayor profundidad: 

«Obviamente uno quisiera tener el tiempo de leer un estudio completo con calma, pero muchas veces por la premura o incluso por el propio desconocimiento que tenemos sobre el tema no podemos llegar a ese nivel de profundidad que quisiéramos con el estudio. Debemos tener la habilidad de saber en qué enfocarnos y cuáles son las preguntas rápidas que yo necesito que ese estudio me responda, para ver si vale la pena hacer la historia o no» [Véase «Fuentes claves y chequeo de información científica» en Connectas]. A confesión de parte, relevo de prueba. 

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